Comienza teniendo a su derecha la fachada Sur de la Casa de Cisneros, con el hermoso balcón y la puerta que ahora es de la imprenta municipal, y durante algunos años estuvo semioculta y desfigurada por la muestra y portada de la farmacia de Fernández Izquierdo. Este balcón ha sido erróneamente considerado como el que señala la tradición, diciendo que a él se asomó el cardenal Cisneros para pronunciar la famosa frase, mostrando a los nobles la artillería que tenía en la plaza: «Estos son mis poderes, y con ellos gobernaré hasta que el príncipe venga.»
Si Cisneros dijo esas palabras, pudo ser en su residencia de la casa de los Lassos de Castilla, en la plazuela de la Paja, pero nunca en ésta, que fue edificada después de la muerte del cardenal, por su mayorazgo D. Benito Jiménez de Cisneros, en el año 1537.
El balcón de que se hace referencia es una de las más interesantes curiosidades artísticas del Madrid antiguo, y en su labor, llena de primor y de elegancia, anduvo, sin duda, la mano de Berruguete, que por aquella fecha trabajaba en Madrid, colaborando con Francisco Giralte en las esculturas de la capilla del Obispo. Parece ser también que este arco sería de acceso a un oratorio.
En la otra esquina de la calle del Rollo está la legendaria Casa de la Cruz, así llamada la de madera que se alza en su tejado, señal frecuente de una marca inquisitorial, y seguidamente no hay otra cosa digna de mención hasta el Pretil de los Consejos, aparte de las accesorias al antiguo palacio de los marqueses de Camarasa.
La otra acera tiene todavía menos casas. Alzase en primer lugar el palacio del conde de Revillagigedo, que da nombre a una calle vecina, y luego, en el número 5, se halla el vetusto palacio donde están el Museo de Artes Industriales y la Comisaría Regia de Turismo. En su planta baja, donde murió, el 26 de marzo de 1879, el político D. Augusto Ulloa, tuvieron su instalación, desde 1920 hasta 1923, la redacción y oficinas de «La Libertad». Esta casa es la señalada por la leyenda del Guardia de Corps, que atraído cierta noche por una aventura galante y habiéndose, para marchar, descolgado por el balcón valiéndose de su bandolera, cuando volvió a recogerla halló los aposentos vacíos y un esqueleto donde el recordaba haber cenado amablemente con una bella dama. Él entonces hízose fraile, y antes ofreció su bandolera al Cristo de la Fe, que se venera en su capilla de la parroquia de San Sebastián, imagen que efectivamente ha ostentado durante muchos años a sus pies esa prenda del uniforme de los Guardias de Corps, de quienes era patrón, como lo sigue siendo de los reales guardias alabarderos.
El convento de religiosas Bernardas del Santísimo Sacramento lo fundó don Cristóbal Gómez Sandoval, duque de Uceda, inmediato a su palacio. Trajo las primeras religiosas del monasterio de Santa Ana, de Valladolid, con licencia de Doña Ana de Austria, abadesa perpetua de las Huelgas de Burgos, que entraron en este monasterio el domingo 21 de junio de 1615, sometiéndoselas a la filiación del cardenal arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Sandoval y Rojas. Provisionalmente estuvieron en las casas de Pedro Martínez, escribano de número que lindaban con la calle del Estudio de la Villa.
El templo se acabó de construir en 1744, siendo colocado el Santísimo en 13 de septiembre, con una procesión que costeó el cardenal infante D. Luis. Es de una sola nave, muy capaz con sus cruceros, presbiterios y media naranja, atrio y lonja. La traza es de Andrés Esteban. Las pinturas al fresco en las pechinas y bóvedas truncadas son de D. Luis Velázquez. El retablo mayor consiste principalmente en un cuerpo de dos columnas corintias, y un cuadro en el intercolumnio, que representa a San Bernardo y San Benito en el acto de adorar al Santísimo, y es obra de D. Gregorio Ferro.
A la primitiva comunidad se añadieron, en el siglo XIX, las Bernardas de Pinto, que estaban en la Carrera de San Jerónimo, y las de la Piedad o monjas Vallecas, cuya casa y templo estaba en la calle de Alcalá, esquina a la de Peligros.
Al ser derribada la tradicional iglesia de Santa María, en la calle Mayor, hubo de ser trasladada esa inmemorial parroquia a esta iglesia del Sacramento, así como las antiquísimas imágenes de la Almudena y de la Virgen de la Flor de Lis. Tanto estas efigies como el culto parroquial tienen ya su nueva y propia residencia en la cripta de la catedral de Madrid.
La Casa de los Gatos. En ésta casa habitaban un par de ancianas que acumulaban multitud de gatos, difícilmente entendible debido a la precariedad en la que vivían. Nadie entendía porque acogían tantos felinos. Debido al fuerte olor que desprendía tras su puerta, los vecinos decidieron denunciarla y cuál sería su sorpresa cuando al abrir la puerta encontraron a las dos ancianas en el suelo, siendo devoradas por los mismos gatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario