viernes, 6 de marzo de 2015

Calle de Pavía

Calle de Pavía

La calle de Pavía se encuentra entre la plaza de Oriente y la calle de San Quintín.
Esta es una de la nuevas calles que se construyeron tras los derribos efectuados por José Bonaparte en 1810.

Lleva el nombre de la batalla en que fue vencido y hecho prisionero Francisco I de Francia, el 24 de febrero de 1525, día del cumpleaños de Carlos I. 

Dice Pedro de Répide de esta calle:

De la plaza de Oriente a la calle de San Quintín, b. de Carlos III, d. de Palacio, p.de Santiago. 

Es una calle breve, que no tiene casas más que a un lado, y en su número 2 tuvo una de sus últimas viviendas la famosa poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda. 

Ostenta el nombre de la batalla en que fue vencido y hecho prisionero el rey de Francia Francisco I. Aconteció aquel hecho de armas el 24 de febrero de 1525, día del cumpleaños del césar Carlos V, y en esa victoria del ínclito capitán D. Antonio de Leiva influyó decisivamente la aprehensión del monarca francés por el soldado Juan de Urbieta, de la compañía de don Diego de Mendoza. 

La espada de Francisco I, vencido aquel día, figuró durante mucho tiempo en la Armería real; pero Murat, en 1808, la recogió y envió a Francia. Actualmente existe en su lugar una reproducción exacta, que el Gobierno español mandó hacer a D. Eusebio Zuloaga. 

Una copla popular, recogida por Gonzalo Fernández de Oviedo en 1547, cantaba el episodio del vencimiento y la prisión: 

          Rey Francisco, mala guía 
       desde Francia vos trujísteis, 
       pues vencido y preso fuisteis 
       de españoles en Pavía.
 
Un ingenioso poeta valenciano, el caballero de Montesa. D. Jaime Falcó, hace una donosa alusión a aquel triunfo cuando en la sátira cuarta contra los jugadores dice que los bastos y espadas de la fábrica de naipes de Lyon, que los franceses habían enviado a España, nos sacaban más sangre que a ellos las nuestras de acero, cuando aprisionando a su rey fueron destrozados en Pavía, sabiendo vengar con armas de cartón las cuchilladas de nuestros alfanjes. 
La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de Carlos I de España. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte del borgoñón (1519), puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio: el ducado de Milán, más conocido como Milanesado. A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.

Inicio de los enfrentamientos
La primera batalla tuvo lugar en Bicoca (cerca de Monza). La victoria aplastante de los tercios españoles hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

En la segunda batalla, la de Sesia, un ejército francés de 40.000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. El marqués de Pescara, Fernando de Ávalos y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que los imperiales se retiraran. El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. Mil españoles, cinco mil lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la vecina Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30.000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas.

Antonio de Leyva, veterano de la Guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6.300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada: más de quince mil lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.

Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar.

A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones, los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Leyva.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.

La victoria imperial
En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa (mandada por el duque de Alenzón) y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado deliberadamente busco una muerte heroica a manos de los tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8.000 hombres.

El rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, se juntaron con su compañero de armas. No sabían a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile, y su amigo Francisco de Aguirre.

Consecuencias
En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk y Francisco de Lorena.

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos I fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra el Imperio español, lo que produjo que Carlos I atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias, que fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos I se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.

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