La calle de la Reina va desde la calle de Hortaleza a la calle del Marqués de Valdeiglesias, bs. de Jardines y de las Torres, ds. del Centro y del Hospicio, ps. de San Luis y de San José.
Se llama así esta calle por haber sido puesto en ella el trono donde la reina presenció la procesión que se hizo al Cristo de la Paciencia, origen análogo al de la tradición de la calle de las Infantas.
El colegio y la Iglesia fueron demolidos cuando empezaron las obras de la Gran Vía.
Llamóse así esta calle por haber sido puesto en ella el trono desde donde la reina presenció la procesión que se hizo al Cristo de la Paciencia, de la que se habla al tratar de la plaza de Bilbao, origen análogo al de la tradición de la calle de las Infantas. De entonces data igualmente la denominación de esas pastas llamadas «paciencias», que un confitero hizo en aquella ocasión, y por el gusto con que las comía la soberana alcanzaron prontamente boga, siendo, como los mojicones, o botones del Mojigón del Corpus, una derivación de las devociones populares a la clásica repostería madrileña.
La calle de la Reina que fue llamada Prim desde la revolución de septiembre hasta la Restauración, ha sido transformada con motivo de la Gran Vía. Todos sus edificios de la acera de los números pares son modernos y corresponden a las accesorias de las casas de la Avenida del Conde de Peñalver. Algunas de los impares de aquella calle fueron construidos con suntuoso aspecto, por haber supuesto sus propietarios, quienes creían en la grandeza de la nueva vía proyectada, que esa acera sería una de las de la avenida, más anchurosa en la fantasía que en la realidad.
La parte completamente renovada de la calle de la Reina ha hecho desaparecer dos interesantes edificios. Era uno el palacio Masserano, así llamado por haber sido residencia del príncipe de ese título, que era coronel de la Guardia de Corps. En esa casa hospedóse, en tiempo de José Bonaparte, el general francés Abel Hugo, quien vivió allí con su mujer y sus hijos, el mayor de los cuales era paje del rey intruso, así como el padre había sido hecho marqués de Cogolludo y conde de Cifuentes. Otro de los hijos era Victor, el futuro gran poeta, que en Madrid se educó y de aquí se llevó el germen del romanticismo.
Esa casa fue, a fines del reinado de Fernando VII, fonda de Genieys, la más elegante de la corte y templo de los refinamientos gastronómicos. Allí se hospedó Joaquín Rossini, con su amigo el opulento marqués de las Marismas, don Alejandro Aguado, y allí compuso el famoso «Stabat Mater», que se cantó por primera vez en la iglesia de San Felipe el Real.
En aquel comedor de los románticos donde Larra entró muy a menudo, fue en el que Espronceda, que tantas veces acudió allí acompañado de Teresa, la cual vivía muy cerca, en el número 1 de la calle de San Miguel, oyó a García Gutiérrez, desconocido entonces, la lectura de «El Trovador».
En los últimos años del siglo XIX, el viejo palacio Masserano sirvió de local a la redacción de dos periódicos famosos: "El Resumen" y el "Heraldo de Madrid", y en sus primeros tiempos, dirigidos uno y otro por Augusto Suárez de Figueroa, y redactados por los mejores escritores de su tiempo. La planta baja de aquel caserón estuvo ocupada en sus últimos días por el teatro Zorrilla, un salón de aficionados, tan mezquino como grande el poeta de quien le dieron nombre.
Esquina a la calle de San Jorge estaba el colegio de Nuestra Señora de la Presentación, vulgarmente llamado de las Niñas de Leganés, fundado en 1630 por D. Andrés Espínola, quien dotó esta institución, de las más famosas de Madrid, con unas casas que poseía en la misma calle de la Reina, señalándole, además, la renta de treinta mil reales, impuesta en pisos y lugares de montes de Roma.
El fundador dispuso que en ese colegio se recibiesen y criasen todas y solas las niñas que pudieran sostenerse con el producto de las rentas; pero que no fuesen admitidas sino las destituidas de todo favor humano y que, contando de seis a diez años de edad, fuesen de buena salud y capacidad intelectual. Que se prefiriese a las más agraciadas, por la mayor ocasión que tenían de perderse, y que de ninguna manera se recibiera a las que tuviesen defectos físicos que las impidiese conseguir salida para casada, religiosa u otro destino que le permitiera vivir con decencia. Dio el patronato a su primo el marqués de los Balbases y sucesores de su casa y mayorazgo, con la prevención de que durante las ausencias del patrono ejerciera este cargo el marqués de Leganés, como tuvo efecto a mediados del mismo siglo XVII, razón por la cual fueron conocidas las educandas con el nombre vulgar ya señalado.
La iglesia era pequeña, con planta de cruz griega, muy parecida en su estructura y decoración al crucero de San Isidro el Real, por lo que se supuso que sería obra del mismo arquitecto que la Colegiata, empezada dos años antes el hermano Francisco Bautista, coadjutor de la Compañía de Jesús. Había un cuadro muy notable, que se hallaba en el altar mayor. Era obra de Alonso del Barco, y aprecian en él San Joaquín y Santa Ana, rodeados de sus parientes y de las personas más ilustres de Jerusalén, presentando a la Virgen María en el templo.
En el Colegio de las Niñas de Leganés se refugió la marquesa de Esquilache, cuando al estallar el motín contra su esposo, el ministro de Carlos III, hubo de huir de su casa, la de las Siete Chimeneas, en la calle de las Infantas. El colegio y la iglesia fueron demolidos cuando comenzaron las obras de la Gran Vía, y su nombre ha quedado unido al de otro paraje muy madrileño: los jardinillos de la calle de Bailén, frente a la nueva catedral de la Almudena, que se llama de las Niñas de Leganés, por haber pertenecido a este instituto las casas que se alzaban sobre esos terrenos.
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