viernes, 27 de enero de 2023

Calle de Santa Ana

Calle de Santa Ana

De la calle de la Ruda a la del Bastero, bs. de las Amazonas, de la Arganzuela y del Humilladero, ds. de la Inclusa y de la Latina, p. de San Pedro el Real. 

A esta calle dan las accesorias del teatro de Novedades, y en ella, y su trozo comprendido entre la de la Ruda y la de las Velas, estaba la casa más pequeña de Madrid, llamada de las Cinco Tejas, porque en ese número eran las que coronaban su fachada. Estaba señalada con el número 20 antiguo y 9 moderno de la manzana 88. Perteneció a las memorias de María León en la parroquia de San Justo y estaba arrendada en catorce reales al mes. Fue derribada en 1851. 

Llámase así esta calle porque allí, en la posesión de los Herreras, había una imagen de Santa Ana. Patrona y abogada de la villa, la cual fue trasladada a la iglesia de Santa María. Era fiesta mayor en Madrid el día de Santa Ana, y además eran los gitanos particularmente devotos de esa imagen de la Madre de la Virgen. Cervantes, al comienzo de "La Gitanilla", habla de cómo el primer día que entró Preciosa en Madrid fue el día de aquella santa, danzando con ocho gitanas y un gitano, gran bailarín, que las guiaba. Así llegaron al templo de Santa María, y delante de aquella efigie Preciosa cantó su romance al son de unas sonajas. 

Cuenta la leyenda que en esta calle de Santa Ana, habitó un afable fantasma. Se decía que era el de un viejo curtidor que había muerto en la calle de la Ribera de Curtidores al volcar una carreta. Durante mucho tiempo se apareció en los tejados y penetró por las ventanas, pero como no hacía mal a nadie, el vecindario se acostumbró a él y nadie le temía. Incluso se cuenta que algunas beatas llegaron a rezarle para que intercediera con el Todopoderoso en épocas de plagas y calamidades. Sin embargo sus apariciones fueron disminuyendo hasta que desapareció totalmente, para reaparecer dramáticamente en el siglo XX.

En el Teatro Novedades, situado en la calle de Toledo esquina a la actual calle de López Silva, se representaba el día 23 de septiembre de 1928, domingo, el sainete La Mejor del Puerto. Hacia las nueve menos diez un cortocircuito en la instalación eléctrica, instalación que en esa época sería de aquella manera, produjo un pequeño incendio en la parte alta de los decorados y del telón, momento en el que alguien del público lo percibió y lanzó el fatídico grito: ¡Fuego! Una concatenación de fatalidades hizo que el incendio se extendiera rápidamente por el techo del escenario y en poco tiempo el teatro fue una tea ardiente que llegó a ser perceptible desde el Alto de los Leones.

Desde el momento en que se oyó el grito de ¡Fuego!, dentro del teatro la situación fue dantesca. Todo el mundo quiso escapar el primero, pero el teatro solo tenía la entrada principal y una trasera, en la calle de Santa Ana, para acceder a los camerinos (se salvaron por esta puerta los artistas y gran parte del personal de detrás de las bambalinas).  Son de imaginar los gritos, los empujones, las caídas… En este maremágnum se apagó la luz haciendo la huida ya casi imposible y para mayor desgracia un lisiado que intentaba huir del piso superior cayó y su muleta quedó atravesada en la única escalera que había. Los siguientes en llegar a la escalera, enloquecidos y a oscuras, cayeron en tropel al tropezar con la muleta y detrás de ellos tropezaron otros y otros, todos rodando escaleras abajo y cayendo encima de los que les habían precedido y debajo de los que les seguían. Cuando se despejó el humo bomberos y autoridades presentes descubrieron el horror de la escalera: de arriba a abajo estaba cubierta de un informe montón de cadáveres y lo más sobrecogedor es que ninguno mostraba signos de quemadura alguna. Sencillamente habían muerto aplastados. El balance final de la tragedia fue de 100 muertos y 150 heridos. Según las autopsias solo hubo un pequeño número de fallecidos por quemaduras, pues la inmensa mayoría murió por asfixia o por aplastamiento. En un primer momento se dijo que algunos cadáveres presentaban heridas punzantes, por lo que se pensó que algunos intentaron hacerse hueco hacia la salida a navajazos, sin embargo los forenses lo desmintieron posteriormente.

“El incendio del Novedades” quedó tan grabado en el recuerdo colectivo de los madrileños que durante muchas décadas sirvió como baremo de la gravedad de un suceso trágico: “como lo del Novedades”, o “casi tanto como el Novedades” se decía. Con el paso del tiempo otros sucesos desgraciadamente aún peores vinieron a sustituirle y finalmente cayó en el olvido.

Y fue a partir de aquel día 23 de septiembre de 1928 cuando reapareció el fantasma de la calle Santa Ana, y se dice que siempre en las noches en que era visto se oían los gritos de las víctimas del teatro. Se desescombró el solar, se construyó en él una casa de viviendas y el fantasma desapareció. Nunca más los vecinos del barrio volvieron a sufrir oyendo los lamentos de los muertos del Teatro Novedades.
La tradición cristiana dice que Santa Ana o Ana, casada con Joaquín, fue la madre de María y por tanto la abuela de Jesús de Nazaret.

Ana es patrona de Bretaña y de muchas ciudades en diversos países, así como patrona de las mujeres trabajadoras y de los mineros, pues se considera a Jesús el oro y María la plata. También es patrona de las mujeres embarazadas a la hora del parto. Su fiesta es el 26 de julio.

El nombre es conocido en hebreo como Hannah. Todo lo que se conoce sobre su vida, incluso su nombre, está basado en los Evangelios apócrifos, los cuales no fueron admitidos por la Iglesia dentro de sus libros canónicos. Santa Ana era natural de Belén. Sus padres eran Mathan y Emerenciana. Descendía del rey David y de Leví (casta sacerdotal).

Según el Protoevangelio de Santiago, Joaquín y Ana eran una pareja acomodada, pero estéril. Joaquín fue rechazado al llevar su ofrenda al templo por no tener descendencia. Apenado, Joaquín no volvió a su casa, sino que se dirigió a una montaña, donde rogó a Dios que le diera un hijo ayunando durante 40 días y 40 noches; Ana, mientras tanto, lloraba su dolor. Entonces un ángel se les apareció simultáneamente, anunciando que sus ruegos habían sido escuchados y que concebirían un hijo.

Ana prometió dedicar al niño al servicio de Dios y cumplidos los nueve meses dio a luz a una niña a la que llamó Miriam (María). Al cumplir los tres años, Joaquín y Ana llevaron a María al templo para consagrarla a Dios como habían prometido. María vivió en el templo hasta que cumplió los 12 años, edad en la que fue entregada a José como esposa.

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