La calle del Caballero de Gracia es una antigua y céntrica
vía de Madrid que baja desde la calle de la Montera hasta la Gran Vía donde esta se encuentra con la calle de Alcalá.
Debe su nombre a Jacobo de Grattis, caballero italiano
natural de Módena avecindado en el siglo XVI en esta calle (que luego tomó su
nombre), en la que era propietario de numerosas casas. De entre los edificios
conservados, destaca la entrada al Oratorio del Caballero de Gracia que tiene fachada
también en la Gran Vía.
Tuvo en su antiguo origen otros nombres: calle de la
Florida; calle de Gracia, según aparece en el plano de Teixeira de 1656; y el
algunos manuales aparece como calle del Clavel, que en realidad hace esquina a
esta vía.
El origen de su último nombre, entre la leyenda y el
romance, se inspira en las supuestas aventuras del casanova Jacobo de Grattis,
y en concreto en su intento de seducción de Leonor Garcés, natural de Teruel y
vecina de esta calle, casada con un infanzón aragonés. El donjuanesco de
Grattis, rechazado por la honesta Leonor, sobornó a una doncella para que
drogase a su dueña y le facilitara el acceso a la casa; intención que no pudo
culminar pues cruzando la vecina encrucijada de la Red de San Luis un
'fulminante terror' vino a paralizarle conminándole a que se arrepintiese de
sus pecados (en otras versiones la visión le asaltó ya en la cama de la señora,
cuya casa, luego de deshabitarse tomo el nombre popular de "casa del
Espanto"). Tras confesar su pecado al beato Simón de Rojas, se ordenó
sacerdote e inició una vida de auténtico empresario eclesiástico fundando y
construyendo diferentes congregaciones y conventos en sus terrenos en
propiedad; en uno de ellos, el de Concepcionistas Descalzas se acogerían las
monjas expulsadas de Inglaterra por Enrique VIII y se desarrolló, ya en el
siglo XIX, la vida no menos legendaria de sor Patrocinio, la "monja de las
llagas". También fundó la Congregación de Esclavos del Santísimo
Sacramento, a la que perteneció Cervantes, y construyó el original oratorio que
lleva su nombre, más tarde reconstruido por Juan de Villanueva.
Una segunda versión acerca del nombre actual de la calle dice
que el caballero tomó el sobrenombre de Gracia por un suceso considerado como
milagroso. Se cuenta, que su madre, años antes de nacer él, fue dada por muerta
y cuando iba a ser enterrada recobró de pronto la vida, asustando a todos los
presentes, muchos de los cuales huyeron corriendo. Este hecho fue interpretado
por las gentes de entonces como una "gracia" especial para quien
fuera a nacer posteriormente. Curiosamente, el caballero que obtuvo esa
"gracia" al nacer, vivió nada menos que hasta los ciento dos años.
Uno de los últimos momentos gloriosos de esta calle fue su
inclusión, materializada en personaje, en la zarzuela La Gran Vía, uno de cuyos
números musicales más célebres, el vals del Caballero de Gracia, le fue
dedicado. Precisamente, para la construcción de dicha 'gran vía' tuvo que
llevarse a cabo la demolición de toda la línea de edificios de los números
impares, salvándose tan solo el Oratorio. Uno de los edificios de abolengo que
desaparecieron fue el palacio de la condesa de la Vega del Pozo, edificio de
forma triangular situado entre las antiguas calles de San Jorge y San Miguel.
El cronista Pedro de Répide asegura que su dueña fue la última en abandonar el
'barco' antes de que lo hundiera la piqueta municipal; la anciana, soberbia
hasta el final, se negó a vivir en ninguna otra casa, ni en Madrid ni en
España, y se trasladó al extranjero, donde moriría poco después.
Tras unas primeras y tímidas industrias circenses fechadas
hacia el año 1819, en el que Juan Rambela y Juan González Mantilla ofrecían en
esta calle un espectáculo variado de "volatines, perros eruditos y una
máquina de fantasmagoría", queda noticia de que en 1827 el «écuyer»
francés Paul Laribeau montó un modesto circo ecuestre que sería el origen del
Circo Olímpico; para ello se ocupó un solar en esta calle del Caballero de
Gracia, haciendo esquina a la que fue calle de San Jorge, "frente a la
fonda La Cruz de Malta". Laribeau se asoció poco después con el también
caballista francés Monseiur François Avrillon (y su jaca Mosca), cuyo número de
mayor éxito era "Las grandes maniobras de la caballería turca". Por
un un anuncio del Diario de Avisos del 22 de septiembre de 1930, se conoce el
dato de que el Circo Olímpico estuvo dirigido por otro caballista, Monsieur
Reynaud, que "se luce en una serie de galopadas, entre fuego artificial e
infernales caballos".
En 1934, Avrillon y Laribeau trasladaron su caballería
circense de la calle Caballero de Gracia a un barracón en la plaza de Santa
Bárbara, y de allí a la plaza de la Lealtad, acabando en la plaza del Rey un
poco después, donde ocuparon el solar que sucesivamente albergó luego al nuevo
Circo Olímpico, el Teatro del Circo y el Circo Price.
Hacia 1830, Répide sitúa en esta calle dos históricas fondas
madrileñas: la modesta hostería del Caballo Blanco y la más lujosa de La Cruz
de Malta. También menciona el café de Neptuno, muy animado en Carnaval;
tradición que en esta calle mantuvo durante muchos años la abaniquería de
Lambea-Serra, que entre el mes de enero y la Cuaresma ofrecía una popular
exhibición de trajes de máscara.
Una larga lista de viajeros europeos dan fé, aunque
diferente opinión, de la presencia y la importancia de La Cruz de Malta. En
1787 era calificada por algunos de sus visitantes como la mejor fonda de la
ciudad; a pesar de que cinco años antes, en 1782, Daniel G. Moldenhawer había
dejado escrito que "no había
aseos... cada uno elegía un lugar en el pasillo lo más próximo posible a su
puerta para hacer sus necesidades".
En 1808 su dueño era Carlos José Lorenzini, que sería
sustituido luego por Vicente Gallego, al que se supone responsable de convertir
la fonda dieciochesca en un café cantante decimonónico, el Café Gran Cruz de
Malta. Mesonero Romanos en sus Memorias de un setentón, da noticia de que dicho
establecimiento "conservó su
primitivo carácter de café cantante". También informa Mesonero del
encendido ambiente político que durante el Trienio Liberal se vivió en La Cruz
de Malta, y en otros primitivos cafés madrileños como el café Lorencini o La
Fontana de Oro, donde en los últimos años del reinado del Rey Felón, los
liberales escribieron encendidas páginas de su historia. Páginas reales que
pocos años después convirtió en fantasía histórica Benito Pérez Galdós en su
primera novela publicada, titulada precisamente La Fontana de Oro.
Una de las últimas menciones que se conservan del Café de
Malta como establecimiento o salón de espectáculos varios, es el anuncio
recogido por el Diario de Avisos el 18 de mayo de 1833, del inicio de funciones
de "La niña invisible" en el salón de la Cruz de Malta. Al parecer,
el local dejó de funcionar poco después; así se deduce del hecho de que
Mesonero Romanos no lo cite ni incluya en su artículo de costumbres A Prima
Noche, publicado en 1835. Es de suponer que el edificio fue derribado para la
construcción de la nueva Gran Vía.
Otro 'hotel', menos lujoso y conocido, y documentado en el
siglo XIX en esta calle del Caballero de Gracia, fue la Fonda de la Unión. El
misterioso viajero Trelawney Tomkinson, en su todavía más misterioso libro
titulado The Inquisitor ("El Inquisidor"), dejó algunos párrafos
descriptivos del local y sus habitantes: "Te sorprenderá saber que tengo incluso el lujo del uso de una campana,
cuya llamada es puntualmente atendida por un muchacho asturiano llamado Pepe,
cuya astucia e ingenio son muy divertidos. Mi patrón es navarro y una persona
extremadamente respetable e inteligente. Creo que sólo es gerente en funciones
del negocio, ya que la casa pertenece a un marqués, uno de esos grandes de
España venido a menos, que tiene habitaciones junto a las mías".
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