La calle de San Agustín transcurre desde la plaza de las Cortes hasta la calle de Lope de Vega, b. de Cervantes, d. del Congreso, p. de San Sebastián.
El origen del nombre de esta calle proviene de una pintura
que representaba a San Agustín que se encontraba situada sobre la entrada de la
quinta del padre Lezo, arzobispo de Granada, que estaba ubicada en esa calle.
Esa finca fue después de los marqueses de Oviedo, y en ella se estableció luego el Noviciado de las Hijas de la Caridad, hasta que pasaron a su nueva casa de la calle de Jesús. Contiguo estaba el convento de Capuchinos de San Antonio del Prado, cuya iglesia aneja al palacio de Lerma, luego de Medinaceli, tenía su entrada por la plaza de las Cortes, en cuyo capítulo se hizo la descripción de aquel templo, que era uno de los más interesantes de la corte.
En la calle de San Agustín estaba también el palacio de los
marqueses de Retortillo, muy característico por sus balcones volados y sus
rejas panzudas. En el piso de abajo, según Pedro de Répide, se encontraba la
sede de El Globo, fundado por Castelar y dirigido por Alfredo Vicenti.
Agustín de Hipona o San Agustín (Tagaste, 13 de noviembre de
354 – Hippo Regius (también llamada Hipona), 28 de agosto de 430) es un santo,
padre y doctor de la Iglesia católica.
El «Doctor de la
Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y según
Antonio Livi uno de los más grandes genios de la humanidad. Autor prolífico,
dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología siendo
Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más destacadas.
San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste,
pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era
un pequeño propietario pagano y su madre, Santa Mónica, es puesta por la
Iglesia como ejemplo de «mujer cristiana», de piedad y bondad probadas, madre
abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las
circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos
de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino
del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran
sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre". En Tagaste,
Agustín comenzó sus estudios básicos, posteriormente su padre le envía a
Madaura a realizar estudios de gramática.
Agustín fue maniqueo y orador imperial en Milán. Era el
rival en oratoria del obispo Ambrosio de Milán, figura que después hizo a
Agustín conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso. Por
medio de estos escritos se convirtió al cristianismo. Ya como obispo, escribió
libros que lo posicionan como uno de los cuatro primeros Padres de la Iglesia.
La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio que logró con la adopción de
un conjunto de creencias y valores.
San Agustín se destacó en el estudio de las letras. Mostró
un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía
gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y
Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años de
estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al
mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró
fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Durante su estancia en
Cartago mostró su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y
certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar por sus pasiones, y seguía
abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios, especialmente
los de filosofía. Años después, el mismo Agustín hizo una fuerte crítica sobre
esta etapa de su juventud en su libro Confesiones.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón
despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedicó de
lleno al estudio de la filosofía, ciencia en la que sobresalió. Durante esta
época el joven Agustín conoció a una mujer con la que mantuvo una relación
estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la
verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en
ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abrazó el
maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual
podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente,
decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que
apoyaba la pasividad del bien ante el mal.
Sumido en una gran frustración personal decidió, en 383,
partir para Roma, la capital del Imperio romano. Su madre quiso acompañarle,
pero Agustín la engañó y la dejó en tierra. En Roma enferma de gravedad. Tras
restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue
nombrado "magister rhetoricae" en Mediolanum (la actual Milán).
En 385 Agustín se convirtió al cristianismo. Fue en Milán
donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como
catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando
admirado de sus prédicas y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente
con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a
Italia para estar con su hijo, y que se encargó de buscarle un matrimonio
acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. En vez de optar por
casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis;
decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos
gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a resolver el
problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para
interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la Biblia la fuente de la fe.
Por último, la lectura de los textos de san Pablo le ayudó a solucionar el
problema de la mediación y de la gracia. Según cuenta el mismo Agustín, la crisis
decisiva previa a la conversión, se dio estando en el jardín con su amigo
Alipio, reflexionando sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una
casa vecina que decía: toma y lee, y entendiéndolo como una invitación divina,
cogió la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje. Al llegar
al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda.
En 386 se consagró al estudio formal y metódico de las ideas
del cristianismo. Renunció a su cátedra y se retiró con su madre y unos
compañeros a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio
y a la meditación. El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad,
fue bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresó a
África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica murió en Ostia, el puerto
cerca de Roma.
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto
de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir
en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta
experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de
la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la
comarca.
En 391 viajó a Hipona para buscar a un posible candidato a
la vida monástica, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la
comunidad para que fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del
obispo Valerio de Hipona. Agustín aceptó, tras resistir, esta elección, si bien
con lágrimas en sus ojos. Algo parecido sucedió cuando se le consagró como
obispo en el 395. Entonces abandonó el monasterio de laicos y se instaló en la
casa episcopal, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín es enorme y variada.
Predica y escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de
la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios y
resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a
maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
Participa en los Concilios regionales III de Hipona del 393, III de Cartago del
397 y IV de Cartago del 419, en los dos últimos como presidente y en los cuales
se sancionó definitivamente el Canon bíblico que había sido hecho por el papa
Dámaso I en Roma en el Sínodo del 382.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el
sitio al que los vándalos de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión
de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado
a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro,
donde reposa hoy.
Una tradición medieval, que recoge la historia inicialmente
narrada sobre un teólogo que más tarde fue identificado como san Agustín,
cuenta la siguiente anécdota: Cierto día, San Agustín paseaba por la orilla del
mar, junto a la playa, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas
sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto,
al alzar la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena. Le
observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua
del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El niño hace
esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran curiosidad, se
acerca al niño y le pregunta:
«¿Qué haces?».
Y el niño le responde:
«Estoy
sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo».
Y San Agustín dice:
«¡Pero,
eso es imposible!».
A lo que el niño le respondió:
«Más
difícil es que llegues a entender el misterio de la Santísima Trinidad».
La historia es usada en muchos lugares como verdadera; sin
embargo, se trataría de una invención sin fundamento real, pero que se inspira
al menos en la actitud de Agustín como estudioso del misterio de Dios.
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