miércoles, 25 de enero de 2023

Calle de Santo Tomás

Calle de Santo Tomás


De la calle de Atocha a la calle de la Concepción Jerónima, bs. de Correos y de la Constitución, d. del Centro, p. de Santa Cruz. 

También se llamó del Verdugo, porque en ella tenía su vivienda el ejecutor de la Justicia. Por cierto que en el patio de esa casa estuvo, en calidad de reo recluso, una bola del Puente de Segovia, que al desprenderse ocasionó la muerte de un niño. Esa bola es la que falta en el lugar del puente por donde se precipito un autobús de viajeros. 

Da a esta calle la fachada occidental de la nueva iglesia de Santa Cruz, que está edificada en el solar que ocupó la del convento de Santo Tomás, famoso en los anales de la villa, instituido con el nombre de Colegio de Santo Tomás de Aquino, de religiosos de la Orden de Santo Domingo. 

Principió su fundación con una manda del bachiller Santo Domingo, sin duda en memoria del santo cuyo nombre correspondía a su apellido, y de su mujer, doña Ana de Arteaga, quienes quisieron remediar la descomodidad que padecían los religiosos que se enfermaban en el monasterio de los dominicos de Atocha, por lo apartado de la villa que se hallaba esta residencia. Así recibió en herencia el convento, a más de cierta renta, unas casas que poseía el bachiller junto a la iglesia del Salvador, para que hubiese dentro de la villa una casa donde se leyese una lección de teología y se dijeran ciertos aniversarios. Aceptó la Orden la manda, y porque la casa en cuestión no era a propósito, con el precio de ella fue comprada otra en la calle de Atocha, donde pusieron un vicario y el procurador general de Provincia, y un lector y otro religioso. 

En esta forma estuvo algunos años, hasta que, por el 1583, el maestro fray Diego de Chaves, confesor de Felipe II, considerando también la lejanía en que el convento de Atocha se hallaba para que los religiosos de él acudiesen a confesar y a asistir en otras necesidades espirituales de los habitantes de la villa, trató con el maestro fray Juan de las Cuevas, provincial que era a la sazón, que la casa de Santo Tomás se desmembrase de la de Atocha, cediendo el derecho que tenía a la memoria que dejó el bachiller Santo Domingo, haciéndola priorato, para lo cual, después de haber dado su consentimiento esta villa y para que se pudiese servir con el necesario número de religiosos, se dio orden de que se diese a esta casa la hacienda del monasterio de San Pedro de las Dueñas, de la ciudad de Ávila, que estaba por entonces deshabitado. 

Trajéronse de Roma los recados necesarios, en 1585, y habiendo aprobado el arzobispo de Toledo un decreto que había hecho la orden en razón de esto, el cual confirmó el general fray Sixto Fabro, quedó elegido primer prior del nuevo convento fray Andrés Caro, que después fue provincial y obispo de León. 

Poco tiempo después heredó este colegio novecientos ducados de renta, que le dejó el doctor Olivares, y el mayorazgo de doña Ana de León, que había muerto sin hijos, con lo cual y otras limosnas se restituyó al monasterio de San Pedro de las Dueñas lo que se había tomado. En 1611 pasó a Santo Tomás la hospedería de Atocha, en beneficio de la comodidad de los huéspedes y de la quietud de los moradores de ese monasterio. 

Residiendo en Santo Tomás murió el primer obispo de Filipinas, cuyo epitafio, traducido al romance vulgar, decía así: “Aquí está sepultado don fray Domingo de Salazar, de la Orden de los predicadores, primer obispo de las Filipinas, por su doctrina claro observante verdadero de la vida religiosa, piísimo pastor de sus ovejas, que siendo verdaderamente pobre fue padre de pobres. Murió a 4 de diciembre del año 1594.” 

También fue enterrado en la misma iglesia fray Diego de Chaves, el tremendo confesor del rey prudente. 

Por el año 1590 se erigió en este convento la Cofradía de los Dolores, a imitación de la que fundó en Flandes don Felipe el Hermoso. Fue colocada en un altar particular una imagen de la Dolorosa, llevada en solemnisima procesión desde el convento de las Descalzas Reales. 

Pasó el colegio de Santo Tomás a patronato del conde-duque de Olivares, quien tomó posesión a 6 de enero de 1626, día de la Epifanía, y le dotó con cuatro mil ducados de renta al año. En 1635 fue puesta la primera piedra para una nueva iglesia, en la que se empezó a trabajar lentamente; pero como en 15 de agosto de 1652, a las dos de la tarde, se prendiese fuego a la iglesia antigua con tal voracidad que en tres horas quedaron abrasados templo y convento, no quedando ni una celda, se dio prisa a concluir la iglesia empezada, de suerte que en 1 de octubre de 1656 se colocó el Santísimo en lo que se habilitó para el culto, que era la nave sin crucero, que trazó posteriormente Manuel Torija y construyó en parte D. José Churrigera, habiéndole cerrado sus hijos D. Jerónimo y D. Nicolás con una cúpula, que se desplomo el 11 de abril de 1723, y quedaron sepultadas en sus ruinas más de ochenta personas. 

Al fin, la nueva iglesia quedó consagrada el 28 de septiembre de 1735 por D. Fray Pedro de Ayala, obispo de Ávila. Y en 1756 produjo otro incendio en la capilla de la Virgen del Rosario, quemándose todo el altar con el sagrario y la imagen. 

La planta del templo era de cruz latina y de considerable extensión. Decoraban el alzado pilastras de orden compuesto, y en el crucero se levantaba la cúpula con las pechinas pintadas al fresco. El retablo mayor fue diseñado por un lego del convento. En las capillas había algunas imágenes notables, como la que hizo Luis Salvador Carmona, de la Virgen del Rosario, para sustituir a la que fue consumida por las llamas; y el Descendimiento, obra de Miguel Rubiales. La efigie de la Dolorosa, a que antes se hizo mención, decíase que era una de las dos que presentó Gaspar Becerra a la reina Isabel de Valois antes de que esta princesa aceptase la de la Soledad, que estuvo en el convento de la Victoria y ahora se halla en San Isidro el Real. 

Había una notable pintura de las Ánimas con Jesucristo y la Virgen, obra de Lucas Jordán, y un buen cuadro de Pereda en la capilla de Santo Domingo, cuyo patronato poseía el marqués de Cerralbo. Las bóvedas del templo estaban pintadas al fresco por Juan de Toledo, Montero de Rojas y Francisco Carmilo. 

Existía allí también un considerable mausoleo. El del conde de Gausa. Consistía en un pedestal con una larga inscripción y sobre el cual sentaba una urna con la efigie del conde, levantándose una pirámide por detrás de todo el monumento, que estaba hecho en mármoles de diferentes colores. 

En el Colegio de Santo Tomás instituyéronse ocho cátedras, tres de Filosofía, dos de Teología escolástica, una de Teología moral, otra en la que se explicaba la obra de Melchor Cano, “De locis theologicis” y otra de Retórica eclesiástica, en que servía de texto la del padre fray Luis de Granada. 

De aquel templo salía la comitiva de los Autos de fe, con todos los pendones y las Cruces de la Inquisición, y hasta la desaparición de la iglesia, salió también de allí el Viernes Santo la procesión del Santo Entierro. 

En 1822 celebrábanse en el viejo convento las sesiones de la Landaburiana, Sociedad avanzada que tomaba su nombre del infortunado oficial de la Guardia real D. Mamerto Landáburu, asesinado por los absolutistas el 30 de junio de aquel año. 

Cuando los trágicos sucesos del 17 de julio de 1834, los frailes de Santo Tomás sufrieron grandemente, como los de San Francisco y los jesuitas de San Isidro, la furia popular. Y destinado luego ese monasterio a cuartel de la Milicia Nacional, sirvió en 1841 de cárcel y capilla al general D. Diego de León y a los que como él fueron presos por la aventura del 7 de octubre, quienes de allí salieron para el suplicio. 

Estuvo también en este edificio el ministerio de la Guerra. Y quedaron luego en él el Consejo Supremo de Guerra y la Capitanía general. Castigado el templo de Santo Tomás varias veces por el fuego, hubo de acabar definitivamente devorado por las llamas en 1872. Pero aún se conservó algunos años el hermoso claustro del convento, destruido caprichosamente, como Santo Domingo el Real, la Concepción Jerónima, la Latina y tanta riqueza monumental como engrandecía el acervo artístico de Madrid. 


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