La calle de la Flora se encuentra entre la plaza de Santa Catalina de los Donados y la plaza de San Martín.
En el siglo XVIII se denominaba plaza del Clavel al espacio que hay a la entrada de esta calle entre la calle de los Trujillos y el final de la calle de las Hileras, que respectivamente se llamaban entonces calle del Clavel y calle de la Bodega de San Martín.
La calle de la Flora debe su nombre, según una tradición muy verosímil, a una estatua que había en una de las casas, y según otras, a haber tenido en ella un palacio doña Flora de Nieremberg, y donde nació en 1595, su sobrino el venerable Juan Eusebio de Nieremberg, madrileño ilustre, hijo de don Godofredo de Nieremberg y de doña Regina Otín, camarera de la emperatriz doña María. El que había de ser religioso tan austero y escritor tan ilustre entre nuestros ascéticos, se educó en esa misma casa con su tía doña Flora, quien había sido testigo del prodigio del Cristo de los Milagros que se veneraba en la capilla del monasterio de San Martín. La que había de ser madre del venerable rogaba a la imagen impetrando el nacimiento de un hijo, y el Cristo entonces habló para prometerla que daría al mundo un santo y sabio varón.
Juan Eusebio de Nieremberg y Otin (Madrid, 9 de septiembre de 1595 - ibíd. 7 de abril de 1658), humanista, físico, biógrafo, teólogo y escritor ascético español perteneciente a la Compañía de Jesús.
La calle de la Flora debe su nombre, según una tradición muy verosímil, a una estatua que había en una de las casas, y según otras, a haber tenido en ella un palacio doña Flora de Nieremberg, y donde nació en 1595, su sobrino el venerable Juan Eusebio de Nieremberg, madrileño ilustre, hijo de don Godofredo de Nieremberg y de doña Regina Otín, camarera de la emperatriz doña María. El que había de ser religioso tan austero y escritor tan ilustre entre nuestros ascéticos, se educó en esa misma casa con su tía doña Flora, quien había sido testigo del prodigio del Cristo de los Milagros que se veneraba en la capilla del monasterio de San Martín. La que había de ser madre del venerable rogaba a la imagen impetrando el nacimiento de un hijo, y el Cristo entonces habló para prometerla que daría al mundo un santo y sabio varón.
Juan Eusebio de Nieremberg y Otin (Madrid, 9 de septiembre de 1595 - ibíd. 7 de abril de 1658), humanista, físico, biógrafo, teólogo y escritor ascético español perteneciente a la Compañía de Jesús.
Era hijo de padre tirolés y de madre bávara, que pertenecían
al séquito de María de Austria, hija de Carlos V. Se establecieron
definitivamente en España donde siempre vivió Juan Eusebio. Conocían a Juan
Caramuel, con quien Juan Eusebio estrecharía una gran amistad.
Empezó a estudiar en la Universidad de Alcalá de Henares,
pero en 1614 entró como novicio en Villagarcía, a pesar de la oposición de su
padre, que logró echarlo de allí. Sin embargo, persistió en su idea y consiguió
que su padre lo dejara continuar. Estudió griego y hebreo en el Colegio de
Huete, y artes y teología en la Universidad de Alcalá junto a su amigo Juan Caramuel
entre 1618 y 1623. En 1623 fue ordenado presbítero y profesó como jesuita en
1633. Estuvo algún tiempo en Toledo, pero fue llamado a Madrid para enseñar
humanidades y ciencias naturales en el Colegio Imperial de Madrid de la
Compañía de Jesús durante seis años. Después se encargó de enseñar exégesis
bíblica y teología por un trienio.
Durante su etapa como profesor de ciencias naturales publicó
algunas obras científicas como Curiosa Filosofía y cuestiones naturales
(Imprenta del Reino, Madrid, 1630) e Historia naturae, maxime peregrinae
(Amberes, 1634) escritas con amenidad, aunque sin contribuciones originales.
Tuvo empero el buen sentido de preferir, pese a que la raíz de su pensamiento
en cuestiones de física es aristotélica, la explicación corpuscular del
atomismo a la de las formas substanciales del estagirita, en lo que coincidió
con su amigo Juan Caramuel y en lo que le seguirían después los novatores del
siglo XVIII. Sus obras científicas se completan con Del nuevo misterio de la
piedra imán y nueva descripción del globo terrestre (Madrid, 1643).
El pensamiento filosófico de Nieremberg es extremadamente
ecléctico: mezcla la escolástica con elementos averroístas, cabalísticos,
platónicos y estoicos y por eso padece la falta de organicidad de la escuela
ecléctica, aunque siempre sometido al dogma católico. Pronto se orientó hacia
la teología, la ascética y la hagiografía, que forman lo grueso de su obra
escrita, de suyo abundante (73 títulos impresos y 11 manuscritos).
El Padre Nieremberg no cita a Vives; mas sí a discípulos de
éste, como Francisco Vallés. El impulso del vivismo hizo que nuestro jesuita
nunca se contentara con las opiniones filosóficas de un solo autor, sino que
espigó entre los más respetables de todos los tiempos.
Como escritor poseyó una elegante prosa castellana, amena y
algo recargada, al gusto barroco, de antítesis, paronomasias y juegos de
palabras, pero sin los excesos culteranos de Paravicino y con un cierto buen
gusto y brillantez para la metáfora y el ejemplo.
Dejó testimonio de sus estudios escriturísticos en De
origine S. Scripturae libri duodecim y en Stromata S. Scripturae. Hizo una
versión del Catecismo romano que fue reimpresa muchas veces y defendió en
numerosos opúsculos la Inmaculada Concepción, y de hecho formó parte de una
junta promovida por el Rey para promover su definición dogmática. Sus obras
ascéticas fueron un gran éxito de ventas en toda Europa, también durante el
siglo XVIII, y fueron traducidas a las lenguas más importantes. Escribió aún
joven una vida de San Ignacio de Loyola poco documentada que fue incluida en el
Index librorum prohibitorum en 1646. También parecen demasiado crédulas las
biografías contenidas en los cuatro volúmenes de Varones ilustres de la
Compañía de Jesús (Madrid 1643-47). Tradujo la Imitación de Cristo de Tomás de
Kempis.
Entre sus obras ascéticas destaca especialmente Diferencia
entre lo temporal y eterno (Madrid, 1640), obra escrita en una prosa admirable,
que alcanzó 60 reimpresiones y numerosas traducciones y que inspiró a Jacinto
Verdaguer su poema La Atlántida. También es importante su Aprecio y estima de
la divina gracia (Madrid, 1638); De la hermosura de Dios y su amabilidad
(Madrid, 1641) y De adoratione in spiritu et veritate (Amberes, 1631).
El antiguo catálogo de la Biblioteca Nacional de Madrid, así
como Antonio [[Antonio Palau y Dulcet|Palau y Dulcet] , añaden erróneamente a
la dilatada lista de sus obras las de otro docente del Colegio Imperial, el
borgoñón Claude Clément, o Claudio Clemente.
Sus Obras completas se editaron en Madrid en 1892 en seis
volúmenes. Fue reconocido como autoridad de buen lenguaje por la Real Academia
de la Lengua Española.
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