La plaza de la Cruz Verde está en un recogido y tranquilo lugar entre la calle de Segovia y la calle de la Villa formando un ensanchamiento de la calle Segovia frente a la costanilla de San Andrés y las tapias del jardín del Palacio del Príncipe de Anglona.
Su nombre corresponde a que aquí se ajusticiaban a reos de
la Inquisición, y según marcaba la costumbre, en estos lugares solía ponerse
una gran cruz verde de madera señalando este hecho.
A mitad del siglo XIX se inauguró la Fuente de Diana Cazadora
para suministrar agua potable a los vecinos de esta zona. Es una fuente de cinco
caños, y que aprovechó las esculturas procedentes de la anterior fuente de
Puerta Cerrada del siglo XVIII. La fuente es de 1850 obra del arquitecto Martín
López Aguado, y las esculturas son anteriores, del siglo XVIII, obra de
Ludovico Turqui y Francisco del Valle.
Por lo visto, las esculturas no son lo único que se trajo de
Puerta Cerrada; también el manantial, que venía del Arroyo del Abroñigal. Ya
entonces tenían fama las aguas de Madrid. E incluso había un oficio que era el
de los aguadores, que se pasaban la noche llenando cántaros para venderla.
En la parte más trágica de nuestra historia reciente, esta
plaza ha sido testigo mudo del lado más amargo: en 1992 la banda terrorista ETA
asesinó en esta plaza, mediante un coche bomba, a cinco militares del Ejército de
Tierra: los capitanes Juan Antonio Núñez, Ramón Navia y Emilio Tejedor, el
soldado Francisco Carrillo y el radiotelegrafista Antonio Ricote. El atentado
fue cometido en la mañana del 6 de febrero de 1992, con un coche robado y cargado con 50 kilos de amonal y metralla en la confluencia de la calle Segovia con la Plaza de la Cruz
Verde, y lo hicieron estallar al paso de una furgoneta militar que pasaba cada
día por allí tras recoger pasajeros en la Capitanía General.
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