domingo, 22 de enero de 2023

Plaza de la Villa

Plaza de la Villa

La Plaza de la Villa está situada en el casco histórico de Madrid (España), junto a la calle Mayor, que conforma su cara septentrional. En ella tienen su origen tres pequeñas calles, correspondientes al primitivo trazado medieval de la ciudad: la del Codo, la del Cordón y la de Madrid.

En su contorno se encuentran las fachadas principales de tres edificios de gran valor histórico-artístico, levantados en diferentes siglos. El más antiguo es la Casa y Torre de los Lujanes (siglo XV), construido en estilo gótico-mudéjar, que se emplaza en la cara oriental de la plaza.

Le siguen en antigüedad la Casa de Cisneros (siglo XVI), un palacio plateresco que cierra la parte meridional del recinto, y la Casa de la Villa (siglo XVII), de estilo barroco, una de las sedes del Ayuntamiento de Madrid, ubicada en la zona occidental de la plaza.

La Plaza de la Villa fue uno de los principales núcleos del Madrid medieval, dada su ubicación equidistante entre la puerta de Guadalajara y la de la Vega, dos de los accesos más importantes de la ciudad durante la Edad Media.

Antiguamente era conocida como Plaza de San Salvador, por la iglesia del mismo nombre que se alzaba en la calle Mayor, en cuyo pórtico se realizaban las sesiones del Ayuntamiento, y que en la actualidad es recordada por una lápida que se encuentra en el sitio donde se levantaba el templo (aproximadamente en el número 70 de la citada vía).

En el siglo XV, la Plaza de la Villa adoptó su actual denominación, coincidiendo con la otorgación del título de Noble y Leal Villa recibido por Madrid, de manos del rey Enrique IV de Castilla (1425-1474).
__________________________________________________________________________________

Dice Pedro de Répide de esta plaza:

Entre las calles Mayor, del Codo, del Cordón y de Madrid, b. del Ayuntamiento, d. de la Latina, p. de Santa María la Real de la Almudena. 

Esta plaza, que a más de su importancia municipal ofrece el enorme interés artístico de su aspecto, llamóse primeramente de San Salvador, por la iglesia de este nombre que frontera se alzaba en la calle Mayor, y encima de cuyo pórtico se celebraron durante mucho tiempo las sesiones del Ayuntamiento. 

Donde se alza la primera Casa Consistorial estaba la de D. Juan de Acuña, marqués del Valle, donde habitaba el gran duque de Osuna, D. Pedro Girón, cuando a las doce del día de Jueves Santo, 8 de abril de 1621, fue preso de orden del rey. Aprehendiéronle D. Agustín Messía, del Consejo de Estado; el marqués de Povar, capitán de la Guardia española, y don Fernando Verdugo, su teniente. De allí la condujeron a su posesión de la Alameda, y comenzó su triste peregrinación, que terminó con su vida en las casas de Gil Imón de la Mota. 

A pesar de la afirmación estampada en algunos libros de que el Concejo celebró su primera sesión el 19 de agosto de 1619 en la casa que actualmente ocupa, no puede sostenerse absolutamente semejante aseveración. Parece ser lo más cierto que las obras del edificio que conocemos comenzaron en 1645 y terminaron en 1693. 

La fachada que da a la calle Mayor fue reformada en el siglo XVIII por don Juan de Villanueva, quien hizo el balcón corrido con la columnata tan característica del estilo de aquel magnífico arquitecto. En el chapitel que corresponde a la esquina de la calle Mayor se dio colocación al reloj que había en la torre de San Salvador, atalaya de la villa, cuando se procedió al derribo de esa iglesia. 

El interior de la casa, elegante y suntuoso, ha sido restaurado en estos últimos años. La hermosa escalera se halla principalmente decorada por el famoso cuadro de Goya, conmemorativo del Dos de Mayo. El patio central, llamado de cristales por el piso de vidrio que divide su primitiva altura, sirve de vestíbulo al salón de sesiones, y por iniciativa del ilustre secretario del Ayuntamiento, D. Francisco Ruano, a quien tanto deben Madrid y su Municipio, está ornamentado por bustos de madrileños célebres, obra del escultor León Barrenechea, los cuales complementan el castizo decorado de la sala, hecho por el gran artista Enrique Guijo. 

A la calle Mayor dan el despacho del secretario y el salón grande, llamado de Columnas por corresponder al balcón de Villanueva. En éste se halla el lienzo de Palmaroli representando las desoladoras escenas de la montaña del Príncipe Pío la noche de los fusilamientos del 2 de mayo de 1808. 

Pásase de allí al despacho del alcalde, que era el oratorio de la casa, donde estuvieron largo tiempo depositadas las cenizas de Santa María de la Cabeza. Las pinturas que adornan sus bóvedas son frescos de D. Antonio Palomino, representando la pri- mera a la Virgen con varios santos, y pasajes de la vida de San Isidro; en la segunda hay una alegoría de la Asunción. 

En el Ayuntamiento se conserva la maravillosa custodia que figura todos los años en la procesión del Corpus. Consiste en un primer cuerpo de ocho columnas pareadas en los ángulos, sobre pedestales. Son de orden corintio, con labores en los tercios inferiores y en los superiores, donde la decoración es de festones, niños y diversas figuritas. Forma un arco por cada lado, y sobre el cornisamiento hay en medio de cada fachada uno de los cuatro doctores; a los lados, un jarroncito, y en el espacio intermedio, un ángel sentado. La bóveda que forma este primer cuerpo hace un artesonado con florones. 

El segundo cuerpo es un templecito redondo, en medio del cual se representa la Ascensión. Tiene ocho columnas de dos en dos, y sobre el cornisamiento hay cuatro figuras infantiles. Remata en un globo formado de los círculos celestes, sobre el cual hay puesta una cruz. Las columnas tienen labores análogas a las de abajo. 

Dentro de esta custodia grande hay otra más pequeña, que también consta de prime- ro y segundo cuerpo, y de ocho columnas cada uno. Las del primero son pareadas y de orden compuesto. En los tableros del basamento se representan en bajorrelieve la Sagrada Cena, el Lavatorio, la Oración del Huerto y el Prendimiento. Completan el ornato imágenes de los apóstoles, de los profetas, las armas reales y las de la villa. 

En los cuatro ángulos de la custodia interior hay en cada uno un pedestal con un ángel arrodillado, mirando al paraje donde se coloca el viril, y tienen cartelas en que están escritas las divinas palabras de la institución de la Eucaristía. 

El segundo cuerpo es un templecito redondo con columnas salomónicas, y dentro se representa a Jesucristo resucitado. Tienen también otros ornatos, así como el viril, en cuyo pie se figuran historias sagradas, y varios ángeles alrededor del cerco, ornado con diamantes en el lugar donde se coloca la hostia. 

Así el viril como las custodias son dora- dos. Se ve la firma del autor, y es Francisco Álvarez, platero de la reina, año 1568, admirable artífice, digno de figurar entre los primeros en la historia de la orfebrería española. 

La primera Casa Consistorial ha sido visitada oficialmente por cuantos Jefes de Estado extranjeros han venido a Madrid, y en lo que va de siglo ha recibido solemnemente a los presidentes de la República francesa, Loubet, Falliéres y Poincaré, y a los reyes de Portugal (poco antes de su destronamiento), de Bélgica y de Italia. En 1920 le hizo visita oficial al mariscal Joffre, vencedor en la batalla del Marne. 

A esta Casa de la Villa ha quedado unida la de Cisneros, el hermoso edificio que existe al fondo de la plaza, y el cual se comunica con el anterior por un pasadizo sobre la calle de Madrid. Llamábase impropiamente de Cisneros esta casa, que no fue construida hasta 1537, en que la mandó edificar el sobrino y heredero del cardenal, D. Benito Jiménez. Por eso ha sido errónea la creencia de muchos, que han señalado el balcón de esta casa que da a la calle del Sacramento, afeado hasta hace pocos años por la vecindad de la muestra de un botica, y restituido hoy a toda la belleza de su gusto plateresco, como lugar desde donde el cardenal regente pronunció su célebre frase de «Esos son mis poderes», la cual dijo en la casa de los Lasso de Castilla, en la plazuela de la Paja. 

En esta casa de la plazuela de San Salvador y ahora de la Villa, que fue de D. Benito Jiménez de Cisneros, habitó en tiempo de Felipe III el cardenal D. Bernardo de Sandoval y Rojas o de Rojas Sandoval. Y después de haber pasado en los principios del siglo XVIII a poder de los condes de Oñate, ha do aristocrática residencia, habiendo habiado en ella el conde de Campomanes y sido después vivienda de banqueros opulentos, unas veces, y otras albergue de una Embajada: la de Austria. 

En ella nació el actual conde de Romanones y fue también habitada por el general Zavala, marqués de Sierra-Bullones, y por d. Ramón María Narváez, quien alguna vez salió de allí apresuradamente y acabando de abrocharse la levita del uniforme en la urgencia de un pronunciamiento de los que frecuentemente alteraron la tranquilidad de la corte durante la mayor parte del siglo XIX. Después, en los tristes días de los desastres coloniales, vivía allí el general Polavieja. De esa casa salió para ir a Filipinas y allí volvió después de haber pasado por Palacio y de que Cánovas hiciera en "La Epoca" el famoso suelto negando que la reina regente hubiese salido a saludar, desde el balcón de la puerta del Príncipe, el caudillo recién llegado. 

El Ayuntamiento ha realizado una labor plausible adquiriendo la Casa de Cisneros para insta- lar en ella unas dependencias municipales, restaurándola y devolviéndola todo su carácter de una hermosa obra arquitectónica del siglo XVI, no sólo en su traza exterior, escrupulosamente cuidada en verjas y rejas, sino en su decorado interior, embellecido con azulejos talaveranos y con artesonados primorosos. La obra de herrería, tan importante en el arte español, ha sido igualmente cuidada en verjas y rejas, y al ser llevada al archivo de la villa la célebre veleta que coronaba la torre de este edificio, ha sido sustituida con una reproducción de la misma, la cual sigue completando la señorial silueta de esta casa que es tan típico ejemplar del Renacimiento español. 

Al hablarse de la primera Casa Consistorial cabe recordar que Madrid tiene Ayuntamiento desde tiempo de Alfonso XI, quien nombró los doce primeros regidores. Llamábanse estos Nuño Sánchez, Diego Meléndez, Diego Pérez, Fernán Ruiz, Lope Fernández, Arias, sobrino de Fernán Rodríguez; Juan, hijo de Domingo Pérez; Juan Estévanez, Vicente Pérez de Alcalá, Pascual Pérez, Ruy González y García Sánchez. 

Antes de esta organización, Madrid se regía por los estados noble y llano, caballeros y pecheros, que tomaban la denominación de «homes buenos» y elegían alcaldes y justicias sin intervención del monarca. 

El Fuero Viejo, llamado también Fuero Malo, de Madrid, fue publicado en 1202 y está escrito en un latín bárbaro, y a más de disposiciones de gobierno económico y de policía urbana, tiene una parte de Código, señalando delitos y sus correspondientes sanciones. Fue sometido a la aprobación de Alfonso VIII y tuvo fuerza de ley durante largo tiempo. 

Tuvo luego la villa el Privilegio y Ordenamiento real, dado en 1339 por Alfonso XI, y otros de D. Juan I, otorgados, respectivamente, en Valladolid el año 1385 y en las Cortes de Briviesca y Burgos en 1387 y 1388. 

Madrid ha tenido para entender en los asuntos de la población a su justicia mayor o asistente, a los alcaldes, a los corregidores y sus tenientes, a los regidores, a los fieles ejecutores y de vara, al síndico procurador general, al alguacil mayor de la cárcel, a los diputados y personeros del común y a los alcaldes de barrio; para vigilar sobre la integridad de términos y justificada exacción de tributos, a los sexmeros; para limpiar de malhechores los campos y los caminos, a los alcaldes, comisarios y cuadrilleros de la Santa Hermandad; para evitar perjuicios en los ganados y facilitarles pasos, abrevaderos y cañadas, a los alcaldes y Tribunal de la Mesta; para administrar justicia en las puertas de la villa, a los aportelados, y además había los cargos de alférez mayor o guía del Concejo, que era el que llevaba el pendón en las proclamaciones de los reyes; caballeros de montes y guardesellos. 

El número de los regidores o concejales de Madrid era y de treinta y ocho a principios del reinado de Felipe IV, y de cincuenta mientras ha estado en vigor la última ley municipal votada en el Parlamento. Actualmente, el número de individuos del Concejo ha llegado a no tener limitación y a ser hasta ahora el de sesenta y cuatro. 

En 1393 dispuso Enrique II que no pudieran ser regidores los que no tuviesen armas ni caballo. En 1622 hubo el acuerdo de que en ausencias del secretario hiciera sus veces el regidor más moderno. En 1693 determinose que nadie obtuviese el cargo de regidor sin que se hiciera una información de su aptitud moral y legal. 

En 1716 se dispuso que si los regidores cometían faltas en el ejercicio de sus funciones, no fuesen encerrados en la cárcel pública, sino en su casa o en el Ayuntamiento. En 1816 se les dio tratamiento de señoría. En 1817, el uso de la cruz de Madrid. En 1836, uso de la medalla, y en 1869, el de un fajín de seda rojo, amarillo y morado y con las armas de la villa bordadas.

El secretario tiene tratamiento desde 1816, y desde 1699 pueden hablar los individuos de la Corporación con el sombrero puesto, privilegio usado tan extensamente que de entonces acá han sido muchos los concejales que han hablado y procedido en el Ayuntamiento con alguna otra prenda puesta, de las que no se suelen usar dentro de casa. 

En 8 de marzo de 1844 acordó el Ayuntamiento madrileño que el alcalde y sus tenientes usasen bastón de caña con puño de oro, y en él cinceladas las armas de Madrid, con la inscripción «Ayuntamiento constitucional». 

Madrid tenía voz, voto y asiento en Cortes, y hablaba en ellas por los siguientes lugares y villas, sin contar los de su jurisdicción, que serán luego enumerados: 

Torrejón de Velasco, Alcobendas, San Agustín, Pedrezuela, Parla, Brunete, Polvoranca, Mejorada, Barajas, Alameda, Cubas, Griñón, Quijorna, Sacedón, Serranillo, Moraleja la Mayor, Moraleja de Enmedio, La Cabeza, Casarrubios del Monte, Ventas de la Cabeza, Retamosa, Valmojado, Villamanta, Álamo, Arroyo de Molinos, Maqueda, Carmena, Val de Santo Domingo, Quismondo, Santa Cruz de Retamar, Belmonte del Tajo, Alocén, Peñalver, Buendía, Alhóndigo, Almapora, Brea, Pozo Álvarez, Brieves, Illana, Ontova. Escarroche, Yebra, Moratilla, Fuenteovilla, Val de Concha, Auñón, Berinches, Fuentelaenciana, Sayatón y Borox. 

La jurisdicción de Madrid se extendía sobre estos lugares, distribuidos en sexmos. 

Sexmo de Vallecas.-Vallecas, Vicálvaro, Ambros, Coslada, Rivas, Vaciamadrid, Velilla, Rejas, Canillas, Canillejas, Hortaleza, Chamartín, Fuencarral, San Sebastián de los Reyes y Fuente del Fresno. 

Sexmo de Aravaca.-Aravaca, Húmera, Pozuelo de Aravaca, Las Rozas, Majadahonda, Boadilla, Alcorcón, Leganés y los Carabancheles de Arriba y Abajo. 

Sexmo de Villaverde.-Villaverde, Getafe, Fuenlabrada. Torrejón de la Calzada, Casarrubios, Humanejos y Perales. 

No puede terminarse esta referencia histórica del Concejo madrileño sin aludir al blasón de la villa. El escudo de armas de Madrid se compone de dos cuarteles y manteladura. En el de la derecha y sobre campo azul figura un dragón de oro. En el de la izquierda, en campo de plata, un madroño simple con fruto gules. Y la bordura de este cuartel, azul, con siete estrellas de oro. En la manteladura, sobre campo de oro, una corona cívica de hojas de encina simple, enlaza- das en un paño carmesí; sobre el escudo, una corona real. 

Se ha pretendido que ese dragón es de origen griego; pero desde luego se trata de la figura heráldica más antigua que ha tenido Madrid, y testimonios de esto son la famosa culebra de Puerta Cerrada y el dragón esculpido en piedra sobre la puerta de la antigua posada de la Villa, en la Cava Baja. 

También se ha supuesto que ese dragón era un emblema caballeresco, una de tantas figuras simbólicas como se usaban en la andante caballería de la Edad Media. Y en cuanto al aserto de López de Hoyos y otros cronistas seculares, quienes afirman que es un recuerdo de la existencia de caimanes y de grandes serpientes en la orilla del Manzanares, ha llegado un tiempo, en que esta hipótesis no se puede rechazar, como era costumbre hace todavía no muchos años. Desde que Casiano del Prado hizo el primer estudio geológico del cerro de San Isidro, manifestando los primeros descubrimientos paleontológicos en ese lugar, esos estudios han llegado al gran impulso que de diez años a esta parte han recibido por parte de Hugo Obermaier y de José Pérez de Barradas, con lo que al mismo tiempo que se sabe que nos hallamos en uno de los lugares más remota- mente habitados del planeta, se ha llegado a poder afirmar que en la prehistoria las orillas del Manzanares alcanzaron un clima húmedo y caluroso, que permitía, como ahora en las zonas tropicales, la vegetación exuberante y la fauna de los grandes saurios y los colosales ofidios. 

El dragón o grifo del blasón de Madad, de una traza fabulosa, tiene orejas de perro, a lo que se ha querido dar la representación de la fidelidad de la villa. Alas de murciélago, con lo que se pretende simbolizar la vigilancia. Ubres pronunciadas, símbolo de maternidad. Cola de serpiente, en significación de prudencia. Y, por fin, dientes y garras, que revelan valor y fuerza. 

La representación del oso es la más vulgar de la heráldica de Madrid, la ursaria, como se la llamó antiguamente. Eran muchos esos hirsutos plantígrados que poblaban los bosques de la villa, y la posición en que aparece colocado el que figura en el escudo municipal tiene por origen el resultado de un pleito entre el Cabildo y la Villa sobre el derecho a montes y pastos. Por una solución de concordia resolviose que la Villa tuviese los árboles, y el derecho sobre los pastos el Cabildo. Así éste usó en sus armas el oso, paciendo en el campo, y aquélla el oso ram- pante en el madroño. 

Las siete estrellas que orlan el blasón ursario son en supuesto de León Pinelo, quien manifiesta esta opinión en su manuscrito «Anales de Madrid» hasta 1658, recuerdo de las escuelas de astronomía en que estudiaban los moros. Pero esas estrellas, en número cabalístico, símbolo que puede tener una significación ocultista, parecen indicar mejor una representación de la constelación del Carro, llamada también la Osa Mayor. 

La corona cívica que figura sobre campo dorado fue concedida a Madrid en premio de sus buenos servicios, por decreto de las Cortes de 29 de diciembre de 1822. Constituyen la corona cívica unas ramas de encina unidas por paño carmesí. Era un honor que durante la dominación romana se concedía al que conservaba la vida a un ciudadano en el campo de batalla o en el sitio de alguna ciudad. 

Augusto la tuvo en concepto de padre del pueblo, y también Cicerón por haber descubierto la conspiración de Catilina. En cambio, le fue negada a Julio Cesar por haberse manchado con la sangre de sus conciudadanos, y era tenida en más que todas las otras coronas, incluso de la de laurel o triunfal, que, como símbolo de victoria, era ofrecida a los grandes conquistadores. 

La corona real, sobre el escudo madrileño, fue concedida por un privilegio que otorgó el emperador Carlos V, primero entre los reyes de España, en las Cortes celebradas en Valladolid el año 1544, accediendo al ruego de los procuradores de Madrid asistentes a ellas, los cuales fueron D. Juan Hurtado de Mendoza, señor del Fresno de Torote, y Pedro Suárez, ambos regidores y naturales de la villa. 

Esta corona real fue sustituida por la mural desde la revolución de septiembre de 1868 hasta la restauración de la dinastía borbónica. 

A la izquierda de la casa de Cisneros, y separada de ella por la calle del Cordón, que también se llamó callejón de los Azotados, hay otro edificio municipal, que es una de las casas de los Lujanes, adosada a la famosa de este nombre donde está la torre. 

Este de que hablamos estaba ocupado hace pocos años por el Centro de Hijos de Madrid, quien tenía allí instalados sus cursos de estudios y local para conferencias. Adquirido por el Ayuntamiento para instalar en él la Hemeroteca, que desde su fundación se hallaba en la Plaza Mayor, casa de la Carnicería o tercera consistorial, ha sido objeto de una cuidadosa y artística restauración, que ha devuelto su carácter y aspecto de antigua y noble casa castellana. 

Una vez más tenemos que hacer constar en esta renovación el solícito cuidado del ilustre secretario del Concejo, D. Francisco Ruano, a quien tanto debe el embellecimiento y el engrandecimiento de Madrid en todos sus órdenes. En la mano de obra hábil y peritísima, se aprecia la dirección del fino y aun tiempo recio artista Enrique Guijo. 

La fachada, oculta antes por absurdo revoco, dejó aparecer al ser descubierto su natural paramento de ladrillo, el arranque de un lado y la mitad de un primoroso arco de traza mudéjar, que ha sido completado y se ostenta en toda su graciosa belleza. 

Del severo zaguán arranca a la derecha una corta escalera que conduce al claustro y emboca fronteramente al salón de lectura para el público. El patio columnario y centro del edificio ha sido restituido a su valer arquitectónico y pintoresco. Y por una amplia gradería se asciende al piso principal, donde existe gran parte del copioso tesoro de colecciones de periódicos que forman el magnífico acervo de la Hemeroteca madrileña, y del que se pasa a los depósitos y almacenes.

El piso principal, cuyas galerías y aposentos presentan en sus techumbres la hermosa viguería, que intentó borrar en el siglo XIX la moda del llamado cielo raso, tiene también salón, donde la gravedad del decorado general de la casa se interrumpe para ofrecer curiosa nota de unas pinturas de estilo pompeyano, ornato que durante largo lapso de tiempo permaneció cubierto por un empapelado vulgar. 

Aparte el mérito que para el curioso y el estudioso presentan la Hemeroteca (una de las primeras de Europa) y el Instituto Bibliográfico, también instalado en la misma casa, suscita este edificio un interés singularisimo en el visitante, como reconstitución primorosa de una vivienda hidalga del siglo XVI. 

Contigua a ella, y de la cual formó parte, como ya se ha dicho, está la casa de los Lujanes, en cuya esquina de la calle del Codo se alza la célebre torre, en la que se ha querido fijar la leyenda de la prisión de Francisco I de Francia. El monarca vencido por Carlos V en la batalla de Pavia vino a España lleno de honores. Apenas fue preso en el mismo campo de batalla, acudieron los caudillos españoles a besar sus manos, como pudieran hacerlo sus leales en el palacio del Louvre. Llegó D. Alonso Dávalos el primero, y el último el marqués de Pescara, porque no quiso presentarse con su traje de colores, y fuese a vestir un luto con que mostrar al de Valois la cortesía de su pesadumbre. El rey estaba herido en el rostro y en un muslo. Fue milagro que salvara la vida, y atribuyólo a poder de un «lignum crucis» que llevaba consigo en un relicario guarnecido de pedrería. Pudo, sin embargo, cenar con los nobles españoles, y al final de la cena recibir de ellos aguamanos. 

A Barcelona llegó el 19 de junio con una escolta de veintiuna galeras, y se hospedó en la Rambla, en el palacio del arzobispo de Tarragona. Hasta el 23 permaneció honrado y agasajado en aquella ciudad, donde la nueva de Pavía se había celebrado el 2 de marzo con una procesión igual a la del Corpus, y en la cual todos los que iban en ella llevaban en la mano una rama de laurel. Pero hubo tal respeto para el vencido, que promulgóse un bando al anuncio de la llegada del monarca, castigando a todo el que se atreviera a decir baldones ni palabras injuriosas a algún francés, so pena de pagar veinte pacíficos o de pasar veintiún días en la cárcel. 

En Valencia, no en Alicante ni en Cartagena, como otros dicen, hubo luego de desembarcar el rey de Francia. Y desde allí a la corte fue su camino un paso triunfal por pueblos y villas. 

A Guadalajara hízole ir el duque del Infantado D. Diego de Mendoza para honrarle, y podría llenar un libro el relato de las fiestas que celebrará en su loor. Regalóle con muchos y muy hermosos caballos y mulas con guarniciones y gualdrapas de carmesí, brocados y granas; halcones y gerifaltes de todas raleas, y perros de caza de todas suertes, siendo innumerables las piezas de oro y plata con que su liberalidad abrumó al príncipe francés, absorto y sorprendido ante aquella varia frecuencia de presentes del potentado castellano. 

Y una vez en Madrid, el Concejo de la villa no consintió en ser menos, y si suntuosidades y larguezas advirtió Francisco I en su viaje, no le esperaba cosa menor por parte del pueblo madrileño. Era en aquellos días en que el arte de comer había restaurado los viejos esplendores de Cayo Pompeyo Trimalción, y se hablaba de las fastuosas refecciones de los Colonna y los Visconti y los Trivulzio. Y esa casa de los Lujanes, que ha pasado a los ojos del vulgo como cárcel del rey de Francia, no fue sino la mansión hospitalaria en que con asistencia del Concejo de Madrid celebróse una gran fiesta, en la que ejercía el anfitrionado D. Hernando de Alarcón, custodio del rey vencido, y emparentado con la familia de Luján. 

La casa y torre de los Lujanes, que el Gobierno acordó conservar en 1857, sufrió un absurdo revoco, del que apenas se salvó la portada de piedra berroqueña que da a la plaza. La puertecilla que da a la calle del Codo está, por efecto de aquél, desfigurada y desvirtuada. Y para remate del disparatado arreglo o, mejor dicho, desarreglo, coronaron el torreón con un almenado que no había tenido jamás. Por fortuna, parece que existe el propósito por parte del Ayuntamiento de adquirir este edificio, con lo que será restituido a su antiguo y verdadero carácter, completando el admirable artístico de la plaza, y permanecerá dignamente junto a las casas de la Hemeroteca y de Cisneros. 

En la casa de los Lujanes estuvo establecida la Academia de Ciencias Exactas y Físico-Naturales, que ahora se halla en la calle de Valverde, donde tenía su anterior domicilio la Academia Española. En aquella sigue la Academia de Ciencias Morales y Políticas, creada por real decreto de 30 de septiembre de 1857. 

Se halla también allí instalada la Sociedad Económica Matritense, fundada en 1775. En 30 de mayo de dicho año presentaron al Supremo de Castilla una súplica D. Vicente Rivas, don José Faustino Medina y D. José Almarza, impulsados por el fiscal de aquel Concejo, don Pedro Rodríguez Campomanes, solicitando permiso para fundar aquella Sociedad, licencia que les fue concedida en 17 del siguiente junio. 

En la primera conferencia celebrada con el fin de dar el conveniente impulso a la recién creada Corporación, se reunieron con los mencionados señores otras personas de los más notable e ilustrado de la corte. Verificada la reunión, se instaló la Sociedad, celebrando su primera junta dicho año 1775, en la casa de uno de los individuos que a ella pertenecían, hasta que a consecuencia de una orden del Consejo, el Ayuntamiento franqueó su sala de juntas a la Sociedad para que celebrase las suyas. 

Instalada la Sociedad y convencida desde su creación de que su primer objeto era fomentar la riqueza pública en sus tres fuentes principales, agricultura, artes y comercio, se dividió en otras tantas secciones. Para dar una idea de sus trabajos, bastará recordar que uno de los primeros fue el famoso informe sobre la ley Agraria, resultado de muchas y muy detenidas meditaciones de la Sociedad, y redactado por el insigne don Melchor Gaspar de Jovellanos, que fue dirigido al Consejo de Castilla el 3 de noviembre de 1794. 

Este informe inauguró desde luego una época de progreso en la economía política nacional, combatiendo muchas preocupaciones y funestas prácticas que se oponían al libre desarrollo de la agricultura y de la industria. Hizo luego la Sociedad muchas y diferentes exposiciones sobre asuntos de interés público, entre las que pueden citarse la que con éxito favorable dirigió al Gobierno sobre abolición de la prueba de limpieza de sangre que se acostumbraba a exigir para entrar en algunas carreras, y la que dirigió a las Cortes sobre abolición del diezmo. 

De otros asuntos que igualmente interesaban por algún concepto al bien común, se ocupaba también, como por ejemplo, el plantío de árboles, no sólo en Madrid, donde plantó uno de sus primeros paseos, sino en los pueblos inmediatos y caminos de ésta y otras provincias. La Sociedad Económica creó distintos establecimientos de instrucción y de beneficencia, siendo dignos de anotarse el de Escuelas patrióticas de hilados y tejidos, el colegio de Sordomudos y Ciegos, las cátedras de Taquigrafía, Economía política, Paleografía, Estadística y Economía industrial. Todas ellas fueron las primeras que se establecieron en esta corte para dichas enseñanzas, y de las cuales las dos primeras las adoptó el Gobierno, dotándolas e incluyéndolas en el plan general de estudios. 

A petición de la Sociedad se crearon ocho cátedras de Agricultura en diferentes puntos del reino. A la Sociedad Económica Matritense se debe la creación del Ateneo de Madrid y de la Sociedad para propagar y mejorar la educación del pueblo, como lo empezó a verificar por medio de cinco escuelas de párvulos que fundó. Asimismo creó desde un principio una Junta de damas, formando una sección de la Sociedad, la cual se dedicó a cuidar los establecimientos de beneficencia y educación de su sexo. 

La casa que existe entre las calles del Codo y Mayor, propiedad de los condes de Oñate, desentona un tanto, por su aspecto de moderna vivienda de vecindad, en la solemnidad de la vieja plaza, que después de la restauración de la casa y torre de los Lujanes, resultaría digna de ser cerrada por gruesa y férrea cadena en la parte que limita con la calle Mayor. 

En el centro de la plaza hubo en otro tiempo una fuente, igualmente llamada de la Villa. En su lugar se alza actualmente la estatua de D. Álvaro de Bazán. En la sesión municipal de 1862 fue presentada una proposición pidiendo que se colocara en el lugar que ocupaba la fuente de la Villa la estatua de Carlos V, obra de León Leoni, que estuvo primeramente en el jardín de San Pablo, del real sitio del Buen Retiro, luego en la plaza de Santa Cruz y a la sazón se hallaba en el Museo del Prado, donde continúa. 

El 13 de diciembre de 1891 verificose el descubrimiento por la reina regente de la estatua al famoso almirante D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, héroe de las Azores. La figura del ilustre marino es de bronce, y su autor, Mariano Benlliure, parece que buscó inspiración para la traza de ella, y muy acertadamente, en la propia efigie de Carlos V, a que antes se ha hecho mención. El pedestal, obra del mismo escultor y del arquitecto D. Miguel Aguado, es de mármol gris. En sus ángulos tuvo unos delfines de bronce, y al frente, en el centro de una corona de la misma materia, se conserva la inscripción: “A D. Álvaro de Bazán”

Al opuesto lado se leen las redondillas que Lope de Vega dedicó al célebre caudillo: 

"El fiero turco en Lepanto,

en la Tercera, el francés

y en todo el mundo el inglés,

tuvieron de verme espanto.

Rey servido y patria honrada

dirán mejor quién he sido

por la cruz de mi apellido

y por la cruz de mi espada." 

No hay comentarios:

Publicar un comentario