Según escritos antiguos, su nombre original fue Sombrerete
del Ahorcado ya que aquí fue ajusticiado, sin quitarse el sombrero, el cómplice
de un impostor que se hizo pasar por el rey don Sebastián de Portugal.
El famoso proceso del pastelero de Madrigal, Gabriel de
Espinosa, condenado a muerte por haber fingido ser el rey D. Sebastián de
Portugal en 1595. Leído detenidamente el proceso y estudiadas las declaraciones
de Fray Miguel de los Santos, también ejecutado en este proceso, parece indicar
que muy bien pudo ser efectivamente el rey D. Sebastian a quien la justicia de
Felipe II tenía prisa en eliminar pues al monarca español que ya reinaba en
Portugal no le convenía la reparación de aquel rey portugués. El tal Fray
Miguel de los Santos condenado el 15 de octubre de 1595, le pusieron un
ferreruelo negro, viejo y un sombrerillo, pasó a la cárcel, se le comunicó la
sentencia, fue llevado por las calles de Madrid con pregoneros por delante y
ahorcado en la Plaza Mayor.
El Ayuntamiento de Madrid en una placa nos explica que esta
calle y “su ambiente” inspiraron al compositor español Isaac Albéniz su obra
“Lavapiés”, perteneciente a su suite “Iberia”.
Hoy en día, la calle está repleta de tiendas textiles de al
por mayor regentadas por inmigrantes, sobre todo chinos. Unos metros más
adelante (en el número 15) nos encontramos con la joya de esta calle: las
ruinas de las Escuelas Pías de San Fernando, el primer colegio que hubo en
Madrid de la orden de los Escolapios.
Las ruinas que vemos hoy en día pertenecían a la iglesia del
colegio y que fue destruida en los primeros días de la Guerra Civil, en 1936.
Todavía conserva un bonito reloj en la pared.
El Colegio fue fundado en 1729 por el Padre Juan García de
la Concepción, sobre un solar propiedad de la parroquia de San Justo. El
colegio tenía como objeto la educación de niños pobres y pronto adquirió una
gran relevancia en la Corte debido a la gran calidad e innovación de sus
técnicas educativas; como muestra de esto es que puso en funcionamiento la
primera escuela de sordomudos del país.
Actualmente las ruinas han sido aprovechadas por la
Universidad Nacional a Distancia (UNED) para hacer una magnífica biblioteca, la
“Biblioteca Escuelas Pías”.
Algo más adelante en el paseo por la calle Sombrerete y nos
encontramos con la estatua de Agustín Lara, también conocido como el flaco de
Oro, justo en frente de la plaza que recibe su nombre y en la fachada de las
ruinas de las Escuelas Pías de San Fernando.
Agustín Lara insigne compositor mexicano que cantó a España
antes de conocerla, autor del célebre schotis “Madrid” Y de las canciones “Madrid” “Valencia” “Sevilla” “Navarra” “Toledo” “Murcia” “Granada”.
Justo al final de la Calle de Sombrerete nos encontramos con
un enorme reloj de sol pintado en la fachada de la Casa de la Vela que en horas
de luz nos ofrece las horas perfectamente sincronizado, obra del arquitecto
Javier de la Vega Regatillo que realizo trabajos de restauración en las
instancias del ayuntamiento de Madrid.
El motivo principal del reloj es una mujer en su balcón
tendiendo la ropa, algo cotidiano que se hace diariamente en el barrio y en la
parte inferior hay una inscripción que se dedica a los vecinos de Embajadores.
La Casa de la Vela que el arquitecto Javier de la Vega
Regatillo, enderezó y restauró a instancias de la E.M.V del Ayuntamiento de
Madrid. Esta pintura-reloj solar se comenzó el día 13 de mayo dándose por terminada
el 8 de julio de 1985 y se dedica a los vecinos de Embajadores.
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Dice Pedro de Répide de esta calle:
De la calle de Lavapiés a la del Mesón de Paredes, bs. de Lavapiés,
de Caravaca y de Jesús y María, ds. de la Inclusa y del Hospital, ps. de San Millán y San Lorenzo.
El verdadero nombre de esta calle es del Sombrerete del Ahorcado, y su tradición está enlazada con el
famoso proceso del pastelero de Madrigal, condenado a muerte por haberse fingido
ser el desaparecido rey D. Sebastián de Portugal. La interesante figura de Gabriel
de Espinosa, llevada más de una vez a la novela y al teatro, tiene su más bella
pintura poética en el drama de Zorrilla: «Traidor, inconfeso y mártir».
Como cómplices de Espinosa fueron perseguidos por el alcalde
de la Chancillería de Valladolid dos personas de calidad: doña Ana de Austria, que era monja en el convento de Santa María la Real, de Madrigal de las
Altas Torres, y el padre fray Miguel de los Santos, religioso agustino portugués,
de gran autoridad en su Orden, en la que había sido dos veces provincial.
Fray Miguel que había sido confesor de D, Antonio, prior de Crato y predicador del
rey D. Sebastián, era entonces vicario del
convento donde se hallaba doña Ana, y
confesor suyo.
Leído detenidamente el proceso y estudiadas las declaraciones
de fray Miguel de los Santos, el ánimo imparcial se inclina a creer
que muy bien pudo ser efectivamente el rey D. Sebastián aquel Gabriel de Espinosa,
a quien la justicia de Felipe II tenía
prisa en eliminar, porque el monarca español, que ya reinaba en Portugal, no le convenía la reaparición de aquel rey portugués.
Pues las últimas manifestaciones
de Espinosa en el tormento pudieron ser contestaciones forzadas a preguntas establecidas
por el juez, según las instrucciones que tuviera. Desde luego, parece imposible
que, habiendo sido fray Miguel de los Santos hombre que frecuentó
la corte de Lisboa y predicador de don Sebastián, no conociera a
este príncipe, hasta el extremo de dejarse engañar por un embaucador.
Fray Miguel de
los Santos pagó su lealtad a su país
y a su natural señor, sufriendo también
la última pena. El 15 de octubre de 1595 fueron a la cárcel
el doctor Llanos y el alcalde Canal,
y le llevaron en un coche a la iglesia del
monasterio de San Martín, donde le esperaba el arzobispo de Oristán para degradarle. Después de esta ceremonia, le pusieron un ferreruelo
negro, viejo, y un sombrerillo, pasando
de nuevo a la cárcel, donde se le notificó la última sentencia, que
le condenaba a ser llevado por las calles de Madrid, con pregoneros delante, y ahorcado en la Plaza Mayor.
Así aconteció
el día 19 del mismo mes, y el sombrerete que le pusieron cuando la degradación, fue, luego de muerto fray Miguel, paseado por Madrid en la punta de un palo, y, finalmente,
fueron a dejarle colocado en
unos montones de estiércol que había en los corrales del escribano D.
Antonio Cros y Estrada, lugar que ahora se llama «La Corrala», frente a las
Escuelas Pías de San Fernando, y
allí permaneció mucho tiempo, por
lo que a esta calle se la dio el nombre que todavía lleva, y que, a pesar de ser
denominación ridícula, recuerda un episodio tan altamente dramático de nuestra Historia.
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