lunes, 30 de enero de 2017

Calle del Capitan Salazar Martinez


Calle del Capitan Salazar Martinez

La calle del Capitán Salazar Martínez está entre la calle de Toledo y la calle de la Arganzuela.

Desde 1911 recuerda esta calle a un militar muerto en el desastre del barranco del Lobo, durante una de las guerras de África, pero en otros tiempos llevó nombres diferentes.

Antiguamente recibía el nombre de San Lorenzo o del Albergue de San Lorenzo. Se llamó de ambas formas por el asilo de San Lorenzo aquí situado.

En el plano de Texeira se llama de San Lorenzo, sin duda a causa del cercano albergue del mismo nombre que hubo allí. En el siglo XVIII, cuando Espinosa trazó su mapa, ya recibe el nombre de calle de los Cojos, al que alude Répide como apelativo popular que no lograba ser desbancado por el recuerdo del heroico militar. Lo de los cojos se explica por los cinco tullidos que solían frecuentar el albergue de San Lorenzo en los primeros años de su existencia. Dos de ellos encontraron su desgracia en la gloriosa batalla de Lepanto y los otros tres ejerciendo como alarifes en magnas obras como el monasterio de El Escorial o el Alcázar de Madrid. De tanto ir los cojos al albergue, la gente empezó a conocer la calle así. Cuentan los cronistas, con Capmany a la cabeza, que Miguel de Cervantes era conocido de los dos cojos de Lepanto y que de vez en vez los acorría en la medida de su modestia. Peñasco y Cambronero son más prosaicos e indican que tal vez el nombre se deba a una familia, todos lisiados.

Otra leyenda cuenta que el nombre procede de una familia cuyos miembros eran todos cojos.

Desde 1911 se denomina Capitán Salazar Martínez, en recuerdo de Emilio Salazar Martínez (1872-1899) que murió junto con muchos otros oficiales en el ataque de los rifeños al puente de ferrocarril en construcción sobre el Barranco del Lobo (Marruecos).

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De esta calle dice Pedro de Répide;

Va de la calle de Toledo a la de la Arganzuela, b. de la Arganzuela, d. de la Latina, p. de San Andrés. 

No comprendemos el interés que el Ayuntamiento de 1911, autor de este acuerdo, tendría en recordar la rota del barranco del Lobo donde pereció como otros muchos oficiales, el señor Salazar Martínez, de respetable memoria privada, y por lo que a esta típica vía corresponde, lo cierto es que nadie la designa con la denominación oficial y sigue siendo la calle de los Cojos, lo cual tiene desde luego la ventaja de poderse decir más brevemente. 

Cuando en 1598 fundó Pedro de Cuenca el albergue de San Lorenzo, que venía a estar donde el actual y ya viejo Matadero, contiguo a la Puerta de Toledo, acogíanse a su cobijo, entre los menesterosos que le frecuentaban, cinco lisiados, cinco cojos, dos que quedaron inválidos en la batalla de Lepanto, dos en las obras del Escorial y otro al alzarse una de las torres del madrileño Alcázar. Y los cinco que allí encontraban la cena y el asilo de la noche, salían durante el día junto a la tapia que rodeaba el albergue y allí se manifestaban a la caridad de las gentes. 

No les faltaba el auxilio de graves varones que hasta allí acudían en su paseo, y uno de ellos, que andaba lento y silencioso, con gesto de amargura en el semblante, llamábase don Miguel de Cervantes Saavedra, y allá solía llegar a dar a sus antiguos compañeros de la Naval, con la exigua merced de su limosna, algo que más valía, como era la preciosa dádiva de su plática. 

Y a esa calle, que también fue llamada de San Lorenzo, por la vecindad del albergue, quedó el nombre de los cojos, que al temple de la solana eran, con el menoscabo de su cuerpo, mortal memoria viva de enteras y perdurables glorias.  

Se conoce como Desastre del Barranco del Lobo la acción militar acaecida en ese lugar, próximo a Melilla, el 27 de julio de 1909 en la que las tropas españolas fueron derrotadas por los rifeños. Es considerada una parte de la Guerra de Melilla.

A comienzos del siglo XX el gobierno español decide ejercer en Marruecos una influencia que devolviera al país el prestigio perdido como consecuencia del Desastre del 98. A este fin se adhiere a la Declaración de Londres de 1904, que asigna a España la misión de facilitar ayuda a Marruecos para llevar a cabo las reformas militares, económicas y administrativas de la que estaban tan necesitadas. En esta época el control de las cabilas que circundaban Melilla estaba en manos de un pretendiente al trono de Marruecos, que afirmaba ser el hermano del sultán Abd al-Aziz de Marruecos, Yilali Mohamed el-Yusfi ez-Zerhuni, conocido en la historia como Bu Hamara (el de la burra),1 por lo que una compañía española (la Compañía Española de Minas del Rif) y una francesa negocian con él la explotación de yacimientos mineros. Sin embargo, estas concesiones hacen que las cabilas que antes apoyaban a Bu Hamara consideren que éste les ha traicionado, y para demostrar su enojo el 8 de agosto de 1908 atacan las explotaciones, aunque sin causar víctimas, y Bu Hamara es apresado y enviado a Fez, donde moriría encarcelado por el sultán.

La muerte de Bu Hamara deja a España sin interlocutor con los rifeños y la situación se hace más tensa. El general Marina, Comandante General de Melilla, pide instrucciones y refuerzos al gobierno, ya que con las fuerzas con que cuenta no pueden continuar las labores pacificadoras, esto es, la continuidad de las explotaciones mineras. El gobierno se limita a pedir calma al general y nada hace; es más, le prohíbe cualquier acción militar y el 7 de junio de 1909 autoriza a las compañías mineras a proseguir sus trabajos. La tranquilidad dura poco, puesto que a finales de junio comienza una gran agitación, con predicación de la guerra santa, en las cabilas próximas a Melilla. Ante la negativa gubernamental a autorizar la ocupación y fortificación de posiciones que permitieran defender a los trabajadores de un posible ataque rifeño, Marina ordena una expedición por estas cabilas, que lo único que consigue es la captura de seis agitadores que son conducidos presos a Melilla.

Las detenciones son el detonante de la sublevación, y el 9 de julio de 1909 se produce en Sidi Musa un ataque de los rifeños a un grupo de obreros españoles que construían un puente para un ferrocarril minero, matando a seis[cita requerida] de ellos e hiriendo a uno. Cuando los hechos son conocidos por el gobierno, presidido por Maura, éste decreta el 10 de julio la movilización de tres brigadas mixtas de Cazadores, formadas en su mayor parte por reservistas de las quintas de 1903 y 1904[cita requerida], lo que provoca disturbios en Madrid y en Barcelona, donde se producen los sucesos conocidos como Semana Trágica.

En días sucesivos, menudean los enfrentamientos con francotiradores ocultos en las alturas que dominan las posiciones españolas. El día 16 comienza la llegada a Melilla de las fuerzas expedicionarias y el 18 entran en combate. El 20 se produce un nuevo ataque rifeño en Sidi Musa, aunque fue rechazado por los españoles tras largos combates, bajo un sol abrasador sin agua y sin comida. El 22 los ataques se aproximan a Melilla, por lo que para detener el avance enemigo se ordena una concentración del fuego artillero sobre el principal núcleo atacante. El general Marina, en previsión de un ataque a Melilla, acantona una columna de seis compañías de infantería y una sección de obuses en las proximidades de la ciudad, al mando del coronel Álvarez Cabrera. Este mando, por iniciativa propia, ordena una marcha nocturna hacia Ait Aixa, perdiéndose durante la noche y amaneciendo en el barranco de Alfer, donde son sorprendidos y diezmados por los francotiradores apostados en las alturas. Esta imprudencia, que cuesta la vida al coronel, produce además 26 muertos y casi 230 heridos. Sin embargo, se consigue el objetivo de sacar a los rifeños de sus posiciones y de hacerlos retroceder.

El 26 de julio se reciben noticias a través de confidentes rifeños sobre la preparación de un potente ataque rebelde. El general Marina, ya teniente general y Comandante del Ejército de Melilla, ordena la salida de tropas para proteger la posición de la Segunda Caseta. Asimismo, dispone que la brigada de Cazadores de Madrid, mandada por el general Guillermo Pintos Ledesma, vigile la zona del barranco del Lobo y el de Alfer, situados en las estribaciones del monte Gurugú. Es en el barranco del Lobo donde los españoles se ven expuestos al fuego graneado de los rifeños que continúan dueños de las alturas. Se comete, además, el grave error de intentar la retirada sin apoyo de la artillería, lo que causa gravísimas pérdidas. El general Marina, a la vista de la gravedad de la situación, se hace cargo del mando y organiza la retirada con apoyo artillero y de fuerzas procedentes de la posición de la Segunda Caseta. Esta emboscada originó más de 100 muertos, entre ellos el General Pintos, que estaba al mando de la expedición, y casi 600 heridos. Según la historiadora María Rosa de Madariaga murieron 153 militares (17 jefes y oficiales y 136 hombres de tropa) y 599 resultaron heridos (35 jefes y oficiales y 564 hombres de tropa).

Ante la gravedad de los acontecimientos se decide suspender todas las operaciones bélicas y continuar reforzando el contingente español en Melilla, que a mediados de agosto ya cuenta con más de 35.000 hombres y un elevado número de piezas de artillería y munición. A finales de agosto se reinician los combates por parte española, aunque ahora desde una posición de claro dominio, lo que llevaría a la pacificación total de la zona a finales de año.

El desastre del Barranco del Lobo ha sido considerado, junto con el de Annual en 1921, como una de las más sangrientas derrotas sufridas por el ejército español en las guerras coloniales sostenidas en el norte de África. Sin embargo, a pesar de las pérdidas de vidas, se consiguen los objetivos marcados y se rechaza al enemigo.

1 comentario:

  1. El capitán Salazar Martínez es un héroe de la guerra de Filipinas.

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