La calle del Amor de Dios está entre la calle de las Huertas y la calle de Atocha en pleno barrio de Las Letras.
Por aquí, bajando hacia el olivar de Atocha y la huerta de San Jerónimo, había una casa en cuyo portal existía una imagen muy venerada de Nuestra Señora del Amor de Dios, cuya capillita estaba lleva de exvotos que atestiguaban una grande y extendida devoción. De tal modo que el vicario de Madrid, Juan Bautista Neroni, decidió que para dar a esa imagen más decoroso culto fuese trasladada a un templo; pero los vecinos se opusieron y quedó suspendida la resolución hasta que se fundó el hospital del venerable Antón Martín, de cuya iglesia fue titular la Virgen del Amor de Dios.
Tratóse de fundar una cofradía a ella dedicada; pero como la orden hospitalaria de San Juan de Dios se resistiese a admitirla en su templo para no distraerse de los fines de su instituto, constituyóse aquella al erigirse la iglesia del colegio de los Niños Desamparados, de la cual fue también titular la Virgen del Amor de Dios, colocándose en los Desamparados una efigie copiada de la que había en San Juan de Dios, y allí quedó al desaparecer el hospital y convertirse el templo en parroquia de El Salvador y San Nicolás.
El número 2 de la calle del Amor de Dios era un antiguo palacio en el que se hallaba instalada la embajada de Alemania cuando los sucesos motivados por las Carolinas, y a esta casa llegó la enorme y tumultuosa manifestación pública, siendo arrancado del balcón el escudo de imperio y arrastrado por las calles de Madrid. Esta mansión fue luego el palacio de los marqueses de Hoyos, en el que se celebraban fiestas suntuosas y donde murió el marqués, don Isidoro, académico de la Historia, autor de interesantes trabajos y embajador que había sido de España en Viena. Cuando el incendio de la Salesas no se sabía donde dar casa a la Justicia, sirvió durante escaso tiempo de Audiencia de Madrid este viejo palacio, que hubieron de abandonar pronto togas y golillas, a pretexto del estado ruinoso en que se encontraba el edificio, el cual, sin embargo, no tardó en tener ocupación particular.
En el número 11 de la calle del Amor de Dios murió a principios de 1888 el gran novelista y poeta don Manuel Fernández González. Dotado de imaginación opulenta, su labor no tiene nada que envidiar a la de Alejandro Dumas, padre, y su novela "El cocinero de Su Majestad" es verdaderamente una obra maestra.
Tratóse de fundar una cofradía a ella dedicada; pero como la orden hospitalaria de San Juan de Dios se resistiese a admitirla en su templo para no distraerse de los fines de su instituto, constituyóse aquella al erigirse la iglesia del colegio de los Niños Desamparados, de la cual fue también titular la Virgen del Amor de Dios, colocándose en los Desamparados una efigie copiada de la que había en San Juan de Dios, y allí quedó al desaparecer el hospital y convertirse el templo en parroquia de El Salvador y San Nicolás.
El número 2 de la calle del Amor de Dios era un antiguo palacio en el que se hallaba instalada la embajada de Alemania cuando los sucesos motivados por las Carolinas, y a esta casa llegó la enorme y tumultuosa manifestación pública, siendo arrancado del balcón el escudo de imperio y arrastrado por las calles de Madrid. Esta mansión fue luego el palacio de los marqueses de Hoyos, en el que se celebraban fiestas suntuosas y donde murió el marqués, don Isidoro, académico de la Historia, autor de interesantes trabajos y embajador que había sido de España en Viena. Cuando el incendio de la Salesas no se sabía donde dar casa a la Justicia, sirvió durante escaso tiempo de Audiencia de Madrid este viejo palacio, que hubieron de abandonar pronto togas y golillas, a pretexto del estado ruinoso en que se encontraba el edificio, el cual, sin embargo, no tardó en tener ocupación particular.
En el número 11 de la calle del Amor de Dios murió a principios de 1888 el gran novelista y poeta don Manuel Fernández González. Dotado de imaginación opulenta, su labor no tiene nada que envidiar a la de Alejandro Dumas, padre, y su novela "El cocinero de Su Majestad" es verdaderamente una obra maestra.
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