La plaza de la Encarnación
es un espacio entre las calles de la Bola, de Arrieta, de Pavía y de San Quintín.
El convento e iglesia de
la Encarnación, en la calle y plaza del mismo nombre, es posiblemente uno de
los monumentos religiosos más bellos de Madrid. Fue fundado por la reina
Margarita, esposa de Felipe III, para solemnizar la expulsión de los moriscos,
y estuvo terminado por completo en 1616. La obra arquitectónica corresponde a
Juan Gómez de Mora, aunque luego fue reformado por Ventura Rodríguez en 1755.
En la sacristía se conserva un relicario con la sangre de san Pantaleón, que
cada 27 de julio, fiesta del santo, se licúa milagrosamente.
El Real Monasterio de la Encarnación es un convento de monjas agustinas recoletas.
La institución, a la que pertenecieron
damas de la alta nobleza, fue fundada por la reina Margarita de Austria, esposa
de Felipe III, a comienzos del siglo XVII. Debido a las colecciones artísticas
que alberga es, junto con las Descalzas Reales, uno de los templos más
destacados de la ciudad.
El arquitecto del edificio fue fray Alberto
de la Madre de Dios, quien lo edificó entre 1611 y 1616. La fachada, que
responde a un modelo de inspiración de estilo herreriano, de gran austeridad,
creó escuela y fue imitada por otros templos españoles. En la iglesia se
conservan varios relicarios y de uno de ellos se dice que contiene la sangre de
San Pantaleón; y (según la tradición) se licúa todos los años el día del santo,
el 27 de julio. En la clausura antigua está organizado un museo que depende del
Patrimonio Nacional y que se puede visitar.
Real Monasterio de la Encarnación |
La reina conservaba buenas relaciones con
las religiosas descalzas de San Agustín de la ciudad de Valladolid, donde había
vivido cerca de seis años, y desde allí hizo venir a la que sería la primera
priora del monasterio, la madre Mariana de San José, en compañía de Francisca
de San Ambrosio (hermana de la marquesa de Pozas), Catalina de la Encarnación e
Isabel de la Cruz. Estas monjas habitaron en un principio en el Real Monasterio
de Santa Isabel a la espera de la construcción de la nueva casa. Poco tiempo
después entró en la comunidad la primera novicia, Aldonza de Zúñiga, hija de
los condes de Miranda y ahijada de los reyes, quienes para celebrar este
acontecimiento hicieron donación a la priora de un gran vaso de ágata con
adornos de rubíes y oro que sería empleado para el Santísimo Sacramento.
El edificio se construyó en el lugar que
ocuparon las casas de los marqueses de Pozas, a quienes el rey se las compró,
debido a su cercanía al Real Alcázar, ya que así los reyes podían entrar
directamente a la iglesia mediante un pasadizo existente.1 Este pasadizo fue
construido por deseo de la reina para no causar molestias, ya que visitaba
frecuentemente el monasterio. En su interior tenía varias salas con cuadros. El
rey en persona colocó la primera piedra del edificio, acto que se hizo con gran
solemnidad y bajo la bendición del cardenal arzobispo de Toledo Bernardo de
Sandoval y Rojas. Meses más tarde, el 3 de octubre de 1611, murió la reina sin
haber visto terminada esta obra en la que tuvo tanto empeño.
El 2 de julio de 1616, día de la
Visitación, fue inaugurado el monasterio y su iglesia, con gran magnificencia y
con fiesta durante toda la jornada. Todo el trayecto real, desde la
desaparecida casa del Tesoro (junto al Alcázar, hoy calle de Bailén y parte de
la plaza de Oriente) hasta el nuevo monasterio, se adornó con ricas tapicerías.
El rey entró en la casa del Tesoro a las seis de la tarde, acompañado de la
familia real y de la corte. En la procesión se agregaron los clérigos y
religiosos. El Patriarca de las Indias, Diego de Guzmán, más los obispos y
arzobispos acompañaron al Santísimo Sacramento. Por la noche hubo gran festejo
con fuegos y luminarias. Al día siguiente los reyes fueron a comer al convento.
La fiesta continuó hasta el día 6, en que se celebraron las exequias de la
reina Margarita.
Antes de que le llegara la muerte, la reina
Margarita se había encargado de escribir cartas con peticiones para el
convento, y así fue como llegaron de diversos puntos de España y del extranjero
grandes y suntuosos regalos y donativos. La reina había hecho donación de un
regalo insólito, cuyo significado aún no aciertan a descubrir los
historiadores: la cama donde había nacido su hijo, el futuro rey Felipe IV.
Las monjas de este convento fueron
favorecidas con los derechos sobre unas minas de plata descubiertas por
entonces. Pero el dinero obtenido debían emplearlo en mandar hacer una arqueta
para guardar el Santísimo Sacramento el día de Jueves Santo.
Durante los siglos XVIII y XIX continúa la
historia del monasterio, llena de anécdotas. Así por ejemplo, se sabe que
Manuel Godoy, valido de Carlos IV, acudía todos los días a la misa de la
iglesia del monasterio dando un paseo desde su residencia, el palacio de
Floridablanca (actual Ministerio de Marina). Cuando José Bonaparte residió en
Madrid en calidad de rey, apareció un día en la verja del monasterio un gato
ahorcado con un escrito: «Si no lías
pronto el hato, / te verás como este gato».
En el siglo XIX el religioso y compositor
madrileño Lorenzo Román Nielfa fue profesor de música en el convento, dejando a
su muerte como legado para la Encarnación su biblioteca musical, que contiene
obras de maestros de los siglos XVI y XVII.
El monasterio fue abierto al público en
1965. En la década de 1960 se instaló en la plaza exterior de la iglesia una estatua
de Lope de Vega, obra de Mateo Inurria.
El autor de la iglesia y de la parte
conventual fue el arquitecto de la corte fray Alberto de la Madre de San
Cristo. Destaca la fachada principal, de severas líneas herrerianas. La
portada, precedida por el compás, o patio exterior, muestra los escudos de la
reina Margarita y un relieve de La Anunciación en mármol, obra del escultor
catalán Antonio de Riera. La iglesia tiene planta de cruz latina.
En el siglo XVIII fue reformado el interior
de la iglesia por Ventura Rodríguez, quien se encargó de su decoración, junto
con otros pintores y escultores neoclásicos, con nuevos retablos y varios
lienzos importantes. La parte arquitectónica está labrada en jaspes, mármoles y
bronces dorados. A lo largo de toda la nave pueden verse una serie de lienzos
con el tema de la vida de San Agustín, que se complementan con los frescos de
la bóveda de la capilla mayor, obra de Francisco Bayeu.
En el centro del retablo mayor puede verse
el cuadro de La Anunciación de Vicente Carducho, enmarcado por sendos pares de
columnas corintias, y a ambos lados las imágenes de San Agustín y su madre
Santa Mónica, del estilo de Gregorio Fernández.
El tabernáculo es una obra maestra de
Ventura Rodríguez. Las pequeñas estatuas de los Santos Doctores que lo adornan
son obra de Isidro Carnicero, lo mismo que el relieve del Salvador que tiene la
puertecita.
El monasterio posee una importante
colección de pintura y escultura destacando las obras de Lucas Jordán, Juan van
der Hamen, Pedro de Mena, José de Mora (Dolorosa), y Gregorio Fernández (Cristo
Yacente y Cristo atado a la columna).
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