sábado, 28 de enero de 2023

Calle de San Justo

Calle de San Justo


La calle de San Justo empieza en la plaza de Puerta Cerrada y llega hasta la Plaza del Cordón

La calle, en sus orígenes comunicaba Puerta Cerrada con la desaparecida iglesia de Santa María de la Almudena situada en la calle Mayor, es por esta razón que se la denominaba popularmente “la calle que va a Santa María”. Posteriormente, se dividió  en dos partes con los nombres de San Justo y del Sacramento, separadas por la plaza del Cordón

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Dice Pedro de Répide:

De la plaza de Puerta Cerrada a la del Cordón, b. del Ayuntamiento, d. de la Latina, p. de Santa María la Real de la Almudena. 

En esta calle típica madrileña estaban, a mediados del siglo XVI, las casas del Matadero y la primitiva iglesia de San Justo, contigua a la casa de Antonio Pérez, quien saltando por un balcón de su vivienda pasó a aquel templo, iniciando la fuga que había de dar ocasión en Zaragoza a la ejecución del Justicia mayor Juan de Lanuza y a la pérdida de las libertades aragonesas. Por cierto que, formando parte del acervo del Museo arqueológico de Sevilla, quien estas líneas escribe ha tenido la suerte de encontrar en aquella ciudad, arrimado al muro del convento de Santa Clara, en el patio de la torre de Don Fadrique, ese famoso balcón de la casa de Antonio Pérez, que pasó a propiedad del conde de Puñonrostro, suyas fueron las casas que habían pertenecido al secretario de Felipe II. 

La iglesia parroquial de los Santos Niños Mártires de Alcalá de Henares, Justo y Pastor, que tenía por aneja la de San Millán, era de remota antigüedad, y había sido renovada por los escudos con armas reales que ornaban su techumbre. 

Tenían en esta iglesia su enterramiento Pedro Suárez de Toledo, los Coallas, Lagos y Lujanes, y en una capilla se ostentaban las armas de los Cisneros, mayorazgos antiguos de la villa. El día de San Pedro se hacía procesión desde esta iglesia a la del Santo Apóstol, por voto que se hizo en tiempo de D. Juan II. 

En este templo tuvo principio el año 1619 la venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa, bajo la invocación de San Pedro. 

En un altar, a la parte del Evangelio, había una imagen de la Virgen llamada de la Cabeza, muy antigua y de mucha devoción, y ante la que sucedió un caso que refiere el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Prudencio de Sandoval y el capellán Jerónimo de Quintana. Aconteció aquel suceso el año 1540, y fue que un caballero mancebo de las principales casas de Madrid, y habiendo confesado y querido comulgar el día de Jueves Santo, puesto de rodillas para recibir el pan eucarístico, al ver que el sacerdote oficiante tenía, por efecto de una enfermedad, el rostro feo y lleno de manchas, sintió repugnancia de recibir de sus manos la comunión, por lo cual abandonó aquel lugar sin haber practicado el sacramento. 

Y es fama que luego, «in continenti», se le puso la cara igual que al clérigo, siendo visto con espanto al llegar a su casa por sus familiares y criados, y en el mismo día murió, dejando confusos de admiración y pasmo a cuantos tuvieron conocimiento del prodigio. 

El actual templo fue erigido por el infante D. Luis Antonio Jaime, arzobispo de Toledo. Consta la fachada de un alto zócalo, en el que se levanta el primer cuerpo, decorado con pilastras dóricas, que están, pareadas en los extremos, y dos hornacinas con estatuas, hallándose a la derecha la Caridad, obra de Roberto Michel, y a la izquierda la ejecutada por Nicolás de Carisana, de quien es igualmente el bajorrelieve que hay en el centro de este primer cuerpo sobre la puerta, en el que se representa a los santos titulares sufriendo el martirio. 

Tiene pilastras jónicas el segundo cuerpo, con una gran ventana en medio y dos estatuas laterales. La Fe, por Carisana, y la Esperanza, por Michel. Termina la fachada con un ático y dos torres, viéndose en el centro un escudo con las armas reales, y en la parte superior una cruz sostenida por dos figuras infantiles, que sostienen cada una la palma de los mártires, y representa, indudablemente, a los santos niños de Alcalá Todas las esculturas están labradas en tierra caliza, y el paramento general es de granito. 

Esta fachada, que es una considerable obra de arte, no luce lo que debiera, porque carece de perspectiva, hallándose en una calle estrecha. La iglesia, en su interior, es de planta de cruz latina, decorada por pilastras, cuyos capiteles son interesantes. Ponz y Fabre consideraban como un defecto en la ornamentación de este templo el dominio de línea curva, sin tener en cuenta que responde a un estilo tan característico del siglo XVIII como es el llamado Luis XV. 

La capilla mayor forma ábside, y en el centro fue colocado un cuadro grande de medio punto, en el que pintó José del Castillo a los santos Justo y Pastor, ante el tirano Daciano. Sobre este cuadro ejecutó dos ángeles Pedro Hermoso, y a uno y otro lado hay medallas de escultura, sostenidas por niños. En 1763, Ventura Rodríguez proyectó para este sitio un retablo mayor, que no se llegó a construir. 

En un triángulo que forman los compartimientos de la bóveda, pusieron sobre esta capilla mayor una buena pintura al fresco, en la que se representa el mismo asunto del altar mayor, aunque variada la composición, viéndose a Daciano en un carro tirado por caballos y a los tiernos mártires confesando la fe en su presencia. Para esta pintura se hizo un marco tallado, y en el vértice del triángulo hay un grupo de dos ángeles. 

La mesa del altar elévase aislada en medio del presbiterio, y sobre ella el precioso tabernáculo que había pertenecido a la parroquia de San Miguel de los Octoes, a la que hizo tan bello presente el cardenal D. Antonio Zapata, quien le mandó construir en Roma y tuvo de coste seis mil ducados. Desde que pereció esa parroquia, estuvo guardado ese rico tabernáculo en la casa de la sacramental de esta otra de San Justo, hasta fines de 1835, en que fue colocado a expensas de esta corporación, donde desde entonces se halla. Consta de dos cuerpos, de bella forma, decorados por columnas y estatuas, y termina en un cascarón, estando todo labrado de piedras finas, lapislázuli, ágata y otras igualmente preciosas. 

Corona el crucero una cúpula de plata elíptica, formada por un ático, en el que hay cuatro grandes claraboyas, adornadas de ángeles de estuco, y bóveda pintada al fresco por los hermanos Velázquez, de quienes son los cuatro evangelistas de las pechinas, y la pintura en la cubierta de la capilla mayor. En el centro de la bóveda de cañón hay una gloria circular al fresco, en la que se ven los dos santos Justo y Pastor, ejecutada por Bartolomé Rusca, quien hizo asimismo las cuatro pechinas que acompañan a esa composición. 

Los dos retablos del crucero y los seis medios puntos de la nave son de fines del siglo XIX, y están hechos de buena arquitectura, imitando mármoles. Entre las esculturas que ocupan estos retablos, son dignas de mención un Crucifijo en el crucero, al lado del Evangelio, probablemente de Luis Salvador Carmona, autor de la Santa Librada, que se ve en una cruz. El San Antonio que está en un altar de la nave: el grupo de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen, y la imagen de Nuestra Señora, que hay a la parte de la Epístola, y es obra de Julián de San Martín. 

A uno y otro lado de la entrada al templo hay dos puertas menores que comunican con una espaciosa cripta. Esta iglesia dejó de ser parroquial y hasta de ostentar su tradicional denominación. Actualmente, en vez de llamarse de Santos Justo y Pastor, ahora titulares de la parroquia establecida en la antigua iglesia de Maravillas, denominase templo pontificio de San Miguel. 

Contiguo existe en la calle de San Justo el palacio episcopal, edificado por los cardenales infante D. Luis y Lorenzana. Hiciéronle para que en Madrid tuvieran propia residencia los arzobispos de Toledo, cuando aquí no había diócesis, sino solamente un vicario y obispo auxiliar de aquéllos. En este palacio murieron los primados D. Luis de Borbón, Inguanzo y Bonet y Orbe. 

Al ser constituida, a fines del siglo XIX, la diócesis de Madrid-Alcalá, cuyo primer obispo, D. Narciso Martínez Izquierdo, fue asesinado en la puerta de la nueva catedral el domingo de Ramos de 1886, el palacio de los arzobispos quedó destinado al aposentamiento de los prelados de Madrid. En su interior se conservan el arca famosa que regaló el rey D. Alfonso VIII para poner en ella el cuerpo de San Isidro y el célebre Cristo de las Lluvias, que estaba en San Pablo el Viejo. 

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