La Calle de Mesonero Romanos, llamada en su origen calle del
Olivo, es una pequeña y céntrica calle que discurre entre la calle del Carmen y la calle del Desengaño.
Desde 1835, está dedicada a uno de los más ilustres
cronistas de la ciudad, el historiador, costumbrista y bibliotecario perpetuo
de la villa de Madrid, Ramón de Mesonero Romanos, el "Curioso
parlante", que nació en ella en 1803.
Hasta 1835, el nombre original de esta calle, dividida en
dos tramos, fue Olivo Alta, entre la calle del Desengaño y la calle de Jacometrezo,
y Olivo Baja, entre Jacometrezo y la calle del Carmen.
Los especialistas coinciden en que el origen del nombre
fuese el olivar o el olivo superviviente de él, que tuvieron los monjes del
convento de San Martín y que luego pasó a ser propiedad de Juan de la Victoria
Bracamonte.
Entre 1854 y 1856, esta calle de muchos nombres se llamó del
"General Dulce", militar participante en la vicalvarada de 1854. Más
tarde, con la construcción de la Gran Vía, la calle se vio afectada por el
conjunto de obras del magno proyecto.
Mesonero Romanos nació en la calle del Olivo el 19 de julio
de 1803, que cambió por el de su nombre actual en su honor.
Hay noticia de que Galdós, admirador y amigo de Mesonero,
vivió en esta calle en su época de estudiante; y de que también en ella, el
escritor valenciano Blasco Ibáñez montó su editorial
"Hispano-americana", con precios "sociales para libros de
temática social" (Dickens, Tolstoi...), como relata Arturo Barea en su
novela La forja de un rebelde. Años antes, otro novelista, Pío Baroja incluyó
en el escenario de esta calle la pensión de doña Casiana, personaje entrañable
de su trilogía La lucha por la vida. Y es natural que Baroja la escogiera como
referencia, pues también en la calle Mesonero Romanos tuvo sede El Imparcial,
diario madrileña en el que colaboraba don Pío. Más tarde, la imprenta y las
oficinas de aquél diario fundado en 1867 por Eduardo Gasset y Artime, abuelo de
José Ortega Spottorno, a su vez fundador del diario El País) fueron absorbidas
por la nueva Gran Vía en el año 1913.
Ya en el siglo XX, el año 1905, el librero y editor Gregorio
Pueyo trasladó su librería de la calle del Candil a esta calle, establecimiento
que convocó una tertulia de bohemios, modernistas y genios literarios como el
esperpéntico Valle Inclán (que acabó inmortalizando al librero en Luces de
bohemia con el mote de "Zaratustra"). Otros asiduos fueron el pintor
Juan Gris, el cronista Emilio Carrere o el desinhibido Felipe Trigo.
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Dice Pedro de Répide de esta calle:
De la calle del Carmen a la del Desengaño, bs. del Carmen y de San Luis, d. del Centro, ps. de San Martín y del Carmen.
Esta calle se llamaba antes del Olivo, dividida en Baja y Alta, siendo la primera el trozo entre las calles del Carmen y de Jacometrezo, y la segunda entre las de Jacometrezo y del Desengaño. Su terreno, como el de todos esos alrededores, perteneció primeramente al monasterio de San Martín, y después a Don Juan de la Victoria Bracamonte, fundador de la puebla que levó su nombre. Era un sitio en que había un olivar, propiedad que luego fue adquirida por D. Cosme Benit Esforcia, quien le hizo arrancar para construir allí unas casas, dando comienzo a la urbanización de aquel descampado.
Lleva actualmente ésta el nombre del famoso escritor madrileño, que nació en sus casas números 6 y 8, el 19 de julio de 1803, y murió en la de la plaza de Bilbao, esquina a la calle de San Bartolomé, el 30 de abril de 1884. En ésta, donde residió la mayor parte de su vida, conservan sus hijos y nietos el despacho del célebre escritor, tal como se hallaba cuando vivía allí «El Curioso Parlante».
Amantísimo de la villa que le vio nacer, a ella dedicó todos sus amores D. Ramón de Mesonero Romanos. Su historia, su vida y sus costumbres fueron el tema de sus escritos, y el progreso material y espiritual de Madrid fue el constante afán de aquel preclaro madrileño. El artículo de costumbres no es género que naciera al par que la literatura romántica, pues que el costumbrismo está en nuestra literatura clásica, en capítulos de la picaresca y determinadamente en cuadros sueltos, como los de «Día y noche de Madrid», de Francisco Santos, y «El día de fiesta», de D. Juan Zabaleta, entre otros ejemplos del siglo XVII. Pero al mismo tiempo que el romanticismo francés e inglés aparece en nuestras letras, resurgía esta manifestación literaria, que es verdaderamente realista. Larra y Mesonero fueron los primeros en cultivarla, y fue luego tan general que pudo hacerse un libro de ese carácter como «Los españoles pintados por sí mismos», en el que aparecen firmas de todos los escritores significados de aquella época.
Vivía Mesonero en la calle Angosta de San Bernardo, hoy de la Aduana, cuando comenzó a publicar sus producciones. El primer periódico de cuya Redacción formó parte fue «El Indicador», que publicó en 1822 D. José María Carnerero, y posteriormente por el en la de «Cartas Españolas», fundadas mismo periodista, comenzó a dar al público sus «Escenas Matritenses», primorosos cuadros del Madrid de fines del reinado de Fernando VII y de la regencia de María Cristina, momentos de renovación de la vida española, perfectamente reflejada en esos trabajos que Mesonero comenzó a hacer inspirándose en el ejemplo de los que de la vida parisiense había hecho Jouy, «El Ermitaño de la Chaussée d'Antin». El colorido y la fuerza de las «Escenas Matritenses» son grandes y corresponden en la literatura a la labor pictórica de Alenza. Algunas tienen tal vigor en el dibujo de caracteres, gracia del diálogo y movimiento de la acción, que valen por sainetes completísimos.
Publicó además Mesonero el interesante «Manual de Madrid», del que hizo tres ediciones: 1831, 1833 y 1854. «El antiguo Madrid», descripción demasiado somera, por desgracia, de parajes y monumentos de la villa. «Recuerdos de un viaje por Francia y Bélgica en 1840» y las curiosísimas «Memorias de un sesentón», documento de muy alto valor. Estudió, además, con admirable espíritu crítico, nuestro teatro clásico, y fue autor de algunas refundiciones del mismo.
Su nombre va unido al de considerables mejoras de la población, planeadas durante su paso por el Ayuntamiento, y debe ser recordado como fundador de la Caja de Ahorros, de las Escuelas de Párvulos y del Ateneo Científico y Literario. Trabajó con eficacia en la Sociedad Económica Matritense, y fue fundador de la Biblioteca Municipal, creada con el donativo de la suya propia.
Por las nuevas edificaciones del segundo trozo de la Gran Vía, ha quedado transformada en su parte final, donde, por cierto, estuvo muchos años la casa de «El Imparcial». La parte primera, angosta y típica, conserva su carácter, con sus comedores baratos y sus hostales de todo linaje.
Ramón de Mesonero Romanos (Madrid, 19 de julio de 1803 –
ibídem, 30 de abril de 1882). Sus estudios históricos y artículos de costumbres
dedicados a la capital española le hicieron acreedor de los títulos de cronista
y bibliotecario perpetuo de la villa de Madrid.
Era hijo de una influyente familia madrileña. Su padre,
Matías Mesonero, natural de Salamanca y aficionado a la literatura, falleció en
1820, dejando a Ramón a cargo de los negocios familiares.
El Trienio Liberal marcó profundamente al autor con su
atmósfera liberal y revolucionaria, a tal extremo que se alistó como miliciano
nacional con apenas dieciocho años. Por entonces publicó sus primeros cuadros
de costumbres: Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821
(Madrid, Imp. de Don Eusebio Álvarez, 1822).
En el campo literario, se interesó sobre todo por Leandro
Fernández de Moratín, Bartolomé José Gallardo y Sebastián de Miñano, y leyó a
los dramaturgos del Siglo de Oro: Tirso de Molina, Lope de Vega, Pedro Calderón
de la Barca, Agustín Moreto o Francisco Rojas Zorrilla. También fue un
entusiasta de la ópera italiana.
Fue distinguido miembro de la tertulia de «El Parnasillo» y
formó parte de la llamada «Partida del Trueno»: José de Espronceda, Ventura de
la Vega, Patricio de la Escosura, Miguel de los Santos Álvarez, Mariano José de
Larra, Romero Larrañaga, Pelegrín, Segovia, entre otros románticos de espíritu
ilustrado, artistas, dramaturgos y empresarios. El más unido a Mesonero fue
quizá José María Carnerero, periodista y dramaturgo, que lo introdujo en los
medios periodísticos más importantes de la época. Juan Grimaldi, director del
teatro del Príncipe y autor de la célebre comedia de magia La pata de cabra,
fue otro de los colegas del «El curioso parlante», sobrenombre con el que
Mesonero firmaba sus escritos.
Por entonces empezó a experimentar inquietudes urbanísticas.
El cambio que experimentó Madrid durante estos años fue motivo para numerosas
salidas al extranjero con curiosidad por la fisonomía urbana que imperaba en
distintos contextos geográficos. Desde agosto de 1833 a mayo de 1834 Mesonero
Romanos viajará a Francia. Sólo parcialmente han llegado hasta nosotros los
Fragmentos de un diario de viaje, publicados por los hijos del escritor en el
centenario de su nacimiento. Su segunda salida al extranjero queda reflejada en
su obra Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica; sin embargo recorrió muchos
otros reinos de Europa en tiempos de regencia de María Cristina, tal como
consta en los Trabajos no coleccionados publicados por sus hijos.
Redactó con Estébanez Calderón el periódico Cartas Españolas
y en el periodo comprendido entre 1845 y 1850 se dedicó al Ayuntamiento de
Madrid como concejal. Su Proyecto de mejoras generales, leído en la sesión de
la Corporación municipal el día 23 de mayo de 1846, supuso una auténtica
remodelación del Madrid de la época. Años más tarde redactó nuevas Ordenanzas
municipales que rigieron largo tiempo.
Después inició una intensa actividad literaria: hizo
ediciones de los dramaturgos contemporáneos y posteriores a Lope de Vega y
Rojas Zorrilla para la Biblioteca de Autores Españoles, y fue cronista oficial
a partir del 15 de julio de 1864. También colaboró en El Indicador de las
Novedades, El Correo Literario y Mercantil, Cartas Españolas, Revista Española,
Diario de Madrid y en la revista Semanario Pintoresco Español, de la que fue
fundador.
Ingresó en la Real Academia el 3 de mayo de 1838 como
académico honorario y el 25 de febrero de 1847 como miembro de número. Fue un
activo ateneísta y bibliotecario nombrado a perpetuidad por el Ayuntamiento,
que más tarde compró su biblioteca por 70.000 reales.
Vecino de la plaza de Vázquez de Mella, de su inicial
liberalismo evolucionó al conservadurismo que se percibe en sus Memorias de un
setentón.
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