Calle muy pequeña que va de la calle de Toledo a la plaza de Puerta Cerrada,
La calle evoca al gremio de tintoreros cuyos dueños se
establecieron en esta calle de Madrid y vendían productos para el teñido de las
sedas que perfeccionaron de tal forma que les daba, según cuentan, un brillo
especial.
Aquí estaban las tiendas
de varios químicos que perfeccionaron el arte del teñido
de las sedas. También, y por la misma razón, ha sido llanada de los Tintes.
Tintorero es el artesano
que tiene por oficio teñir tejidos y prendas de vestir. Modernamente, también
puede denominar a la persona que se dedica a limpiar ropa o piezas de tejido
delicado.
En latín clásico hay dos
términos para denominar esta profesión: tinctor e infector (del verbo inficere:
impregnar, recubrir, teñir...y alterar, contaminar, corromper... llegando en su
participio pasado pasivo, infectio, a significar 'apestoso, enfermo,
contagioso').
Documentado en Oriente, y
más tarde en la cultura greco-romana, el oficio de tintorero se desarrolla en
la Europa medieval como actividad gremial, que evolucionó más tarde como
pequeña y mediana industria y que en el tercer mundo aún pervivía al comienzo
del siglo XXI. Sirvan como referencia: las tenerías de la Medina de Fez o de
Marraquech en Marruecos, las de la seda en la India o las de paños en
iberoamérica, desempeñadas en muchos casos por empresas familiares.
Para compensar, los
tintoreros escogieron como patrono a san Mauricio, alto oficial romano
destinado en el Valais suizo (que murió mártir junto con todos sus
legionarios). Y no satisfechos con ello, explotaron cierto episodio de los
evangelios apócrifos en el que se narra el aprendizaje de Cristo, aún infante,
en el taller de un tintorero de Tiberíades.
La desconfianza suscitada
por el conjunto de las labores de teñido fue norma común desde la antigüedad.
Pero en la Europa medieval cristiana se agudizaría, manifestándose tanto en el
ámbito real como en el legendario. Abundan fuentes que subrayan el carácter
inquietante, si no diabólico, de un oficio prohibido a los clérigos y
desaconsejado 'al común de los creyentes'. De ahí que el tintorero siempre estuviera
vigilado y marginado.
A lo largo de la Edad
Media el oficio de tintorero -diferenciado del de comerciante de paños o de
materias colorantes- estuvo severamente reglamentado. Desde el siglo XIII, se
documentan textos que nos informan de su organización, enseñanza, derechos y
obligaciones, además de una lista de colorantes permitidos y de los prohibidos.
En la época carolingia, se pretendía que sólo las mujeres sabían teñir
eficazmente, puesto que por naturaleza eran impuras y algo hechiceras.
Asimismo, se consideraba que los hombres eran poco habilidosos o que traían
mala suerte en el oficio.
Puede considerarse a la
industria textil como la mayor en peso e importancia del Occidente medieval. En
todas las ciudades pañeras los tintoreros fueron numerosos y poderosamente
organizados. También serían frecuentes los enfrentamientos con otros gremios
como pañeros, tejedores y curtidores. Estatutos, leyes y reglamentos reservaban
a los tintoreros el monopolio de las prácticas de teñido, exclusiva que al no
ser respetada por los tejedores daba origen a constantes litigios.
Con los curtidores -otros
artesanos 'sospechosos por su contacto con cadáveres de animales'-, el bien en
litigio era el agua del río. El curtidor necesitaba el agua limpia para dejar
macerar sus pieles, condición que imposibilitaban las materias colorantes de
los tintoreros.
Las ordenanzas o
reglamentos gremiales prohibían teñir una tela o trabajar con una gama de
colores para la que no se tuviera licencia. En el caso de la lana, por ejemplo,
a partir del siglo XII, si se es tintorero de rojo, no se puede teñir de azul y
vicecersa. Sin embargo, los tintoreros de azul con frecuencia se hacen cargo de
los tonos verdes y los tonos negros, mientras que los tintoreros de rojo asumen
la gama de los amarillos. En algunas ciudades de Alemania e Italia la
especialización se lleva aún más lejos: dentro de los dedicados a un mismo
color, se diferencia a los tintoreros según la única materia colorante que les
está permitido utilizar (por ejemplo, tintorero de 'rojo inglés' o 'de azul de
glasto').
Esa estricta
especialización de las actividades de teñido es una consecuencia más de la
aversión bíblica por las mezclas, que impregna todo el medievo, tanto en los
ámbitos teológico y simbólico como en la vida cotidiana y la cultura material.
Mezclar, remover, fusionar, amalgamar son operaciones que con frecuencia se
consideran infernales, puesto que transgreden la naturaleza y el orden de las cosas
impuesto por el Creador. Todos aquellos que se ven obligados a practicarlas
debido a sus tareas profesionales (tintoreros, herreros, boticarios, alquimistas)
despiertan desconfianza o son sospechosos de 'hacer trampas' con la materia.
Por otra parte, muchos de ellos dudan en practicar determinadas operaciones,
como por ejemplo la mezcla de dos colores para obtener un tercero: 'se
yuxtapone, se superpone, pero no se mezcla'. Antes del siglo XV, ninguna
compilación de recetas para fabricar colores explica que para obtener el color
verde haya que mezclar azul con amarillo. Los tonos verdes se obtienen de otra
manera, ya sea a partir de pigmentos naturalmente verdes, ya sea sometiendo
colorantes azules o grises a tratamientos que nada tienen que ver con la
mezcla.
Así, los tintoreros,
fueron, hasta el siglo XVIII, artesanos reservados, misteriosos e inquietantes,
además de turbulentos, pendencieros y pleiteantes.
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