De la plaza de Puerta de Moros a la plaza de San Francisco, b. de las Aguas, d. de la Latina, p. de San Andrés.
Antiguamente, éste era el camino que iba desde el convento de San Francisco hasta el Calvario del Olivar, siguiendo el Vía Crucis señalado por el propio seráfico santo de Asís. Luego se establecieron aquí algunos mercaderes, y se llamó a este lugar la Tenerías de San Francisco, que fueron adornadas cuando el César Carlos I vino solemnemente al templo de los franciscanos acompañado de su corte para oír misa con su huésped, más que prisionero, el rey de Francia.
De entonces acá, la Carrera de San Francisco ha sido el paso obligado de muchos cortejos oficiales, ya que en esa iglesia se han celebrado grandes funciones de «Te Deum», exequias o misas mayores, a las que han asistido los reyes, la corte, el Gobierno y los embajadores extranjeros; pero desde la construcción del Viaducto no es ya el camino único para el famoso templo.
Esquina a la calle de los Santos estaba la casa de la beata Clara. Desde la calle de Cantarranas, número 6, vino a ésta aquella famosa embaucadora, que gozaba fama de obrar prodigios y, entre ellos, alguno tan poco espiritual como el poner huevos de gallina, bien que de haber podido ponerlos hubieran sido así. Ejercía una enorme influencia en la corte de Carlos IV, cuyas damas y muchos de los más altos consejeros acudían a recibir las inspiraciones que les quisiera dictar la iluminada. Así trajo engañados a eclesiásticos de alto rango, como el Nuncio Gravina, arzobispo de Nicea, que consiguió para ella el privilegio especial de que tuviese en su casa de manifiesto el Santísimo Sacramento, y como el obispo auxiliar de Madrid, D. Atanasio Payal y Paveda, el inquisidor general, y el maestro de novicios del convento de San Francisco, fray Bernardino Barén, que era quien la confesaba.
Al fin, todo vino a descubrirse por cierta criada, que habiendo reñido con la madre de la beata denunció lo que ocurría al párroco de San Andrés, D. Rafael Oseñalde, y puso como testigo al pastelero de Puerta de Moros, que proveía largamente a la bienaventurada en los banquetes que celebraba con sus amigos, mientras el pueblo se hacía lenguas de las penitencias con que se mortificaba aquella embaidora.
La Carrera de San Francisco ha sido ensanchada durante estos últimos años y embellecida con dos edificios municipales. El del grupo escolar Conde de Peñalver y el dedicado a tenencia de alcaldía y Casa de socorro, construcción muy bella, en la que se ha seguido la tradición arquitectónica madrileña del siglo XVII.
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