La Calle de Embajadores (antiguamente denominada Paseo de
Embajadores) nace en la plaza de Cascorro y finaliza en las
cercanías de la plaza de Legazpi; durante el siglo XIX terminaba en el Portillo
de Embajadores, prolongándose, a comienzos del siglo XX y debido al ensanche,
hasta el barrio de la China.
El tramo más antiguo y tradicional de la calle es el
comprendido entre la plaza de Cascorro y la glorieta de Embajadores.
Esta calle tan típica de
los barrios de la majeza madrileña terminaba antes en el portillo de su nombre,
llamándose paseo de Embajadores la vía que a su continuación se prolongaba en
dirección al paraje denominado la China. Pero todo ha venido a quedar
comprendido en aquella designación: la angosta calle primitiva, el paseo, ya
más anchuroso, que llegaba hasta la glorieta de Santa María de la Cabeza, y el
trozo restante con escampados por un lado y poblado por otro de merenderos,
lugar llamado “la Manigua”.
La parte histórica y tradicional de la calle se llama de tal modo por haber trazado en lo que se llamó el campo de Embajadores. Era en los días del rey D. Juan II, que había recibido una embajada del rey de Túnez, otra del rey de Navarra, otra del de Aragón, representada por Simón de Puy, y una, en fin, del monarca de Francia, en la que venían Luis de Molín y Juan de Monais, arzobispo y senescal de Tolosa, respectivamente.
La parte histórica y tradicional de la calle se llama de tal modo por haber trazado en lo que se llamó el campo de Embajadores. Era en los días del rey D. Juan II, que había recibido una embajada del rey de Túnez, otra del rey de Navarra, otra del de Aragón, representada por Simón de Puy, y una, en fin, del monarca de Francia, en la que venían Luis de Molín y Juan de Monais, arzobispo y senescal de Tolosa, respectivamente.
Acaeció por entonces una
gran peste que diezmaba la villa, y el rey se retiró a Illescas. Entonces los
embajadores determinaron salir fuera del recinto de Madrid, yéndose el de Túnez
a la Quinta de San Pedro; el de Aragón a la casa de campo llamada de Santiago
el Verde que fue luego la Huerta del Bayo, y en el siglo XIX el camino de la
Reina, hasta llegar a nuestro tiempo en la forma de los descuidados jardines de
la Veterinaria; el de Navarra, a otra finca inmediata, y los representantes
franceses pasaron a residir en estos otros mientras llegaba la ocasión de partir
hacia su país. Incomunicase aquella especie de colonia diplomática con la
población apestada, y de ahí quedó el nombre de campo de Embajadores, que había
de llevar la calle abierta en él.
La iglesia de San
Cayetano, que se encuentra esquina a la calle del Oso, y da motivo a la verbena
que en este barrio se celebra, del 6 al 7 de agosto, sirve actualmente de
parroquia de San Millán, que fue fundada en 1806, y pasó a este templo al ser
demolido el suyo propio en la plazuela de su nombre. La iglesia de San Cayetano
fue construida en el siglo XVIII, bajo la dirección de D. José de Churriguera,
y continuada por D. Pedro Ribera, lo cual la hace quedar como uno de los
monumentos más característicos de este estilo tan madrileño, y que, desdeñado
por los neoclasicistas de fines de mes de aquella centuria y por los rutinarios
de siglo XIX, es ahora considerado en toda la importancia que tiene.
La decoración de la
fachada consiste en ocho pilastras de granito asentadas sobre pedestal de igual
materia, y rematadas por capiteles de caprichosa composición. En los
intercolumnios del centro hay tres accesos con arcos de medio punto coronados
con hornacinas, en las que se hallan las imágenes de la Virgen, de San Cayetano
y de San Andrés Avelino, labradas en piedra caliza por Pedro Alonso de los Ríos.
Termina la fachada por un cornisamento sobre el que se destacan dos torres de
corta elevación, que es de planta de cruz griega con extenso crucero, dominado
por una hermosa cúpula. Cuatro capillas cerradas con sus cúpulas también, hay
en los extremos, de manera que esta iglesia es, por el trazado de su planta, la
que más se parece a la de El Escorial entre todas las de Madrid.
Los frescos de las
pechinas son de don Luis Velázquez, y representan a los bienaventurados
Cayetano, Andrés Avelino, Juan Marinoni y José María Tomasi. En imaginería
existe, digna de mención, una Divina Pastora, de don Luis Salvador Carmona. Y en
este templo se guardan los pasos de Semana Santa, que antes eran conservados en
el oratorio de Nuestra Señora de Gracia, más alguno modernamente construido. Esta
iglesia perteneció a los teatinos y posteriormente a los gilitos, hasta
ostentar actualmente el carácter parroquial.
Pasada la fuente de
Cabestreros existe, en la calle de Embajadores, un amplio edificio, el del
Colegio de la Paz, en cuya fachada, por comunicarse esta casa con la de la
Inclusa, estaba abierto el torno para depositar los niños expósitos. La tremenda
escena del abandono de las criaturas por aquellas desgraciadas, que no conocen
del amor más que la materialidad del placer, y abominan de la sagrada misión de
la maternidad, menos dignas de ella que las hembras de las bestias, ha
provocado muchos alborotos de protesta entre el vecindario de esta calle,
determinando por ello la clausura de esta triste fauce. Clausura intermitente,
pues nunca llega a ser definitiva.
El colegio de Nuestra
Señora de la Paz fue fundado por doña Ana Fernández de Cordova y Figueroa,
duquesa de Feria, por testamento y codicilo otorgado en 19 de septiembre de
1679, para las niñas procedentes de la Inclusa, suplicando al rey que lo
acogiese bajo su protección, nombrando para ello un ministro de su Cámara y
Consejo, distinto del que fuera de los hospitales, y encargó a su marido, D. Pedro Antonio de Aragón, que luego que ella muriese comprase una casa para
establecer en ella dicho Colegio, separado de la Inclusa. Como entonces ese
establecimiento se hallaba en la Puerta del Sol, adquiriose para el Colegio de
la Paz una casa y solar en la calle de Embajadores, resultando que, al cabo del
tiempo, han venido a tener contiguas sus residencias ambas instituciones. El Colegio
de la Paz dependió algún tiempo del de los Desamparados, hasta que, por
disposición de Carlos IV, se encargó de su administración y gobierno la misma
Junta de señoras que regía la Inclusa, y tomando especialmente a su cargo este
asunto la condesa de Trullás, por una real orden que así se lo encomendaba,
adquirió en la calle del Prado una casa para las niñas de la Paz; y cuando la
Inclusa vino a permanecer instalada en la calle del Mesón de Paredes,
determinose reunir los dos establecimientos, volviendo el colegio de la Paz a
la casa que primitivamente tuvo.
Entre la calle de Provisiones y la Glorieta de Embajadores, se extiende, en la calle de este
nombre, la fachada principal de la antigua fábrica de Tabacos, cuyas operarias
constituían un elemento tan donoso y pintoresco de la vida popular madrileña. La
elaboración de tabacos y rapé en Madrid empezó el 1 de abril de 1809, contando
en aquella época con 800 obreras. Quedando instalados los talleres en el mismo
edificio y que fue construido el año 1790, para la fabricación de aguardientes
y licores, que en esa época se hallaban estancados por la real Hacienda.
La enorme casa de la
Fábrica de Tabacos es una construcción hermosa, de sencillo estilo, varias
veces reedificada parcialmente después de diferentes y harto frecuentes
incendios que ha sufrido, con gran asombro de los fumadores, que han llegado a
observar como las hojas nicotianas no son materia combustible más que antes de
ser ofrecidas al público en forma de cigarrillos y de cigarros, más o menos
puros.
Frontero a este edificio
está el de la escuela de Veterinaria. Se alza sobre parte de lo que fue, Casino
de la Reina, cuya ala de construcciones, que daba a la calle de Embajadores,
sirvió de Museo Arqueológico, creado por real orden de 20 de marzo de 1867, e
inaugurado por el rey Amadeo I el 5 de julio de 1871, siendo el primer director
don Ventura Ruiz de Aguilera. La escuela de Veterinaria fue fundada en Madrid
el año 1793, en la huerta de la Solana, que pertenecía a los religiosos de San
Felipe Neri, y se hallaba al final del prado de Recoletos, donde hoy se alza el
edificio de la Biblioteca Nacional. Fue su implantador el mariscal de las
Caballerizas reales, don Bernardo Rodríguez, que había sido comisionado para
estudiar en Francia los adelantos de aquella especialidad, cuyos profesores se
habían llamado albéitares hasta que fueron veterinarios, desde que Bourgelat
creó, en 1762, la primera escuela en Lyon, y actualmente adoptan la denominación
elegante de licenciados en Medicina zoológica.
En 1815 se encargó de
esta enseñanza don Carlos Risueño, quien le dio un carácter verdaderamente científico.
Pero llegó el año 1823, con la persecución general de catedráticos y hombres de
estudio, y fueron perseguidos y expulsados los de este centro docente; cosa
extraña, ya que parece que por natural instinto debieran los vencedores de
aquellos días cuidar de la mayor sabiduría y buena práctica de los albéitares. Así
lo comprendieron pasado algún tiempo, pues que el duque de Alagón tuvo que
llamar nuevamente a Risueño y sus discípulos para que restaurasen la Escuela. En
1834 fue incorporado a esta el Tribunal del protoalbeiterato, que estaba
formado por los mariscales de Caballerizas. En 1847 se constituyó la Escuela en
superior y diez años después quedó dispuesto el orden de las asignaturas que habían
de estudiarse.
Al ser derruida la
antigua casa de la huerta de la Solana, pasó la escuela de Veterinaria a la
carrera de San Francisco y, finalmente, a este su edificio propio, donde tiene,
además de sus aulas, la biblioteca, que es excelente, con más de cuatro mil
volúmenes, y una clínica gratuita para la asistencia de los irracionales dolientes,
a la que no van todos, ya que muchos, validos de un aspecto confusamente
humano, suelen reclamar los servicios de la medicina antropológica.
Prolongándose en línea recta, y cruzando la glorieta, se tiene el Centro Militar de Farmacia (originalmente Instituto Farmacéutico del Ejército y luego Laboratorio y Parque Central de Farmacia Militar), que alberga también el Museo de la Farmacia Militar. En las inmediaciones de la calle se encuentra un poco más abajo la Iglesia del Purísimo Corazón de María, en la calle Cardenal Solís, muy cerca de la Glorieta de Santa María de la Cabeza. La calle baja dirección al río mostrando viviendas al estilo Salmón de comienzos de siglo. A finales del siglo XX se diseñó y realizó un túnel que conectaba el tráfico de la calle con la M-30.
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