La Universidad Central, que da nombre al barrio, hoy semiabandonada, se construyó para continuar la obra del cardenal Cisneros en Alcalá de Henares. El edificio fue en parte construido sobre el seminario para jesuitas, fundado en 1602. Frente a la antigua universidad, esquina a la calle del Pez, se encuentra el Palacio Bauer, en el cual funcionó el Conservatorio Nacional de Música y Declamación y que desde hace bastante tiempo es sede de la Escuela Superior de Canto.
Quien esto escribe posee una escritura del año 1650, por la que se ve que la parte de la calle desde el Noviciado para arriba se llamó también calle de Burgos, lo que se explica por su dirección hacia la carretera de Francia, que pasa por el corazón de Castilla. Pero antes de llamarse de San Bernardo, la calle, en tiempo de Felipe II, se llamó de Convalecientes por el hospital que para ellos fundó el venerable Bernardino de Obregón. Fue en esta casa de caridad, que ocupaba el lugar de la casa actual número 21, donde se hizo unos años después el convento de San Bernardo, que vino a dar nombre definitivo a la calle. Este monasterio de Santa Ana de los Bernardos, que así era su especial denominación, fue fundado por Alonso de Peralta, contador de Felipe II, diciéndose la primera misa el 26 de julio de 1596. En la capilla mayor estaba enterrado en un mausoleo de jaspe el fundador, y esta era la única belleza artística de aquel templo y convento, derribados cuando la exclaustración.
En la esquina de la calle de la Flor Baja, estaba el convento de Domínicos del Rosario, cuyos monjes, que primero estuvieron en Portacoeli el año 1632, trasladáronse a este lugar, donde D. Octavio Centurión, marqués de Monasterio, y su mujer, doña Hapterina Doria, habían labrado iglesia y casa para las monjas capuchinas, quienes no aceptaron la donación. Los Domínicos vinieron a ella el 8 de febrero de 1848. Tenía su templo como notable particularidad artística y devota, la imagen del Cristo del Perdón, tallada por Manuel Pereira. Decíase que su contemplación producía una emoción intensa. La figura se hallaba arrodillada, puesta sobre un mundo la pierna izquierda, desnudo el cuerpo, con el rostro muy lastimoso, las manos abiertas y mostrando llagas.
El convento del Rosario fue, después de la desamortización, cuartel y parroquia de Alabarderos. Sirvió luego su edificio para colegio particular. Y vino a convertirse en el teatro del Recreo, donde, como en Variedades y en la Infantil, más análogamente a éste, pues que también había café en la sala, se cultivaba con éxito el primitivo género chico.
Entre la calle de la Flor Alta y la calle de la Cueva, hoy del Marqués de Leganés, se hallaba el palacio de los de ese título, que en el siglo XVIII su poseedor, el conde de Altamira, quiso convertir en el más suntuoso de Madrid, después del de los reyes. Hizo la traza Ventura Rodríguez, y por el único trozo que llegó a construirse, y que existe en la primera de esas calles, se advierte la belleza y la magnificencia que habría podido tener la obra completa. Cuando las fiestas de la proclamación de Carlos IV y jura del príncipe Fernando, en 1789, el marqués de Astorga, hijo y sucesor del iniciador del proyecto del palacio, quiso, ya que como alférez mayor era el que debía llevar el pendón de la villa en la exaltación del nuevo monarca, lucir la decoración externa de su casa tal como debía ser luego en realidad, y no llegó a ser. Hacía cuatro años que había muerto Ventura Rodríguez, y su sobrino, don Manuel Martín, siguiendo el diseño de aquel gran arquitecto, hizo para toda la fachada de la calle San Bernardo el artificio en lienzo y madera de cómo había de ser la de piedra. Yo poseo el grabado que representa aquella fugaz construcción, y es verdad que la grandiosidad y la elegancia de su traza la hacen comparable a la del palacio de Oriente. Sin realización el proyecto, sólo queda como muestra de él el opulento trozo que da a la Flor Alta construyendo en el resto de la manzana por la calle San Bernardo y la de la Cueva, vulgares casas de vecindad.
En el número 24 duplicado, que vuelve a la travesía de la Parada, y en terreno del antiguo convento de San Bernardo, hay un palacete moderno, el del conde de Ágreda. Sin embargo, su jardín, que se halla dando a la calle de la Parada, es resto de la vieja huerta monesel.
El número 28, dando esquina a la calle de la Luna, es una casa de hondo recuerdo en la historia, no ya de Madrid, sino de España. Es el palacio del duque de la Conquista, quien lo posee como descendiente de D. Gabriel de Peralta, que levantó esa mansión para vincularla en su mayorazgo. En ella vivió D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, y allí, donde su orgullo ofendió a tantos, tuvo su última prisión, de donde salió para el suplicio el 21 de octubre de 1621.
Otras dos casas antiguas muy típicas son las que se hallan esquina a la calle del Pez la una y a la de los Reyes la otra. La primera es del opulento banquero Bauer, y llena de objetos de arte, ha sabido abrirse para fiestas a la sociedad madrileña. La otra, siempre cerrada, con un bello aspecto de solemnidad y de misterio, parece una vivienda legendaria. Y hasta su dueño y habitante tiene un noble nombre de leyenda, D. Rodrigo de Medina.
Edificio de hermosa línea es el ministerio de Gracia y Justicia. Sobre el solar donde estaba el palacio de los marqueses de la Regalía comenzó a levantar éste la marquesa de la Sonora, en el siglo XVIII, a cuyo último estilo neoclásico pertenece la inconfundible arquitectura de esta casa. Quedóse sin terminar, y habiendo sido acabado largo tiempo después, adquiriólo el Estado para instalar él ese departamento ministerial.
El emplazamiento donde se halla la Universidad Central estaba ocupado por la Casa del Noviciado de la Compañía de Jesús, cuyo hermoso templo ocupaba el lugar que ahora el Paraninfo. Al ser expulsados los jesuitas por Carlos III ocuparon esa casa los Padres del Salvador. El templo tenía un famoso retablo de mármoles y bronces, construido en Roma y dedicado a San Francisco de Regis. Este retablo fue trasladado a la capilla del cementerio de San Luis, ya desaparecido. Y en la iglesia del Noviciado recibió sepultura, en 1802, la famosa duquesa de Alba, María Teresa Cayetana de Silva, cuyos restos pasaron luego al primitivo cementerio de San Isidro, donde yacen en el poético patio de San Andrés.
La Universidad Central tiene su origen propio e independiente de la célebre de Alcalá, con la que, al fin, vino a refundirse. El jueves 7 de noviembre de 1822, el presidente de la Dirección general de Estudios declaraba abierto el nuevo centro de enseñanza en el Salón de Estudios de San Isidro.
El 29 de octubre de 1836 trasladóse a Madrid la Complutense, fundada por el cardenal Cisneros en 1508, y por el plan de estudios de 1850, volvió a tomar el nombre de Central la Universidad de Madrid, reuniéndose de este modo la tradicional de Alcalá y la fundada durante los que Fernando VII hizo denominar «los tres mal llamados años».
Al ser trasladada a Madrid la Universidad de Alcalá, instalose primeramente en el Seminario de Nobles, que luego fue Hospital Militar, y se hallaba en la calle de la Princesa. Pasó después al convento de las Salesas Nuevas, en la calle de San Bernardo, y en 1843 empezaron a darse algunos de sus estudios en la antigua casa del Noviciado. Derribada ésta se construyó sobre su solar la actual Universidad, edificio vulgar y feo, y ya en estos tiempos insuficiente para sus fines.
El palacio de los duques de Parcent, entre las calles del Espíritu Santo y de San Vicente, es otro de los importantes edificios de la calle San Bernardo. Es una elegante construcción del siglo XVIII, que, por el desnivel del terreno, tiene como piso principal, por la calle San Bernardo, el que luego, por las laterales, queda rasando con el piso del jardín. En este palacio vivió la doctora de Alcalá, doña María Isidra de Guzmán y de La Cerda, madrileña insigne, famosa por su preclaro entendimiento y la variedad de sus estudios, quien se casó con el marqués de Guadalcázar, nombre con el que se designó esta casa durante mucho tiempo. Habitada a mediados del siglo XIX por la duquesa de San Fernando, fue también algún tiempo colegio para niñas, dirigido por religiosas, y ha estado abandonada bastante tiempo hasta que, adquirida por la actual duquesa de Parcent, ha recobrado y superado su antiguo esplendor, ya que está convertida esta mansión en un admirable museo, y en ella se celebran fiestas suntuosas, sin contar las frecuentes reuniones de Arte.
Sigue en la misma acera el palacio del duque de Santa Lucía, mansión que es otro museo valioso, y en el número 78, en otro antiguo palacio, se hallan, desde hace pocos años, la Redacción y talleres de "La Epoca".
En la esquina de la calle de Daoiz está la Escuela Normal de Maestros. Aquí era la casa del conde de Celanova, que sirvió de convento de Santa Clara cuando esta Comunidad perdió su casa en la calle de su nombre, uno de los monasterios que hizo derribar José Bonaparte. En la calle San Bernardo permanecieron las Clarisas hasta después de la muerte de Fernando VII, y se añadieron luego a la Comunidad de las Calatravas.
Entre la calle de Daoiz y la del Divino Pastor se hallan las Salesas Nuevas, así llamadas para distinguirlas de las Reales. Ese monasterio fue fundado en 1798 por doña Manuela de Centurión, marquesa de Villena, quien lo hizo por una revelación que había tenido en un sueño.
La iglesia de Montserrat, esquina a la calle de Quiñones y aneja a la Cárcel de Mujeres, está declarada monumento nacional. Pertenecía al antiguo convento de Benedictinos, fundado por Felipe IV en 1642 para los monjes castellanos que se hallaban en el de Montserrat y hubieron de abandonarlo con motivo del alzamiento de Cataluña; estuvieron primeramente en la Quinta del Condestable, la Huerta de Frías, donde permanecieron poco tiempo, hasta venir a este lugar. El templo, trazado por D. Pedro Ribera, quedó sin concluir, y en una capilla fue sepultado el cronista de Indias D. Luis de Salazar y Castro, que murió el 7 de febrero de 1734. La torre es muy interesante, como muestra del típico estilo barroco madrileño, y en la última Exposición nacional de Bellas Artes fue premiado con primera medalla un proyecto de restauración de esta iglesia, firmado por D. Carlos Gato Soldevilla. Este proyecto estaba bien, en general; pero tenía el defecto de añadir al templo una cúpula que no ha menester.
Delante de la iglesia de Montserrat apareció por vez primera el agua de Lozoya en Madrid, elevándose el 24 de junio de 1858 del surtidor de la fuente de ancho pilón allí emplazada, la misma que luego permaneció muchos años en la Puerta del Sol y ahora se encuentra en la Glorieta de los Cuatro Caminos.
Otra fuente, más antigua, había en la calle San Bernardo, la de los Doce Caños, que estaba más abajo de donde fue situada la del Lozoya. Un cantar infantil la recuerda:
La calle "Anchica"
de "San Bernárdico"
tiene una "fuéntica"
con doce "cañicos".
Entre las calles de Montserrat y de San Hermenegildo se conserva la vieja casa que era cuartel de Voluntarios del Estado en 1808, y a donde se dirigió Velarde el 2 de mayo para sacar la fuerza que salió hacia el cercano parque de Monteleón, fuerza mandada el capitán D. Rafael Goicoechea, y en la que figuraba el teniente D. Jacinto Ruiz.
La puerta de Fuencarral se hallaba cerrando la salida de la calle, junto a San Hermenegildo. Antes se la llamaba puerta de Santo Domingo, porque así se denominaba la que a la entrada de la que había de ser calle de San Bernardo, limitaba Madrid por este lado, y luego fue trasladada al final de la calle. La tapia de Monteleón, que venía formando ángulo con las Salesas Nuevas, se prolongaba a la derecha hasta más allá de la actual Glorieta de San Bernardo.
A la izquierda, saliendo de la puerta de Fuencarral, estaba el quemadero de la Inquisición, donde tantos desgraciados sufrieron el horrible suplicio. Sobre este lugar se edificó el Hospital de la Princesa, en 1857, tomando su nombre de la infanta Isabel Francisca, heredera del Trono.
En la glorieta de San Bernardo, formada entre el encuentro de la prolongación de la calle de San Bernardo y las de Carranza y Alberto Aguilera (antiguas Rondas), colocóse en 1902, entre los monumentos que se alzaron en Madrid para solemnizar la mayoría de edad de Alfonso XIII, la estatua de Lope de Vega, por Mateo Inurria, que fue luego trasladada a la intersección del paseo del Cisne y la calle de Almagro. En su lugar colocóse en 1908, cuando se conmemoró el centenario del Dos de Mayo, el grupo escultórico de Aniceto Marinas que, representando a los héroes populares de Monteleón, había presentado ese escultor y sido premiado en la Exposición de 1892.
Pasada la glorieta, hállase primeramente, a la izquierda, la capilla y el convento de la Esperanza, de monjas dedicadas a la asistencia de los enfermos. Es un edificio de moderna construcción y sin importancia. Moderno también e importante el que le sigue, que es albergue de una antigua y madrileñísima institución. El hospital de San Pedro de los Naturales. La congregación de presbíteros naturales de Madrid, que es quien le sostiene, celebró su primera junta en 15 de junio de 1619, teniendo en un principio veintidós sacerdotes congregantes, y fue fundada por el preclarísimo madrileño Jerónimo de Quintana, rector del hospital de la Latina, para asistir a los clérigos pobres en vida y muerte.
En la iglesia de San Justo quedó constituida la congregación, permaneciendo allí hasta 1624, en que tomó posesión del albergue de San Lorenzo, al final de la calle de Toledo. De aquí pasó a la parroquia de San Miguel de los Octoes, y de aquí en 1638, a un edificio propio en la costanilla de Capuchinos. Tres años después se trasladó a la parroquia de San Pedro el Viejo, en la que compró el cementerio y labró capilla. El hospital propio que tan necesario era a la congregación pudo labrarlo en el siglo XVIII, diciéndose la primera misa en su capilla el 29 de septiembre de 1732. De esta casa, que estaba en la calle de la Torrecilla del Leal, pasó hace unos años al hermoso edificio del final de la calle San Bernardo, donde ha hecho ahora dos años celebró el tercer centenario de la fundación de ese instituto, ampliado para recibir no sólo sacerdotes naturales de Madrid, como al principio se hallaba estatuido, sino de cualquier lugar.
Cuando después del incendio de las Salesas se buscó alojamiento para los Tribunales, llegó a pensarse en adquirir este edificio para palacio de Justicia; pero prosperó la más atinada idea que es la de reconstruir el que se incendió. En la iglesia de San Pedro de los Naturales ha venido a instalarse la parroquia de los Dolores, que estaba, desde su moderna creación, en la capilla del clausurado cementerio general del Norte, hasta la demolición de éste. Unos restos gloriosos se guardan en esta iglesia de San Pedro. Los de D. Pedro Calderón de la Barca, que enterrados primero en la iglesia de San Nicolás, fueron llevados luego al cementerio de ese mismo nombre en la calle de Méndez Álvaro, trasladados después al hospital de Naturales en la Torrecilla, y finalmente desde allí a la nueva casa de la congregación.
A continuación de este edificio se ve la entrada de la calle de Rodríguez San Pedro, obstruida por la Central de transformadores de la Hidráulica Santillana, con notoria muestra de la debilidad de las autoridades y del desprecio por la capital y sus habitantes. En cambio, en frente acaba de abrirse una calle, donde antes era un sucio pasadizo entre tapias y vertederos. A la esquina de la calle de Magallanes está la fábrica de electricidad de la Compañía de Tranvías. Y embocando la glorieta de Quevedo se ven ya grandes casas modernas, donde antes eran humildes viviendas de un solo piso y se encuentra convertido un viejo parador en una cochera de automóviles.
Volviendo a recorrer en una ojeada general la calle San Bernardo, recordamos cuántas veces durante las revueltas del pasado siglo se turbó la paz, sobre todo el 54 y el 66, y en las jornadas estudiantiles de San Daniel y Santa Isabel. Esta calle alegre y bulliciosa perdió su teatro, el del Recreo, y no lo ha sustituido, ya que el teatrito del Noviciado, construido someramente en 1906, incendiado pocos años más tarde, y reedificado con más esmero, ha variado de género casi tanto como de nombre, y ha triunfado finalmente en él la proyección cinematográfica sobre la representación escénica.
Los típicos cafés de la calle San Bernardo han ido desapareciendo. El amplio de la Gran Vía cambió su nombre por el de la Reina Victoria y ha visto reducido a escasas proporciones su local. El de Prada y el de la Universidad, famosos en los fastos estudiantiles, se han trasformado en cantinas, y sólo subsiste el antiguo de Peláez, llamado después de San Bernardo, en la esquina de la calle de las Beatas y planta baja de la casa donde vivió muchos años doña Emilia Pardo Bazán. Los tupis se han multiplicado, en cambio, y su público, relacionado con la alegre vecindad de algunas calles cercanas, presta una singular animación nocturna a esta calle, que tiene durante el día su ambulante población característica de covachuelistas y estudiantes.
Bernard de Fontaine, conocido como Bernardo de Claraval (en francés: Bernard de Clairvaux) (castillo de Fontaine-lès-Dijon, (Borgoña), 1090 — Abadía de Claraval, Ville-sous-la-Ferté, Champaña-Ardenas, Francia, 20 de agosto de 1153) fue un monje cisterciense francés y abad de la abadía de Claraval.
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