La calle de Lope de Vega está entre la calle del León y el paseo del Prado aunque Inicialmente esta calle sólo llegaba hasta la calle de Jesús.
Su prolongación hasta el paseo del Prado se realizó en 1855.
Memoria solemnísima de las que recuerda la antigua calle de Cantarranas es el convento de San Ildefonso, de monjas Trinitarias Descalzas. Fue este fundado en 1612 por Dª Francisca Romero, hija de Dº Julián, general de los ejércitos de Felipe II, la cual hizo venir del convento de Santa Úrsula, de Toledo, las primeras religiosas, que fueron Dª Inés de Ayala, priora del nuevo monasterio, y Dª Jerónima de Guzmán, siendo menester hacer venir otras del convento de Corpus Christi.
Quiso más adelante Dª Francisca Romero anular esta fundación; pero ya no le fue posible. En 1639 se trasladaron las Trinitarias a la calle del Humilladero, con una dotación que les concedió una señora de la casa de los duques de Braganza, Dª María de Villena, pero a los dos años volvieron al primitivo local de la calle de Cantarranas, donde permanecen. La iglesia es de planta de cruz latina y de cortas dimensiones, y hay en ella un cuadro de Alonso del Arco que representa a San Felipe Neri, y otro de Donoso, que es la imagen de San Agustín. En este templo fue enterrado, en 1616, Miguel de Cervantes, cuya hija Isabel era monja de este convento, donde, en 1621, profesó también la hija de Lope de Vega, Marcela del Carpio, quien tomo el nombre de Sor Marcela de San Félix. Y para que ella pudiera verlo, hízose pasar por delante de las Trinitarias, el 28 de agosto de 1635, finiendo desde la calle de Francos por la de San Agustín, el magnífico entierro del Fénix de los Ingenios, de tan enorme cortejo que había entrado la cruz parroquial en la iglesia y todavía no habían sacado el cadáver de la casa.
En 1868 estuvo amenazado de desaparecer este de las Trinitarias, como tantos otros conventos y templos dignos de conservación por su interés histórico y artístico. Pero interesada la Real Academia Española, por medio de Mesonero Romanos, consiguióse salvar de la demolición este memorable edificio, en cuya fachada, por iniciativa también de Mesonero Romanos, fueron colocados los dos monumentos murales, obra de Ponzano, que hacen saber el precioso tesoro de recuerdos que se guarda tras de aquellos muros. Y la misma Academia celebra todos los años en esta iglesia unas solemnes honras fúnebres el día 23 de abril, aniversario de la muerte de Cervantes.
La calle de Cantarranas que cambio su nombre por el de Lope de Vega en 1835, no llegaba primitivamente mas que hasta la plaza de Jesús, siendo abierta, en el siglo XIX, su prolongación hasta el Prado, a través del convento de los Trinitarios Descalzos. Cerca de su final, en el número 45, hay una casa de solo dos pisos y severo aspecto, en el que murió, el 23 de marzo de 1844, el célebre orador y tutor de Isabel II, D. Agustín Arguelles, cuyo entierro salía por la Puerta de Atocha hacia el cementerio de San Nicolás, el mismo día en que entraba en Madrid, vuelta del destierro, la reina gobernadora, Dª María Cristina. En esa casa de la calle de Lope de Vega vivían, y allí murieron también, otros dos hombre notables, inseparables de Arguelles: D. Martin de los Heros y D. Ramón Gil de la Cuadra.
En el trozo último, entre el Noviciado de las Hijas de la Caridad y el jardín del palacio árabe, que construyó Xifre, y es actualmente residencia del duque del Infantado, ha construido una iglesia la Congregación de la Misión, vulgo de los Paules, y a la que pertenece aquel otro instituto religioso. En la casa derribada para la construcción de este templo vivía el gran actor D. Julián Romea, y de allí, el año 1868, salió su entierro en dirección al camposanto de San Nicolás, donde estuvo su primera sepultura, y al que acompañó Madrid entero en tan extraordinaria manifestación fúnebre, que solo en aquellos cementerios del Sur se había visto parecida en las inhumaciones de Espronceda y de Martínez de la Rosa, las mas famosas que se recordaban por la grandeza de su cortejo.
El llamado Fénix de los ingenios y (por Miguel de Cervantes)
Monstruo de la Naturaleza renovó las fórmulas del teatro español en un momento
en el que el teatro comenzaba a ser un fenómeno cultural de masas. Máximo
exponente, junto a Tirso de Molina y Calderón de la Barca, del teatro barroco
español, sus obras siguen representándose en la actualidad y constituyen una de
las más altas cotas alcanzadas en la literatura y las artes españolas. Fue
también uno de los grandes líricos de la lengua castellana y autor de varias
novelas y obras narrativas largas en prosa y en verso.
Se le atribuyen unos 3000 sonetos, tres novelas, cuatro novelas
cortas, nueve epopeyas, tres poemas didácticos, y varios centenares de comedias
(1800 según Juan Pérez de Montalbán). Amigo de Quevedo y de Juan Ruiz de
Alarcón, enemistado con Góngora y en larga rivalidad con Cervantes, su vida fue
tan extrema como su obra. Fue padre de la también dramaturga sor Marcela de San
Félix.
Félix Lope de Vega y Carpio, procedente de una familia humilde
natural del valle de Carriedo, en la montaña cántabra, fue hijo de Félix de
Vega, bordador de profesión, y de Francisca Fernández Flórez. No hay datos
precisos sobre su madre. Se sabe, en cambio, que tras una breve estancia en
Valladolid, su padre se mudó a Madrid en 1561, atraído quizá por las
posibilidades de la recién estrenada capitalidad de la Villa y Corte. Sin embargo,
Lope de Vega afirmaría más tarde que su padre llegó a Madrid por una aventura
amorosa de la que le rescataría su futura madre. Así, el escritor sería fruto
de la reconciliación, y debería su existencia a los mismos celos que tanto
analizaría en su obra dramática.
A principios del siglo XIX el número 6 de la calle de
Lope de Vega era un diario bullir de gentes en busca de sanación, consuelo
espiritual, consejo financiero o asesoramiento político. Y todo de la mano de
una misma persona, la llamada «beata Clara». Aunque finalmente se demostró que
poco tenía de santa, durante unos cuantos años lo más granado de la sociedad
madrileña y de la Corte se reunía en sus aposentos con el incontrolable deseo
de mejorar sus vidas.
Experta en bebedizos, magia y superchería, como
recuerda Jesús Callejo en su libro «Un Madrid insólito», esta mujer lo mismo
ofrecía recomendaciones para un mal de amores que para problemas de esterilidad
o de dinero, pasando por apuestas o asuntos de Estado.
Al parecer, aconsejada por su madre y su confesor, se
fingió tullida muchos años y tocada por el halo divino y el don de los
milagros. Haciéndose pasar por vidente y milagrera -no en vano hacía creer que
se alimentaba exclusivamente de pan eucarístico-, sus incautos clientes dejaban
soberanas limosnas en justo pago por sus servicios.
Fue capaz de embaucar a todos de tal manera que,
incluso, la leyenda cuenta que logró de Roma una dispensa para hacer los tres
votos de monja de Santa Clara. Pero, eso sí, sin la obligación de la clausura,
ya que sus supuestas dolencias se lo impedían.
Tal fue su éxito que se mudó a otro inmueble situado
en la calle de los Santos, junto a San Francisco. Allí continuó con su saneado
«negocio», mostrándose en trance si era requerida en ello.
Finalmente, fue castigada a reclusión por el Santo
Oficio, junto a sus dos principales cómplices. Una criada despechada -había
sido despedida meses antes- fue la causante del encierro, ya que no pudo
guardar por más tiempo el secreto de la farsa y se lo confesó todo al párroco
de San Andrés. Sin embargo, como ocurre a veces, el pueblo llano no se conformó
y necesitaba creer en su «milagrera». Fue necesaria la actuación de la
Inquisición para cerrar la vivienda, ya que fueron muchos los madrileños que
acudieron en masa para arrancar yeso de las paredes y guardarlo como reliquia.
Fíjense si el vulgo es crédulo que cuando la ciudad se
sacudió por un terremoto en 1804, muchos fueron los que atribuyeron el suceso a
la «injusta» detención de la beata Clara.
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