sábado, 14 de enero de 2017

Calle de Alfonso VI


Calle de Alfonso VI

Se encuentra entre la calle de la Morería y la costanilla de San Andrés, en pleno barrio de la Morería.


Esta calle, enclavada en parte mas venerable y tradicional de Madrid toma su nombre del conquistador definitivo de Madrid para los cristianos, el rey Alfonso VI, quien, dominada esta villa, pudo ya con facilidad caer sobre Toledo, donde había vivido entre los moros cuando fue victima del despojo hecho por su hermano. Supónese que por este lugar pasó cuando entró triunfador en Madrid, pero, de todos modos, el nombre a esta calle se le dio el 29 de mayo de 1878 en lugar del que tenía que era la del Aguardiente.


No es verosímil, como se ha dicho, que esta anterior denominación obedezca al hecho de que allí se vendiese aguardiente en tiempos de los moros, uso además prohibido por su religión; pero es indudable que en tiempos perfectamente cristianos ese licor espirituoso dio origen al nombre de esta empinada calle cuando, hallándose estancado por la Hacienda como permaneció hasta 1817, hubo en aquel paraje un depósito de ese articulo de beber y arder. En el plano de Texeira, esta calle aparece sin denominación, y en el de Espinosa, se la llama calle de San Isidro, cosa no extraña, porque hasta el siglo XIX solía haber en Madrid dos o más calles con la misma denominación.


Durante toma de Madrid, los asaltantes trepaban las murallas con tanta facilidad que los sitiados les dieron el apelativo de "gatos"  sobrenombre que aun hoy se les nos da a los madrileños.


Alfonso VI es uno de los príncipes castellanos mas interesantes de la Edad Media. Hijo de don Fernando I el Grande y de doña Sancha, recibió el reino de León en el reparto que, de los que había reunido, hizo su padre al morir. Pero fue despojado de su corona por su hermano don Sancho, que había heredado el reino de Castilla, y quitó igualmente a su otro hermano, don García, el reino de Galicia que le había correspondido. Don Alfonso, a cuyos leoneses había hecho pasar a cuchillo don Sancho por consejo del Cid, cuando aquellos caballeros dormían confiados en tiendas del de Castilla, pasó luego por tener que hacerse fraile en Sahagún y, evadido del monasterio, llegó a la corte del rey moro de Toledo, Al-Manum, quien lo recibió como a un hijo.


En todo esto, la hidalguía castellana y lo caballeroso de los cristianos no aparece por ninguna parte. Vemos a un rey de Castilla que persigue y roba a sus hermanos. Hallamos a un magnifico señor como el Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, disponiendo la felonía de asesinar a los caballeros leoneses que, vencidos y acogidos a la caballerosidad de los castellanos dormían en las tiendas de estos. Y hallamos a don Alfonso que agradece la hospitalidad del rey moro de Toledo, estudiando la situación militar de esta ciudad para venir a tomarla a su segundo hijo cuando, asesinado Sancho II a traición, ante Zamora, por otro caballero, Vellido Dolfos, se encuentra con el dominio de Castilla y de León, no sin pasar por la vergüenza de que el Cid, que en esta ocasión se encontraba escrupulosísimo, le hiciera jurar por el cerrojo de Santa Gadea que no había tenido parte en la muerte de su hermano. ¡Oh gentil sociedad la del romancero!.


Don Alfonso, conquistador de Madrid el 9 de noviembre de 1083 y de Toledo el 25 de mayo de 1085, es el rey de las cinco mujeres: doña Inés, doña Constanza, doña Berta, la mora Zaida y doña Beatriz. De todas ellas, ninguna tan interesante como Zaida, hija del rey moro de Sevilla Aben-Abed, la cual, para desposarse con el rey de Castilla, viose en el trance de abjurar de su religión y bautizarse con el nombre de Isabel. Con esta tuvo don Alfonso su único hijo varón , aquel don Sancho, que, siendo todavía un niño de once años , fue a la guerra a pelear con los moros, de cuya raza era, al fin y al cabo, por mitad de su sangre. Y el niño don Sancho pereció en Uclés, en la batalla de Siete Condes, siendo tal desventura la desesperación de su padre, que pudo acordarse entonces de cuando sus antiguos aliados, los toledanos, habían muerto en Córdoba al joven hijo de Aben-Abed y llevado a Toledo su cabeza en lo alto de una pica. Pero el rey Alfonso había hecho militar a su hijo y comprendió que no podía dejarle regaladamente en su palacio mientras iban a la lucha los hijos de los demás.



Todavía en la vejez, hizo Alfonso VI su quinto matrimonio y cuando murió, lindando ya los ochenta años, dejó a su hija doña Urraca por heredera de sus reinos.


En la calle de Alfonso VI número 1, esquina a la de Redondilla se halla sobre el emplazamiento de donde estuvo el palacio de don Beltrán de la Cueva, el edificio actual de una de las inmemorables y más curiosas instituciones madrileñas. El colegio de San Ildefonso de Niños de la Doctrina, tradicionalmente llamado de los Doctrinos, de tan remoto origen que se desconoce la fecha exacta de su fundación y de él se sabe que siempre fue patronato del Ayuntamiento de Madrid, que probablemente fue su fundador y continúa encargado de su administración. Existe una cedula de los Reyes Católicos, en 1470, según la cual hacían a esta fundación un donativo de algunas fanegas de trigo.


Un documento de 1571 habla de las casas del escultor Pompeyo Leoni, en la carrera de San Francisco, "lindando con la casa de los Niños de la Doctrina Cristiana y con la de Francisco Giralte, escultor". En la casa de la carrera de San Francisco números 1 y 3 permaneció el colegio de los Doctrinos hasta 1883 en que, por hallarse ruinoso el edificio, fueron entregados los colegiales a sus familias, con la pensión diaria de una peseta cada uno, hasta que el Ayuntamiento adquirió el amplio edificio donde se halla actualmente aquella institución desde 1884, en que ingresaron en él los setenta alumnos que tenia.


El número de estos ha variado siempre. En el siglo XVIII eran cuarenta y, cuando en 1814 volvió a abrirse, pues se clausuró durante la invasión francesa, lo hizo con veintiocho alumnos; en 1858 volvió a tener cuarenta, haciéndose el aumento para conmemorar el nacimiento del príncipe Alfonso el año anterior; en 1878, para solemnizar el matrimonio de Alfonso XII con su prima doña Mercedes de Orleans, se extendieron a sesenta, y a ochenta en 1885, cuando se pudo disponer del nuevo edificio. Este es de una gran capacidad, con un buen jardín para recreo de los colegiales, que en él reciben una completa enseñanza. Las condiciones para el ingreso en este colegio son las de ser naturales de Madrid, huérfanos, por lo menos de padre, e hijos de legítimo matrimonio.


El edificio en que se halla esta institución, reparado por el Ayuntamiento al adquirirlo, es un antiguo palacio, cuyo abolengo ya se ha mencionado, y del que se sabe que en 1510 pertenecía a los Lujanes de la Morería. A mediados del siglo XIX fue propiedad del Conde de Benalúa y luego paso a ser propiedad del conde de Revillagigedo, de quien paso a la Comunidad de las Salesas Reales, que habían perdido su residencia, convertida en Palacio de Justicia, y permanecieron en esta casa hasta que en 1881 se trasladaron a su nuevo convento del paseo de Santa Engracia, y de las Salesas adquirió la casa el Ayuntamiento de Madrid para instalar el colegio de los Doctrinos.


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