lunes, 23 de enero de 2023

Calle de Valverde

Calle de Valverde

La calle de Valverde une la Gran Vía con la calle de Colón y se encuentra a su paso de las calles del Desengaño, de Muñoz Torrero y de San Onofre. Valverde es una calle ancha, de las pocas del barrio en las que la vista encuentra amplitud en algún tramo.

La calle de Valverde se llama asi ya desde el siglo XVII por estar en los límites de la calle Fuencarral, camino que llegaba al pueblo del mismo nombre, donde son muy devotos de la Virgen de Nuestra Señora de Valverde, de una ermita a las afueras del pueblo. Todavía hoy se corta cada año hacia abril un carril de la carretera de Colmenar para la procesión que la honra.

Antes del siglo XVII la calle se llamó de las Victorias, según cuenta Fernández de los Ríos. El protagonista de tantas historias Jacobo de Grattis (el Caballero de Gracia) andaba detrás de una de las nietas de Don Juan de la Victoria Bracamonte, al que se podría considerar como fundador del barrio y que tenía por allí sus posesiones. Una noche que el pícaro italiano rondaba la casa de las jóvenes fue asaltado por unos caballeros cubiertos que le abatieron y que, con un pie sobre él, le dijeron “Avergonzados caballero. Os han vencido las Victorias”. Efectivamente, los caballeros misteriosos eran las damas.
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Dice Pedro de Répide de esta calle:

De la calle del Desengaño a la de Colón, bs. de Muñoz Torrero, de Colón y de San Luis, ds. del Centro y del Hospicio, ps. de San Martín y de San Ildefonso. 

Comenzaba esta calle en el convento de San Basilio, al que se le concedió en 1679 sitio para su ensanche. Al hablar de la calle del Desengaño hízose ya la referencia a aquel histórico monasterio, cuyo edificio, después de la exclaustración, sirvió de Bolsa y de teatro, que se llamó de Lope de Vega y vulgarmente de los Basilios. En la casa que sobre su solar se construyó esquina a la calle de Valverde y con entrada por ésta a sus famosos comedores reservados, que eran la cifra de las costumbres galantes madrileñas hace cuarenta años, estuvo el café Habanero, cuyo nombre era escuchado con horror por las gentes pacatas, y pronunciado maliciosamente por las que presumían de picardeadas. 

Entre las de San Onofre y de la Puebla, la calle dilata su anchura y vuelve a estrecharse conforme se acerca a su final. Esquina a la calle de la Puebla están el convento y la iglesia de las mercedarias de Don Juan de Alarcón, de que se habló al tratar de la vía por donde ese templo tiene su entrada. 

En el número 26, está la casa que fue de la Academia Española y en la que actualmente se halla la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. De su anterior destino puede recordarse que allí murió, a 23 de enero de 1874, D. Antonio María Segovia (El Estudiante), sucesor de Bretón de los Herreros, como secretario de aquella Corporación. Y que en el salón principal de esa casa estuvo expuesto al público el cadáver del poeta don José Zorrilla.

La Academia de Ciencias Naturales, aunque su creación es del siglo XIX, remonta su origen a remota fecha. Hacia los años 1580 o 1581 existió en Madrid una academia de ciencias, a la que se sabe que perteneció el marqués de Moya y a más algún otro personaje, y en la que habían establecido varias enseñanzas. En tiempo de Felipe V, el duque de Escalona tuvo el proyecto de formar en aquel ramo del saber una academia igual a la Española; pero ese propósito no llegó a realizarse. Sin embargo, empezóse por aquella época a manifestar por hombres ilustrados la necesidad de impulsar en nuestro país el estudio de las ciencias, considerando ventajoso para ese fin el establecimiento de la Academia, cuyas bases llegó a escribir por encargo del Gobierno de Fernando VI el erudito Luzán. Formó el plan, redactó los estatutos y hasta propuso los nombres de las personas que podían ser nombradas; pero nada se hizo a pesar de que el Gobierno mandó al extranjero profesores de diversas Facultades para estudiar los diversos métodos de enseñanza y para adquirir los aparatos necesarios al estudio de las ciencias físicas. 

Posteriormente llegaron a reunirse en Cádiz, mientras se conseguía establecer en Madrid la Academia, los ilustres matemáticos D. Jorge Juan, D. Antonio de Ulloa, el doctor Porcel y D. Pedro Virgilio, en representación estos dos de las Ciencias médicas, y D. José Carbonell y el marqués de Valdeflores. 

Aún fue ineficaz aquel esfuerzo, y hasta 7 de febrero de 1834 no aparece el primer decreto en que se dispone la creación de una Academia que había de comprender cuatro secciones: Historia Natural, Ciencias Físico-matemáticas, Ciencias físico-químicas y Ciencias Antropológicas. No prosperó, sin embargo, aquélla, y por decreto de 25 de febrero de 1847 quedó fundada la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que hoy existe. Dispúsose que tuviera treinta y seis académicos de número, de los cuales pertenecen doce a cada ramo científico de los que señala la denominación general del Instituto. Tuvo su primer domicilio en la calle de Capellanes, número 1. 

Permaneció después varios años en la Casa de los Lujanes, de la plaza de la Villa, y de allí pasó a la casa de la calle de Valverde cuando la Academia Española se trasladó al edificio de la calle de Alarcón. 

En la acera de la izquierda, pasada la calle de la Puebla, está el oratorio del Espíritu Santo. Le hizo la Congregación de Esclavas del Divino Espíritu y de María Santísima, bajo el título de la Oración, que tuvo sus comienzos en el convento de las mercedarias de Don Juan de Alarcón, y cuyas primeras ordenanzas aprobó el beato Simón de Rojas a 20 de marzo de 1620; pero después se suspendieron por algunos años, hasta el de 1647, en que D. Pedro Baca de Herrera, con otros varones piadosos, la volvieron a establecer. Luego labraron oratorio propio, que fue concluido en 1676, y en 1732 les concedió el arzobispo de Toledo licencia para que colocaran el Santísimo Sacramento y celebrasen todos los Divinos oficios. 

Hace pocos años, los frailes agustinos adquirieron las casas inmediatas, llegando hasta la calle del Barco, con objeto de establecer un colegio, y han labrado una iglesia bastante capaz, en la que han puesto una buena imagen, la de la Virgen de la Correa, obra de Juan Pascual de Mena. Y como anejo han tomado el oratorio del Espíritu Santo, al que han abierto acceso por su iglesia, de la cual queda como capilla dependiente. 

En el número 25 tiene sus oficinas y salón de actos la Sociedad Filantrópica de Milicianos nacionales y militares veteranos, fundada el año 1839 merced a un curioso episodio. Pasaban por la Cabecera del Rastro unos milicianos de los que el 7 de Julio de 1822 habían defendido como leales la Constitución, y vieron sacar de una miserable casa un cadáver tan miserable que, sin ataúd ni mortaja, era llevado envuelto en una estera de esparto. Movióles a tribulación el doloroso caso, y creció su tristeza cuando supieron que aquel cuerpo era de uno de sus compañeros, un subteniente retirado, que luchó en la guerra de la Independencia, ganando varias condecoraciones por sus hechos de armas, y, siendo luego miliciano nacional, batióse bizarramente en la jornada del 7 de julio. 

Conmovidos los que presenciaron el hecho, consiguieron de los sepultureros que llevaran el cadáver al depósito de la parroquia. Y, prosiguiendo su caritativa actividad, adquirieron un féretro, compraron una sepultura y acompañaron al cementerio con respeto y decoro al camarada que, salvado de los combates, había sucumbido vencido por la miseria. 

El triste suceso sirvió de enseñanza a los milicianos que intervinieron en él, y dio origen a que fuese creada esa benéfica Asociación, que en 1840 quedó formada, y a la que el general Espartero protegió generosamente durante su regencia. 

Viniendo a la denominación de la calle, recordaremos que aquí estaban, en el siglo XVI, las casas de D. Juan de la Victoria Bracamonte, al que heredaron sus nietas, a quienes llamaban las Victorias. A una de ellas cortejaba el galán modenés Jacobo de Grattis, que luego de converso fue el venerable sacerdote llamado el Caballero de Gracia, y era inútil su afán, pues no lograba ser correspondido por la codiciada doncella. 

Ocurrió que una noche en que rondaba la casa de las hermanas, dos hombres misteriosos, embozados en sus capas, tapados los rostros con las alas de los sombreros, acercáronse a él en son de ataque, y aunque tiró de su espada, vio cómo aquéllos también esgrimían valerosamente las suyas, y le llegaron a herir, dando con él en tierra. 

Luego que estuvo vencido, púsole el pie encima uno de los incógnitos, y le dijo: ”Avergonzados, caballero. Os han vencido las Victorias”. 

Jacobo sintió, en efecto, el ardor de la vergüenza al reconocer los hermosos rostros de las disfrazadas, que huyeron llevándose el estoque de su víctima. A poco rato acudieron dos mujeres cubiertas con largos mantos, las que levantaron a Jacobo del suelo, sin hablarle palabra, y le llevaron a curar de sus heridas, que antes le abrieron ellas mismas a favor de su disfraz y de su denuedo. 

De este suceso, que es un enérgico precedente de las hazañas de mademoiselle de Maupín, en París, vino a la calle el nombre de las Victorias, que conservó algún tiempo; pero desde el siglo XVII tomó la denominación de Valverde. 

En ése tan interesante santuario y antiguo convento de dominicos que existe pasado el pueblo de Fuencarral, histórica es la Virgen de Valverde. Por el año 1588 se hicieron grandes procesiones en Madrid por el triunfo de la Armada Invencible, que fue contra Inglaterra, y en una de ellas se trajo esa imagen desde su ermita, y salieron a recibirla fuera de esta villa los pendones y las Cofradías, y, a la puerta de ella, el cabildo de la clerecía con las cruces de las parroquias y todas las Comunidades religiosos. 

Entró por la mañana y se aderezaron las calles, poniéndose colgaduras en los balcones. Lleváronla a la iglesia mayor, que era la de Santa María, donde estuvo nueve días, pasados los cuales la volvieron a su lugar con la misma ceremonia y solemnidad con que la habían traído. 

Por cierto que aquel año, y con ocasión de la fiesta de San Juan, se pregonó que nadie bajase al río la víspera a celebrar la velada del Precursor, para que se excusasen las ofensas a Dios que podía hacer el vulgo inconsiderado. Pero se conoce que hubo algunos desobedientes, porque, a pesar de tan piadosas precauciones, la Invencible fue vencida por las tempestades, y España lloró uno de sus grandes desastres. 

En el santuario de Valverde se celebra todos los años, el 25 de abril, día de San Marcos, una curiosa romería, sucedánea de la famosa del Trapillo. Es muy de ver y de oír, especialmente, el auto sacramental con remate de danza, que representan sobre un tablado, delante de la ermita, los muchachos de Fuencarral, ataviados unos de moros y otros de caballeros cristianos, más el gracioso de la botarga y las vejigas, que espanta a los rapaces que se acercan demasiado al rústico escenario. 

Casa de Reales Academias
En el mismo sitio donde está la casa de las ciencias (números 24 y 26 de esta calle), desde 1894, nació la Real Academia de la Lengua en 1713. Allí se editarían pronto el primer tomo de su famoso diccionario o su gramática.

La calle tiene, además, su propia novela, La calle de Valverde, de Max Aub, que habría de publicarse en 1961 en México, después de que un par de años antes las censuras civil y eclesiástica desaconsejaran su publicación en España por entender que la novela, de un intenso realismo costumbrista, atentaba en ciertas partes contra la moral católica y hasta contra la idiosincrasia española. La calle de Valverde narra el Madrid de Primo de Rivera desde el número 32 de esta vía.

A Dios rogando…
La vida de la calle de Valverde ha transcurrido pegada a muros consagrados. Se guarda noticia de cómo se ensanchó a costa de los terrenos del convento de San Basilio, cuyo edificio serviría con el paso de los años como teatro – el Lope de Vega–, conocido popularmente de todas formas como “Los Basilios”. En el teatro de la esquina con la calle del Desengaño, los vecinos acudían a celebrar los bailes de carnaval. Allí mismo estuvo también el café Habanero, donde se vivían las noches más locas del barrio. Como se puede ver, los alrededores de Desengaño hace ya siglos que eran territorio vedado para las almas cándidas.

A la altura del número 15, enfrentado con San Onofre y haciendo esquina con la calle de la Puebla, luce como nuevo después de una reciente rehabilitación el Convento de Don Juan de Alarcón, que se llama realmente de Nuestra Señora de la Concepción de la Orden de las Mercedarias Descalzas, pero que siempre ha sido conocido así en honor del sacerdote don Juan Pacheco de Alarcón, quien lo fundara en 1606.

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