La calle de la Pasa transcurre entre la plaza de Puerta Cerrada y la plaza del Conde de Barajas.
Hay una leyenda muy antigua del viejo Madrid, que dice “Quien no pasa por la Calle de la Pasa, no se casa”. Esto se debe a que en ésta misma calle y pegado a la Plaza del Conde de Barajas, se ubicaba en éste Madrid del Siglo XVIII, el Palacio Arzobispal, donde se encontraba la vicaría para todo aquel que quisiera casarse; y de ahí el dicho castizo, por el cual para poder contraer nupcias por la Iglesia, había que pasar por este trámite en ésta calle.
Luego al traspasar éstas dependencias a la calle de Bailen, se
decía por entonces, que “El que no pase por la Calle Bailén, no se casará bien”,
culminando los dichos populares con el Registro Civil de la Calle Pradillo,
entonces sería... “quien pasa por Pradillo, se casa sin monaguillo”. El ingenio al
poder…
El nombre de calle de la Pasa tiene su origen en que existió
hace tiempo la sana y benéfica costumbre de repartir puñados de pasas a los
mendigos desde una puerta del palacio episcopal que daba a esta calle. Costumbre suprimida más tarde por el alboroto que se formaba en los alrededores
(costumbre similar a los panecillos que el cardenal-infante y arzobispo de
Toledo, Luis de Borbón y Farnesio, daba como limosna desde una ventana sobre el
pasadizo que dio nombre al de los panecillos).
Dice Pedro de Répide de esta calle:
De la plaza de Puerta Cerrada a la del Conde de Miranda, b. del Ayuntamiento, d. de la Latina, p. del Buen Consejo.
Toma su nombre de la limosna, de unas pasas, que juntamente con el panecillo, que dio nombre al inmediato pasadizo, instituyó el arzobispo D. Luis de Borbón.
«El que no pasa por la calle de la Pasa no se casa». Así dice un adagio madrileño, refiriéndose a las oficinas de la Vicaría, que se hallan en esta calle; pero es una afirmación demasiado confiada, ya que es evidente que se hacen muchos matrimonios sin llegar al tribunal eclesiástico, y hasta sin avanzar hasta sus dependencias, en la propia calle que tratamos.
En ella se halla también la Comisaría General de Cruzada, en cuyas habitaciones murió el arzobispo de Toledo, don Enrique Almaraz, casi al mismo tiempo que dejaba de existir en Roma el Papa Benedicto XV.
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