viernes, 10 de febrero de 2023

Calle de Preciados

Calle de Preciados

Preciados es una calle que comienza en la Puerta del Sol (una de las diez calles que desembocan en la Puerta) y termina en la Plaza de Santo Domingo, pasando por la plaza de Callao, donde hace un quiebro a la izquierda.

Primeramente se llamó Cava del Arrabal. La mayor parte del terreno de esta calle pertenecía a la casa de campo que tenían los reyes de Castilla como quinta de recreo y otra parte pertenecía a las eras del convento de San Martín. Posteriormente, dos hermanos apellidados Preciado y conocidos por “los Preciados”, compraron a los monjes estas tierras y construyeron en ellas sus casas. En ellas establecieron el peso real, porque tenían arrendado el almotacén (persona o entidad que se encargaba oficialmente de contrastar las pesas y medidas) de la Villa. Y se hicieron tan famosos por cumplir a rajatabla su oficio de comprobación e imponer las correspondientes multas a los mercaderes que no tenían pesas, que la calle que empezaban a edificar tomó su nombre.

Existe un callejón de igual denominación que comunica ésta de Preciados con la del Maestro Victoria y que en tiempos se llamaba callejón del Codo, por la forma que tiene.

En la misma calle de Preciados estaba la plazuela del Conde de Mora que era un ensanchamiento de la propia calle y que tomó el nombre de la casa del conde de Mora aquí situada y que al ser derribada dio origen a la plaza. La plazuela desapareció al construirse la calle de Preciados junto con otra plazuela, la de Palayuelos, de la que no se sabe con exactitud su emplazamiento. Ésta debía su nombre a un hombre apellidado Palayuelos que vivía aquí.

En la esquina de la calle con la Puerta del Sol estuvo la primera Inclusa de Madrid denominada Casa Real de Nuestra Señora de la Caridad y San José

Ya en el siglo XX, en 1943 el empresario Pepín Fernández emprendió sus actividades comerciales en esta céntrica vía abriendo uno de los primeros centros comerciales madrileños, Galerías Preciados, que tomó el nombre de la calle.

Se trata de una calle con diversos locales comerciales y ocupa el quinto puesto de las calles del mundo donde es más caro el alquiler. Es famosa por la presencia de El Corte Inglés y otras franquicias internacionales.

Junto con la vecina calle del Carmen, fue una de las primeras vías urbanizadas como peatonales por el Ayuntamiento de la Villa, en los años setenta.

Es un punto turístico de la capital abarrotado todo el año de gente, de músicos y de multitud de tiendas de artículos folclóricos.

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Dice Pedro de Répide:
 
Casi al centro de la Puerta del Sol, antes de la reforma de 1854, comenzaba esta calle, que también fue hasta entonces angosta, más estrecha que la del Carmen, y, desde luego, que todas las afluentes a aquella plaza central, ombligo de la corte. 

En esta calle comenzaba la de Peregrinos, que es el actual trozo de la calle de Tetuán que va hasta la plaza de Celenque, y tomó su nombre del hospital fundado por la cofradía de Nuestra Señora de Gracia el año 1555. Abren también a ella la breve de Rompelanzas, recuerdo de accidentes vulgares, como el de haberse roto al dar la vuelta por ella la lanza del coche del corregidor don Luis Gaytán de Ayala, y luego la del carruaje del presidente del Consejo de Indias, con lo que vino a perpetuarse la torpeza y tozudez de unos cocheros. El callejón de Preciados, que también fue llamado del Codo, y cuyo nombre está tomado del de la calle. La de Capellanes, que más que a los de las Descalzas, recuerda el título de un salón de baile famoso y representativo de una época de la sociedad española. La plaza del Callao, recientemente modificada por las obras del segundo trozo de la Gran Vía. El postigo de San Martín, relacionado con la creación de la calle Preciados. La de la Ternera, en cuyo número 5 murió D. Luis Daoíz el mismo día 2 de mayo de 1808. La de las Veneras, llamada así por los escudos de la casa de don Alonso Muriel y Valdivieso. Y, finalmente, la Costanilla de los Ángeles, que recuerda la existencia del monasterio que fundó doña Leonor Mascareñas, dama de la emperatriz doña Isabel, y aya de Felipe II y del príncipe D. Carlos. 

La mayor parte del terreno de la calle de los Preciados pertenecía a la quinta real, residencia de placer de los monarcas de Castilla, de la que hoy queda el huerto de las Descalzas Reales y el convento edificado sobre el egregio palacete. Y parte también era el camino de las eras del monasterio de San Martín. Dos hermanos, que tenían por apellido el de Preciado, adquirieron esas tierras y labraron en ellas sus casas, donde establecieron el peso real, porque eran arredantarios de la almotacería de la villa. Cumplieron tan a maravilla su oficio, reconociendo con escrupulosidad pesas y medidas, imponiendo los doce maravedises de multa a los mercaderes que tenían faltas las pesas y haciendo que fueran azotados algunos expendedores defraudadores del comprador, que merecieron bien de sus convecinos, fueron famosos, quedando su nombre a la calle que ellos comenzaron a edificar, y al cabo de los siglos se ha podido comprobar que de hombres tan celosos del bien público bueno es que haya permanecido la memoria, ya que no ha podido quedar el ejemplo. 

La primera casa de la calle de los Preciados o de Preciados, como por simplificación se llama, era hasta mediados del siglo XIX la casa real de Nuestra Señora de la Caridad y San José, de niños expósitos, vulgo la Inclusa. El 21 de mayo de 1567 se fundó en Madrid una cofradía de Nuestra Señora de la Soledad en el convento de la Victoria, la que en pocos años, habiendo juntado un gran fondo de limosnas, tomó una casa cerca de la iglesia de San Luis obispo, con lo que dio principió a la buena obra de recoger a los niños que sus padres abandonaban por los portales y arroyos de la corte. Luego compraron la casa de la calle Preciados, en la que, habiéndose extinguido la congregación fundadora, quedó bajo el patrimonio real, y trasladóse finalmente a la calle Embajadores donde en la casa del Colegio de la Paz permanece, mientras se habilita el nuevo edificio construido al final de la calle de O'Donnell, donde ha de ser instalada la Inclusa, nombre con que por corrupción de Enckausen, lugar de Holanda de donde un soldado trajo en tiempo de Felipe II la imagen de la Virgen que se veneraba en la capilla de ese asilo, ha quedado tradicionalmente designada esa institución, más piadosa en los fines para que fue creada, que en los medios para realizarlos. 

Quiso el Concejo en 1671 ensanchar la calle de los Preciados, pero el Consejo de Castilla opuso su veto, aunque accedió a ello dos años después, en vista de los insistentes deseos de la villa, que a pesar de todo no consiguieron por el pronto sino hacer una vía de menor angostura. Tanto, que en ella se llamaron plazuelas dos lugares en que brevemente se ampliaba la calle. Una ante la casa que edificó D. José de Rojas, conde de Mora, y que frente a la calle de Rompelanzas se llamaba «Plazuela propia del conde de Mora», y otra llamada de Palazuelo, por hallarse delante de la casa del escribano del Consejo de Aragón así llamado. 

Modernizada en su aspecto general esta vía, tiene dedicadas todas sus casas no sólo en las plantas bajas, sino también en los pisos, a establecimientos comerciales o industriales, y hasta la mansión más señorial que tiene, el palacio de los marqueses de Montalvo, que era la única que se conservaba libre del aspecto mercantil, sustituyó hace unos años por tiendas las habitaciones del piso bajo. Sólo una casa antigua permanece en esta calle de Preciados ostentando su carácter arcaico, y es fortuna que así sea. La señalada con el número 26. Aquí vivía el intendente D. Manuel Almira, grande amigo de Daoiz, quien desde su casa en la frontera calle de la Ternera pasaba todas las noches a divertir en ésta la velada. Como la historia es gran indiscreta, ha querido encontrar razones más íntimas y cordiales a la continua presencia de D. Luis Daoiz en aquella vivienda, que la mujer de Almira presidía con la gracia de una extraordinaria belleza. 

Dos casas más abajo nació un glorioso mártir de la Libertad. En la moderna construcción que se alza en lugar de aquella hay una lápida coronada por un busto del triste caudillo, y cuya leyenda dice así: «Aquí nació el general D. José María Torrijos; defendió la independencia y la libertad de la patria, y murió en 11 de diciembre de 1831, arcabuceado en Málaga, por haber intentado restablecer con las armas la Constitución.» Inscripción es ésta donde quisiéramos que sobre el mármol hubiera además grabada una frase de execración y de horror contra los verdugos de aquel hombre esforzado y generoso. 

No queda tampoco vestigio de otra casa interesante. La de las Parrillas, que se hallaba esquina a la de las Veneras, y tomaba su nombre del escudo que en su fachada había, igual que el de la casa del Nuevo Rezado, en la calle del León, y perteneciente asimismo al monasterio del Escorial, a quien la dejó la reina Josefa Amalia de Sajonia, tercera mujer de Fernando VII, para que con su renta se dijesen misas por ella todo el año. 

En el número 7 antiguo, cuarto segundo, entre la tapia del convento de las Descalzas, que, como ya queda indicado, llegaba hasta la calle de Preciados, y el postigo de San Martín, vivía durante los últimos años del reinado de Fernando VII, con su padre, el médico don Celestino, su hermano José y su hermana, el que entonces joven abogado inquietaba por la fogosidad de su palabra y su temperamento de acción a D. Tadeo Calomarde: Salustiano Olózaga. Allí reunía a sus amigos en la pintoresca hermandad de los «Caballeros de la Cuchara», y, entre burlas y veras, iniciaba a algunos de ellos en el arte de conspirar. Pero Olózaga, que siendo colegial había obtenido su primer triunfo oratorio desde una mesa del café de Lorencini, y había aprendido en su padre el odio a la tiranía absolutista, en el año 1831 conspiraba la verdad, y la estúpida traición de un médico, amigo de su familia y tenido públicamente hombre de ideas liberales, D. Maximiano González, hubo de delatarle a Calomarde, y Olózaga pasó de vivir en la calle de Preciados a ser encerrado en la cárcel de la Corte, de donde se evadió en aquella famosa fuga, que algunas han querido ver inspirada y ayudada por la princesa de Beira, cuñada y luego esposa de D. Carlos María Isidro, prendada aquellos días de la apostura del gallardo revolucionario. 

En el número 5 actual de la calle de Preciados murió, el 18 de agosto de 1915, un hijo ilustre de Madrid, D. Luis Díaz Cobeña, gloria del foro, hombre tan enamorado de su profesión, que rechazó por dos veces la cartera ministerial de Gracia y Justicia para consagrarse únicamente a la abogacía, y fino espíritu, amante y cultivador de las bellas artes, a las que dedicaba recoletamente sus devociones de poeta. 

La moderna calle de Preciados, amplia y animada por su tráfico constante, fue objeto de un proyecto de reforma, a título de su prolongación, que atravesando la plaza del Callao, calles de Jacometrezo, Tudescos, Perro, Silva, Ceres y Ancha de San Bernardo, había de ir hacia la plaza de San Marcial. Este trazado se realiza ahora con la segunda mitad del segundo trozo y todo el tercero de la Gran Vía. Cuando murió Pi y Margall lanzóse la idea de dar su nombre a la calle de Preciados, como cuando murió Castelar se hablo de dar el suyo a la calle del Arenal o a la Ancha de San Bernardo. El intento no prosperó, porque, por excelsos que sean los nombres a quienes se pretende honrar, no debe perturbarse la nomenclatura establecida de las calles, y más cuando, siendo tan importantes y populosas, ocasiona el cambio grandes trastornos al vecindario y al comercio, que se encuentran mudados de casa sin haber trasladado su domicilio. Pero el nombre glorioso de Pi y Margall tendrá su debido recuerdo precisamente al titular el segundo trozo de la Gran Vía, que toma para sí parte de la proyectada prolongación de la calle Preciados. 

Y así no dejara de formar parte de ésta su extensión comprendida entre la plaza del Callao la de Santo Domingo, donde permanecen algunos de los memorables recuerdos apuntados. Pedazo callejero muy lleno de vida madrileña; comunicación principal con los distritos de la Universidad y de Palacio, y en el que se halla uno de los pocos cafés a la usanza del siglo XIX que van que- dando en Madrid, el de Varela, que, en el mismo lugar de un colmado célebre, «El Sótano H», famoso hace treinta años, es la reunión de un mundo pintoresco, muy de café de barrio, en el que no falta la nota de la peña literaria, último trasunto también de la bohemia de otro tiempo.

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