La calle de San Buenaventura transcurre entre la plaza de
Gabriel Miró a la calle de Bailen a la altura de la Basilica de San Francisco el Grande, bs. de San Francisco y de las Aguas, d. de la Latina, p. de San Andrés.
La calle lleva el nombra en recuerdo a Juan da Fidanza,
conocido como San Buenaventura (Bagnoregio, Toscana, Italia; 1218 - Lyon; 15 de
julio de 1274). Fue un santo y místico franciscano, obispo de Albano y cardenal
italiano que participó en la elección del papa Gregorio X.
En 1611, el Consejo, a petición del vecindario, mandó abrir esta calle y el final de la Redondilla, para dar comunicación directa al convento de San Francisco con la Morería, por detrás de las casas de don Pedro de Toledo, marqués de Villafranca.
La calle de San Buenaventura lleva ese nombre porque sobre la entrada a la huerta de San Francisco había un azulejo con la efigie de aquel célebre teólogo franciscano.
Fue discípulo de Alejandro de Hales, y llegó a ser General
de la Orden franciscana.
Es Doctor de la Iglesia Católica.
Juan da Fidanza, conocido como San Buenaventura (Bagnoregio,
Toscana, Italia; 1218 - Lyon; 15 de julio de 1274) fue un santo y místico
franciscano, obispo de Albano y cardenal italiano que participó en la elección
del papa Gregorio X. Fue discípulo de Alejandro de Hales, y llegó a ser General
de la Orden franciscana. Es Doctor de la Iglesia Católica.
Nació alrededor del año 1218. Algunos datan su nacimiento en
este año y otros en 1221.
Se formó en la Orden de los Frailes Menores e impartió
enseñanzas en la Universidad de París, en la cual estudió. Aunque rechazó ser
arzobispo de York, hubo de aceptar la diócesis de Albano. En 1274 fue nombrado
legado pontificio al concilio de Lyon. Participó activamente en los concilios
de la época y destacó en los ataques a las herejías y en las críticas a los
cismáticos. San Buenaventura representa a la escuela franciscana que,
inspirándose en San Agustín, se opone al aristotelismo de los Dominicos, y sostiene
que la filosofía y la razón no se encuentran en la base de la teología ni en la
culminación del conocimiento de la divinidad, pero sí en el camino que conduce
el alma hacia Dios.
Estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido
el grado de maestro, enseñó esas disciplinas a sus compañeros de la Orden
franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden.
Fue cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en
Lyon el año 1274. Escribió numerosas obras filosóficas y teológicas. Conocido como
el «Doctor Seráfico» por sus escritos encendidos de fe y amor a Jesucristo.
Erudito y hombre de gran espiritualidad, de entre sus obras
destacan un estudio sobre Pedro Lombardo (Comentario sobre las sentencias de
Pedro Lombardo) y el Itinerarium mentis in Deum (Itinerario del alma hacia
Dios). También escribió la vida de San Francisco.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el
nombre de «el doctor seráfico», enseñó teología y Sagrada Escritura en la
Universidad de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy
equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo
lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los
sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo
se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura
ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin
confundir el fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en
disipación y vana curiosidad.
Elección como
superior general de los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los
Frailes Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden
estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad
inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original. Naturalmente,
entre esos dos extremos, se situaban todas las otras interpretaciones. Los más
rigoristas, a los que se conocía con el nombre de «los espirituales», habían
caído en el error y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los
enemigos de la orden en la Universidad de París. El joven superior general
escribió una carta a todos los provinciales para exigirles la perfecta
observancia de la regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los
excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San
Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de
declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia
sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A
instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la
vida de San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que
estaba empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás
de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de
escribir la biografía del «Pobrecillo de Asís,» le encontró en su celda sumido
en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se retiró, diciendo:
«Dejemos a un santo trabajar por otro santo». La vida escrita por San
Buenaventura, titulada La Leyenda Mayor, es una obra de gran importancia acerca
de la vida de San Francisco, aunque el autor manifiesta en ella cierta
tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como testimonio contra
los que pedían la mitigación de la regla.
Nombramiento como
cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante
diecisiete años y se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la
muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San
Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de ello. Sin
embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de
Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a
Roma. Los legados pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias
de su dignidad. Según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia
y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como
Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo
en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase
su tarea. Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los
legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de
los temas que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión
con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto
la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron
a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a
él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea.
Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre
la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y
renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos,
el santo inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a
cabo. En acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San
Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo se cantaron en latín y
en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muerte
El Doctor Seráfico murió durante las celebraciones, la noche
del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar
la unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que
ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el
panegírico de San Buenaventura y dijo en él: «Cuantos conocieron a Buenaventura
le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse
movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde,
cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes.»
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