viernes, 6 de marzo de 2015

Calle de la Encarnación

Calle de la Encarnación


La calle de la Encarnación está entre la plaza de la Marina Española y la calle de la Bola.

La calle se llamó primero Vistas de Doña María de Aragón (junto con la plaza de la Marina Española y la calle de Bailén), y luego Marqués de las Pozas por la casa que el citado marqués tenía aquí y que fue adquirida posteriormente por Felipe III, donde su esposa, la reina Margarita de Austria, fundó en 1610, el convento de la Encarnación, para conmemorar la expulsión de judíos decretada por Felipe III.
El Real Monasterio de la Encarnación es un convento de monjas agustinas recoletas.

La institución, a la que pertenecieron damas de la alta nobleza, fue fundada por la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, a comienzos del siglo XVII. Debido a las colecciones artísticas que alberga es, junto con las Descalzas Reales, uno de los templos más destacados de la ciudad.

El arquitecto del edificio fue fray Alberto de la Madre de Dios, quien lo edificó entre 1611 y 1616. La fachada, que responde a un modelo de inspiración de estilo herreriano, de gran austeridad, creó escuela y fue imitada por otros templos españoles. En la iglesia se conservan varios relicarios y de uno de ellos se dice que contiene la sangre de San Pantaleón; y (según la tradición) se licúa todos los años el día del santo, el 27 de julio. En la clausura antigua está organizado un museo que depende del Patrimonio Nacional y que se puede visitar.

La gran impulsora de la creación del monasterio fue la reina Margarita, razón por la cual el monasterio era conocido entre la gente de la ciudad como las Margaritas. La historia cuenta que el motivo de la construcción fue perpetuar el recuerdo y la conmemoración de un hecho histórico: la ordenanza hecha por el rey Felipe III, su esposo, de la expulsión de los moriscos que aún quedaban en Madrid.

La reina conservaba buenas relaciones con las religiosas descalzas de San Agustín de la ciudad de Valladolid, donde había vivido cerca de seis años, y desde allí hizo venir a la que sería la primera priora del monasterio, la madre Mariana de San José, en compañía de Francisca de San Ambrosio (hermana de la marquesa de Pozas), Catalina de la Encarnación e Isabel de la Cruz. Estas monjas habitaron en un principio en el Real Monasterio de Santa Isabel a la espera de la construcción de la nueva casa. Poco tiempo después entró en la comunidad la primera novicia, Aldonza de Zúñiga, hija de los condes de Miranda y ahijada de los reyes, quienes para celebrar este acontecimiento hicieron donación a la priora de un gran vaso de ágata con adornos de rubíes y oro que sería empleado para el Santísimo Sacramento.

El edificio se construyó en el lugar que ocuparon las casas de los marqueses de Pozas, a quienes el rey se las compró, debido a su cercanía al Real Alcázar, ya que así los reyes podían entrar directamente a la iglesia mediante un pasadizo existente.1 Este pasadizo fue construido por deseo de la reina para no causar molestias, ya que visitaba frecuentemente el monasterio. En su interior tenía varias salas con cuadros. El rey en persona colocó la primera piedra del edificio, acto que se hizo con gran solemnidad y bajo la bendición del cardenal arzobispo de Toledo Bernardo de Sandoval y Rojas. Meses más tarde, el 3 de octubre de 1611, murió la reina sin haber visto terminada esta obra en la que tuvo tanto empeño.

El 2 de julio de 1616, día de la Visitación, fue inaugurado el monasterio y su iglesia, con gran magnificencia y con fiesta durante toda la jornada. Todo el trayecto real, desde la desaparecida casa del Tesoro (junto al Alcázar, hoy calle de Bailén y parte de la plaza de Oriente) hasta el nuevo monasterio, se adornó con ricas tapicerías. El rey entró en la casa del Tesoro a las seis de la tarde, acompañado de la familia real y de la corte. En la procesión se agregaron los clérigos y religiosos. El Patriarca de las Indias, Diego de Guzmán, más los obispos y arzobispos acompañaron al Santísimo Sacramento. Por la noche hubo gran festejo con fuegos y luminarias. Al día siguiente los reyes fueron a comer al convento. La fiesta continuó hasta el día 6, en que se celebraron las exequias de la reina Margarita.

Antes de que le llegara la muerte, la reina Margarita se había encargado de escribir cartas con peticiones para el convento, y así fue como llegaron de diversos puntos de España y del extranjero grandes y suntuosos regalos y donativos. La reina había hecho donación de un regalo insólito, cuyo significado aún no aciertan a descubrir los historiadores: la cama donde había nacido su hijo, el futuro rey Felipe IV.

Las monjas de este convento fueron favorecidas con los derechos sobre unas minas de plata descubiertas por entonces. Pero el dinero obtenido debían emplearlo en mandar hacer una arqueta para guardar el Santísimo Sacramento el día de Jueves Santo.

Durante los siglos XVIII y XIX continúa la historia del monasterio, llena de anécdotas. Así por ejemplo, se sabe que Manuel Godoy, valido de Carlos IV, acudía todos los días a la misa de la iglesia del monasterio dando un paseo desde su residencia, el palacio de Floridablanca (actual Ministerio de Marina). Cuando José Bonaparte residió en Madrid en calidad de rey, apareció un día en la verja del monasterio un gato ahorcado con un escrito: «Si no lías pronto el hato, / te verás como este gato».

En el siglo XIX el religioso y compositor madrileño Lorenzo Román Nielfa fue profesor de música en el convento, dejando a su muerte como legado para la Encarnación su biblioteca musical, que contiene obras de maestros de los siglos XVI y XVII.

El monasterio fue abierto al público en 1965. En la década de 1960 se instaló en la plaza exterior de la iglesia una estatua de Lope de Vega, obra de Mateo Inurria.

El autor de la iglesia y de la parte conventual fue el arquitecto de la corte fray Alberto de la Madre de San Cristo. Destaca la fachada principal, de severas líneas herrerianas. La portada, precedida por el compás, o patio exterior, muestra los escudos de la reina Margarita y un relieve de La Anunciación en mármol, obra del escultor catalán Antonio de Riera. La iglesia tiene planta de cruz latina.

En el siglo XVIII fue reformado el interior de la iglesia por Ventura Rodríguez, quien se encargó de su decoración, junto con otros pintores y escultores neoclásicos, con nuevos retablos y varios lienzos importantes. La parte arquitectónica está labrada en jaspes, mármoles y bronces dorados. A lo largo de toda la nave pueden verse una serie de lienzos con el tema de la vida de San Agustín, que se complementan con los frescos de la bóveda de la capilla mayor, obra de Francisco Bayeu.

En el centro del retablo mayor puede verse el cuadro de La Anunciación de Vicente Carducho, enmarcado por sendos pares de columnas corintias, y a ambos lados las imágenes de San Agustín y su madre Santa Mónica, del estilo de Gregorio Fernández.

El tabernáculo es una obra maestra de Ventura Rodríguez. Las pequeñas estatuas de los Santos Doctores que lo adornan son obra de Isidro Carnicero, lo mismo que el relieve del Salvador que tiene la puertecita.

El monasterio posee una importante colección de pintura y escultura destacando las obras de Lucas Jordán, Juan van der Hamen, Pedro de Mena, José de Mora (Dolorosa), y Gregorio Fernández (Cristo Yacente y Cristo atado a la columna).

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