sábado, 11 de febrero de 2023

Calle del Prado


Calle del Prado

La calle del Prado es una calle del Madrid de los Austrias, dentro del Barrio de las Letras. Desciende desde la calle del Príncipe hasta la plaza de las Cortes. En su recorrido va haciendo esquina a las calles de Echegaray, Ventura de la Vega, la del León y Santa Catalina. En el número 21 se levanta el edificio del Ateneo de Madrid.

Es muy probable que el origen de su nombre se lo diera el comisario de comedias Francisco de Prado vecino de esta calle a finales del siglo XVI, que hasta muy poco antes había sido camino. La tradición popular lo asocia a su vecindad con el antiguo prado de San Jerónimo, luego paseo del Prado.

Pedro de Répide, citando a Mesonero, menciona algunos curiosos vecinos de la calle del Prado, como la hermosa, redicha y brava hortera Pepa la Naranjera, que tenía su puesto de fruta esquina a la calle del Príncipe a comienzos del siglo XIX; de distinto estamento social era otro vecino, el doctor Joaquín Hysern, defensor de los procedimientos homeopáticos, fallecido en esta calle el 14 de marzo de 1883.

En el número 24, antiguo palacio de los condes de San Jorge, tuvo su primitiva oficina la Sociedad de Autores; y en la mencionada casa de Abrantes, esquina a la calle de San Agustín, estuvo la redacción de El Globo, fundado por Castelar, el primer diario madrileño que publicó grabados, lujo reservado a las publicaciones de menor periodicidad, como los semanarios.

La del Prado fue, durante muchos años, calle de anticuarios, y —como señala Répide con agudeza— la paradoja quiso que en ella se domiciliara el Estado más nuevo de Europa, la URSS, que sustituyó a la Embajada del Imperio Ruso.

El cronista Ramón de Mesonero Romanos, en su Antiguo Madrid, da noticia de la presencia del "Mentidero de los representantes" a la entrada de la calle del León por la del Prado, en un ensanche que apenas llegaba a plazoleta. De allí pasó en los primeros años del siglo XIX a la nueva Plaza de Santa Ana abierta frente al Teatro del Príncipe.

Sin ilustración pública no hay verdadera libertad, proponía como lema en su inicio el reglamento del Ateneo de Madrid, en su primera fundación, el 1 de junio de 1820, y lo firmaban 92 personajes distinguidos de la política, las ciencias y las artes, encabezados por Castaños, general de la Guerra de la Independencia Española, su colega el General Palafox, y otros militares de perfil ilustrado, como Valentín Ferraz o Carlos Palanca. Instalado en principio en la calle de Atocha, fue desmantelado con el regreso del Rey Felón. Muerto Fernando VII, la Sociedad Económica Matritense propuso en 1835 la restauración del Ateneo, que se ubicó en principio en el edificio de la casa llamada de Abrantes, en la calle del Prado, sobre la imprenta de Tomás Jordán, y siendo nombrado presidente el Duque de Rivas.

Resultó tener espíritu nómada la docta institución, pues poco después de su primera instalación en la calle del Prado la noche del 5 de diciembre de 1835, se mudó al número 27 de la misma calle. Se alejó luego temporalmente de la calle del Prado, trasladándose a la calle Carretas y, en 1837, siendo presidente Francisco Martínez de la Rosa, cambió de nuevo de domicilio, sin salir del Barrio de las Musas, haciendo escala en la plazuela del Ángel; de allí paso aún a la calle de la Montera, donde permaneció hasta el 31 de enero de 1884, fecha en que fue inaugurado el edificio del Ateneo de Madrid en esta calle del Prado, a la altura del número 22.

Además de las habidas en el Ateneo, pueden mencionarse otras históricas tertulias en la calle del Prado.

El café de Venecia fue quizá el primero o más antiguo de la calle fue el café de Venecia, haciendo esquina con la calle del Príncipe, en la parte más alta de la calle, junto a la plaza de Santa Ana. El "Venecia", propiedad de Felipe Juliani, se inauguró al principio de la Década Ominosa (últimos años del reinado de Fernando VII) y estuvo vivo hasta finales del siglo XIX. Al parecer disponía de un animado billar y, por su vecindad al mentidero era muy popular entre los comediantes que ajustaban allí mismo sus contratos cuando afuera no lo aconsejaba la meteorología estacional.

Los genios del café del Prado: Benjamín Jarnés, Humberto Pérez de la Ossa, Luis Buñuel, Rafael Barradas y Federico García Lorca. Posando ante el Café del Prado, en el Madrid de 1923.

De especial relevancia fue la clientela del antiguo café del Prado , nacido a finales del verano de 1868, pocos días antes de la Gloriosa, y situado haciendo esquina con la calle del León, razón por la cual disponía de dos puertas, una a cada calle. En sus techos revoloteaban pinturas de pequeños ángeles.

Al inicio de la década de 1870 y bajo tales querubínes, tocaba el violín los domingos un joven Tomás Bretón acompañado al piano por Teobaldo Power. Cierto domingo los músicos recibieron la visita de un soberbio joven de diez años y larga melena. Aquel niño que se acercó a los músicos para darles palique, se llamaba Isaac Albéniz.

Mientras, en las mesas del café del Prado vaciaban sus plumas y su inspiración los Gustavo Adolfo Bécquer (que escribió aquí algunas de sus Rimas y Leyendas), los Menéndez Pelayo y los Ramón y Cajal, de cuya experiencia saldría su libro Charlas de café.

Continuando con la cabalgata de genios, en los locos años veinte madrileños, solía reunirse en el café del Prado un grupito compuesto por Luis Buñuel, Federico García Lorca, Benjamín Jarnés, Humberto Pérez de la Osa y Rafael Barradas.

Poco antes de su desaparición, ya era un símbolo y un tópico escuchar a su veterano camarero "Dionisio" contestar al saludo "¿Qué hay, Dionisio?", con un filosófico "Mucho mal y mal repartido". Así lo relataron algunos de sus últimos contertulios, como el actor Manolo Gómez Bur o el académico Melchor Fernández Almagro.

El Levante del Prado: Habla el cronista Répide de un café de Levante en el número 10 de la calle del Prado, homónimo de los del entorno de la Puerta del Sol, que con su emblemático cuadro de los ajedrecistas sobre la puerta de entrada, pintado por Leonardo Alenza para el local anterior, se abría a la tertulia, el juego y la intriga. Se trataba efectivamente del nuevo emplazamiento del antiguo café de Levante que se había llevado por delante la ampliación de la Puerta del Sol, en 1858.

Otros populares cafés de la época en esta vía fueron:

El dorado, entre cuyos parroquianos estuvo el maestro Tomás Bretón, compositor de La verbena de la Paloma, que a partir de los años veinte pasó a ser un reputado salón de billar.

El Café Moratín, esquina a la calle del Lobo, abierto el 30 de diciembre de 1853.

El Café de las Cuatro Estaciones, que se inauguró el 12 de abril de 1835, y entre cuyos 'distinguidos' clientes se contaba Aquilino Tinajas, más conocido como el Tío Chaleco, compadre de don Luis Candelas y dueño de un ventorro en el camino de Hortaleza, donde suelen refugiarse también otros secuaces de la banda de Candelas, como Paco el Sastre y Mariano Balseiro.

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Dice Pedro de Répide:

De la calle del Príncipe a la plaza de las Cortes, bs. del Príncipe, de Cañizares y de Cervantes, d. del Congreso, ps. de San Sebastián y de San Jerónimo. 

Ocioso es decir que esta calle se llamó así porque conducía desde el interior de la corte al viejo prado de San Jerónimo. Es una calle muy madrileña, en la que, a la entrada de la del León, estaba en el siglo XVII el famoso mentidero de los comediantes. En la calle del Prado, esquina a la del Príncipe, tenía su puesto la famosa Pepa la «Naranjera», que en el Madrid de las postrimerías de Fernando VII alcanzó por sus donaires tanta celebridad como su hermosura. Y en esa calle estuvo el café de Levante cuando ostentaba sobre su puerta la muestra pintada por Alenza. 

Las casas de la calle del Prado números 1 y 3 tienen una servidumbre de paso a favor del teatro Español, que ha quedado utilizada para hacer una entrada especial al palco regio. Este fue, en el siglo XVII, según escritura que otorgó el Ayuntamiento el 1 de septiembre de 1631 ante el escribano don Juan Manrique con doña Juana González Carpio, propietaria de la casa número 1, el lugar por donde se entraba a la cazuela de mujeres en el Corral del Príncipe. Y en 1806 fue adquirida la casa contigua, propiedad de doña María Reclusa, para formar la caja de la escalera y paso al aposento del príncipe de la Paz, que es hoy el palco real.

Esquina a la calle del León permanece la casa número 20 tal y cómo se hallaba cuando, al estallar la revolución de julio de 1854, fue saltada por ser la vivienda del conde de San Luis, jefe del Gobierno caído. Sartorius, representación de los polacos, sufrió el desvalijamiento completo de su domicilio, cuyos riquísimos y artísticos enseres ardían en medio de la calle, como al mismo tiempo acontecía con los muebles y maravillas de arte arrancados de la casa de Salamanca, en la callede Cedaceros, y del palacio de la reina madre, en la calla de las Rejas. 

En el número 21 existe el edificio del Ateneo de Madrid. Esta Corporación que tan justamente puso en su emblema la lámpara de Palas, fue fundada el 1 de junio de 1820 por un grupo de hombres eminentes. «Sin ilustración pública- decían en el comienzo del reglamento- no hay verdadera libertad.» Y así, aquellos ciudadanos se propusieron «la formación de una Sociedad patriótica y literaria, para la comunicación de las ideas, el cultivo de las letras y de las artes, el estudio de las ciencias exactas, morales y políticas y contribuir, en cuanto estuviese a su alcance, a propagar las luces entre sus conciudadanos». Firmaban el reglamento Castaños, Palanca, Palafox, Flores Calderón, Alcalá Galiano, Ferraz, el duque de Frías y hasta noventa y dos nombres conocidos en las ciencias, las artes o la política. 

Instalóse el Ateneo en la calle de Atocha, frente a la de Relatores, y alcanzó tan rápida autoridad, que el Gobierno le encargó varias consultas importantes, entre ellas, un proyecto de Código penal. Pero cayó el régimen constitucional y la reacción absolutista de 1823 persiguió enconadamente al Ateneo, cuyo mobiliario y archivo, en espera de mejores tiempos, recogió D. Pablo Cabrero en su casa de la Platería de Martínez. 

Doce años duró aquel oscurecimiento del Ateneo. La muerte de Fernando VII dejó cobrar nuevos alientos al sentimiento liberal, que era el que había de afirmar el Trono de la tierna reina Isabel, y se pudo pensar otra vez en las manifestaciones culturales, ya que parecían pasados para siempre los tiempos de 1824, en que los doctores de la Universidad de Cervera hacían al rey aquella declaración, que decía: «Lejos, muy lejos de nosotros, la peligrosa novedad de discurrir.» Así ocurrió que en la junta extraordinaria que celebró el 31 de octubre de 1835 la Sociedad Económica Matritense acordóse, a propuesta de D. Juan Miguel de los Ríos, gestionar con el Gobierno la restauración del Ateneo. Nombróse una Comisión, formada por Olózaga, el duque de Rivas, Alcalá Galiano, Juan Miguel de los Ríos, López Olavarrieta, Fabra y Mesonero Romanos, la cual consiguió de la reina gobernadora la real orden de 16 de noviembre autorizando la instalación del Ateneo, que diez días después se reunía, en la calle del Prado, esquina a la de San Agustín, casa llamada de Abrantes, y en su planta baja establecimiento tipográfico de D. Tomás Jordán. A esa reunión concurrieron todas las notabilidades de la época: Castaños, Argüelles, Istúriz, Alcalá Galiano, Martínez de la Rosa, Martín de los Heros, Donoso Cortés, Fermín Caballero, Pacheco, Vallejo, Lagasca, Nicasio Gallego, Quintana, Gil y Zárate, Ventura de la Vega, Espronceda, Bretón de los Herreros, Larra, Ochoa, Agustín Durán, Revilla, Corradi, el marqués de Molins, los pintores Madrazo, Villaamil y Carderera, los actores Latorre, Romea y Grimaldi, y el músico Masarnau. 

Quedó elegida la Junta directiva, y en ella, como presidente, el duque de Rivas; consiliarios, Olózaga y Alcalá Galiano; tesorero, Olavarrieta; contador, Fabra, y secretario, Juan Miguel de los Ríos y Mesonero Romanos. La inauguración oficial se celebró el 6 de diciembre, y, en poco tiempo, las listas de la Sociedad contaban con doscientos noventa y cinco socios, entre los que se hallaban los nombres de los eminentes en todas las manifestaciones de la inteligencia. 

Poco después pasó el Ateneo a instalarse, aunque estrechamente, pero no ya de prestado, en el piso principal de la casa frontera, número 27, de donde no tardó en trasladarse a más espacioso domicilio, en la calle de Carretas, número 33, donde pudo establecer cómodamente su biblioteca y salón de lectura, y, sobre todo, lo que había de ser honra y prez de la docta casa: la instauración de la cátedra pública, donde, desde los comienzos, se sostuvieron noblemente las más diversas opiniones, alternando en ellas hombres tan opuestos en ideas como, por ejemplo, Olózaga y D. Fermín Caballero, y Donoso Cortés y el canónigo Santaella. Así nació la honrosa reputación del Ateneo, que mereció ser llamado la Holanda del pensamiento. 

A fines de 1837 era presidente de esta Corporación D. Francisco Martínez de la Rosa, quien mudó el Ateneo a otra casa mejor, en la plazuela del Ángel, número 1, de donde fue a la calle de la Montera, número 22, donde había estado el Banco de San Carlos, casa amplia, donde continuó durante muchos años su tradición cultural, y en la que permaneció hasta edificar mansión propia en la calle del Prado. 

Esta es la obra de los arquitectos D. Luis Landecho y D. Enrique Fart, y se inauguró el 31 de enero de 1884. Su fachada es estrecha, y en ella sólo hay espacio para la puerta de entrada y un balcón que la domina. Tres medallones ostentan las efigies de Cervantes, Alfonso X y Velázquez. El salón de sesiones es de considerable capacidad, y tiene el techo pintado por Arturo Mélida. Rodea su planta un zócalo coronado por los retratos de varios presidentes del Ateneo. En los departamentos interiores hay pinturas de Lhardy, Monleón, Campuzano, Beruete, Taberner y otros artistas, y en la galería de retratos de socios ilustres hay obras de Espalter, Madrazo, Casado del Alisal, Rosales, Sala y otros célebres pintores. 

Gala principalísima del Ateneo de Madrid ha sido siempre su biblioteca, la más nutrida y valiosa de cuantas particulares existen en la capital de España. Siempre recordaremos con devoción la biblioteca del Ateneo, cuando concurríamos a ella en nuestros tiempos mozos y veíamos sus pupitres ocupados por los literatos y pensadores más eminentes. «Clarín» trabajaba constantemente allí; Picón era también muy asiduo, y algunas veces acudía a hojear las últimas revistas y los libros recién llegados Emilia Pardo Bazán. D. Joaquín Costa armonizaba su grandiosa figura con grandes pilas de libros, entre los que aparecía su busto coloso. Azcárate asistía allí con frecuencia, Eusebio Blasco escribía allí muchos de sus artículos. Y a veces, un dependiente de la casa entraba presurosamente a solicitar un determinado volumen. Era para bajarlo a «Cacharrería», donde Echegaray pontificaba y quería reforzar sus argumentos con tal o cual texto que recordaba o le venía a la memoria. 

Últimamente había cambiado el aspecto de la biblioteca. Solamente la presencia del venerable Carracido y la de algún que otro escritor contemporáneo podía hacer recordar su antiguo carácter. Había sido necesario sacrificar los dos salones de lectura contiguos para extender indefinidamente el número de pupitres que se poblaban de una muchedumbre de jóvenes, más que estudiosos, estudiantes, quienes iban allí a aprender los apuntes de la carrera o el programa de unas oposiciones. Esto creaba una enorme masa neutra, de apreciables muchachos, que se restituían a sus provincias una vez terminada su lucha por una situación y que quitaban al Ateneo su aspecto de Centro superior, al que antes iba todo el mundo con su carrera concluida y era lugar de reunión de personalidades culminantes. 

La voz de los hombres más insignes ha resonado en la cátedra del Ateneo. Allí se han celebrado también actos oficiales. Cánovas del Castillo, que era un hombre de gran talento y cultura, quería mucho a esta Corporación, y eligió su sala de sesiones para que se celebraran en ella las del Congreso Geográfico de 1893, que él hubo de inaugurar y presidir. En el mismo recinto se han representad obras dramáticas de altísimo valor artístico, y ajenas, por lo tanto, al criterio industrial de los empresarios. Así, "Asclepigenia", de D. Juan Valera; "Fedra", de Unamuno, y hasta algún diálogo de Platón. 

Allí también D. Segismundo Moret, ya en el ostracismo, pronunció su postrer y memorable discurso con el tema de "José Bonaparte”, arrancando entusiastas aplausos su elocuencia cuando describía el paso del rey fugitivo por la frontera. 

El miércoles 20 de febrero de 1924 ha sido clausurado el Ateneo por el Directorio. Su último presidente, que ha permanecido breves días en su puesto al que pudo haber evitado llegar, era D. Armando Palacio Valdés, escritor que vivía en prudente retiro, halagado por la admiración con que se recordaban sus primeras novelas, y que ha turbado con poco acierto la serenidad del fin de su historia. 

En la casa número 20 falleció, el 14 de marzo de 1883, un médico famoso, que se distinguió por su fe para propagar y sostener el procedimiento homeopático: D. Joaquín Hysern. 

La tradición de la calle del Prado, en punto a cafés, no se detiene en el viejo de Levante. Célebre era el de Venecia, esquina a la calle del Príncipe, que fue como una continuación bajo techado del mentidero de comediantes y bolsa de contratación del histrionaje en los últimos días del reinado de Fernando VII. Otro café de fama fue Eldorado, del que han quedado solamente los billares, y, en fin, esquina a la calle del León permanece el del Prado, uno de los pocos que conservan el antiguo aspecto de esos establecimientos. 

En el número 24, antiguo palacio de los condes de San Jorge, se halla instalada la Sociedad de Autores, y en el piso bajo de la ya mencionada casa de Abrantes, esquina a la calle de San Agustín, muy características con sus rejas panzudas, estuvo la redacción de "El Globo", recién fundado por Castelar y dirigido por Alfredo Vicenti, ostentando en la muestra dorada el famoso emblema de la pluma y el lápiz cruzados, porque fue el primer diario que publicó grabados, ornato reservado hasta entonces a las publicaciones quincenales y semanales. 

Un aspecto típico de la calle del Prado es el de las tiendas de antigüedades, que abundan en ella especialmente y se extienden por las afluentes, formando así un barrio dedicado en especial a ese comercio. Por interesante paradoja, en esta calle, donde se recogen y valoran las antiguallas, vino a situar su representación el Estado más nuevo de Europa, aniquilador de todo lo viejo, pues en ella se domicilió la Oficina rusa de los Soviets, sustituyendo a la Embajada del imperio de los zares. 

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