jueves, 29 de enero de 2015

Pasadizo del Panecillo

Pasadizo del Panecillo

En el Madrid de los Austrias existe una diminuta callejuela, que comunica la Plaza del Conde de Barajas con la Calle de San Justo, y que puede pasar desapercibida. Actualmente permanece cerrada al público pero años atrás fue un lugar muy concurrido, quizás demasiado.

Encajonada entre la Basílica de San Miguel y el Palacio Arzobispal esta angulosa vía mantiene intacto el sabor y la imagen de siglos atrás. Ahora sus dos extremos están custodiados por unas verjas de forja. Al parecer, su sinuoso trazado era el escondite perfecto para ladronzuelos y gentes de dudosas intenciones. Su poca iluminación y sus recovecos dieron más de un disgusto, por ese motivo decidieron cerrarlo a comienzos del Siglo XIX.

De este coqueto rincón madrileño lo que más curiosidad puede despertarnos es su nombre. Luis Alfonso de Borbón y Farnesio, en el Siglo XVIII,  a través de una de las ventanas del Palacio Arzobispal puso en marcha una peculiar costumbre, la de entregar un trozo de pan a los vagabundos que lo solicitasen, con la única condición de que antes hubiesen escuchado misa. Algo que queda perfectamente reflejado en la placa que da nombre a la calle.

Esta solidaria entrega pronto originó problemas ya que el número de indigentes que se agolpaba en el estrecho callejón fue rápidamente en aumento y los altercados no tardaron mucho en llegar por lo que, en 1829, se dejó de hacer este reparto. Sin embargo, esta curiosa anécdota hizo que para siempre, esta callejuela cambiase su nombre original, el de Pasadizo de San Justo, por el del Pasadizo del Panecillo.


Dice Pedro de Répide de este lugar:

De la calle de San Justo a la de la Pasa, b. del Ayuntamiento, d. de la Latina, p. del Buen Consejo.

Es un estrecho pasadizo formando escuadra, que se halla entre la iglesia de San Justo, hoy pontificia de San Miguel, y el palacio episcopal. En 1829 dióse orden para que fuese cerrado, como continúa siéndolo, para evitar aquel escondite peligroso, por servir para que se ocultaran en él los malhechores cuando les favorecían para ello las sombras de la noche.

Tomó su nombre de que en un tiempo del arzobispo D. Luis Antonio Jaime de Borbón se repartía por una ventana del palacio arzobispal un panecillo a cada pobre de los que acudían diariamente, limosna que hubo de suprimirse por los continuos escándalos que ocasionaba su reparto.

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