De la
calle de la Ruda a la
del Bastero,
bs. de las Amazonas, de la Arganzuela y del Humilladero, ds. de la Inclusa y de
la Latina, p. de San Pedro el Real.
A esta calle dan las accesorias del teatro
de Novedades, y en ella, y su trozo comprendido entre la de la Ruda y la de las
Velas, estaba la casa más pequeña de Madrid, llamada de las Cinco Tejas, porque
en ese número eran las que coronaban su fachada. Estaba señalada con el número 20
antiguo y 9 moderno de la manzana 88. Perteneció a las memorias de María León
en la parroquia de San Justo y estaba arrendada en catorce reales al mes. Fue derribada
en 1851.
Llámase así esta calle porque allí, en la
posesión de los Herreras, había una imagen de Santa Ana. Patrona y abogada de la
villa, la cual fue trasladada a la iglesia de Santa María. Era fiesta mayor en Madrid
el día de Santa Ana, y además eran los gitanos particularmente devotos de esa imagen
de la Madre de la Virgen. Cervantes, al comienzo de "La Gitanilla", habla
de cómo el primer día que entró Preciosa en Madrid fue el día de aquella santa,
danzando con ocho gitanas y un gitano, gran bailarín, que las guiaba. Así llegaron
al templo de Santa María, y delante de aquella efigie Preciosa cantó su romance
al son de unas sonajas.
Cuenta la leyenda que en esta calle de Santa Ana, habitó un
afable fantasma. Se decía que era el de un viejo curtidor que había muerto en
la calle de la Ribera de Curtidores al volcar una carreta. Durante mucho tiempo
se apareció en los tejados y penetró por las ventanas, pero como no hacía mal a
nadie, el vecindario se acostumbró a él y nadie le temía. Incluso se cuenta que
algunas beatas llegaron a rezarle para que intercediera con el Todopoderoso en
épocas de plagas y calamidades. Sin embargo sus apariciones fueron disminuyendo
hasta que desapareció totalmente, para reaparecer dramáticamente en el siglo
XX.
En el Teatro Novedades, situado en la calle de Toledo
esquina a la actual calle de López Silva, se representaba el día 23 de
septiembre de 1928, domingo, el sainete La Mejor del Puerto. Hacia las nueve
menos diez un cortocircuito en la instalación eléctrica, instalación que en esa
época sería de aquella manera, produjo un pequeño incendio en la parte alta de
los decorados y del telón, momento en el que alguien del público lo percibió y
lanzó el fatídico grito: ¡Fuego! Una concatenación de fatalidades hizo que el
incendio se extendiera rápidamente por el techo del escenario y en poco tiempo
el teatro fue una tea ardiente que llegó a ser perceptible desde el Alto de los
Leones.
Desde el momento en que se oyó el grito de ¡Fuego!, dentro
del teatro la situación fue dantesca. Todo el mundo quiso escapar el primero,
pero el teatro solo tenía la entrada principal y una trasera, en la calle de
Santa Ana, para acceder a los camerinos (se salvaron por esta puerta los
artistas y gran parte del personal de detrás de las bambalinas). Son de imaginar los gritos, los empujones,
las caídas… En este maremágnum se apagó la luz haciendo la huida ya casi
imposible y para mayor desgracia un lisiado que intentaba huir del piso
superior cayó y su muleta quedó atravesada en la única escalera que había. Los
siguientes en llegar a la escalera, enloquecidos y a oscuras, cayeron en tropel
al tropezar con la muleta y detrás de ellos tropezaron otros y otros, todos
rodando escaleras abajo y cayendo encima de los que les habían precedido y
debajo de los que les seguían. Cuando se despejó el humo bomberos y autoridades
presentes descubrieron el horror de la escalera: de arriba a abajo estaba
cubierta de un informe montón de cadáveres y lo más sobrecogedor es que ninguno
mostraba signos de quemadura alguna. Sencillamente habían muerto aplastados. El
balance final de la tragedia fue de 100 muertos y 150 heridos. Según las
autopsias solo hubo un pequeño número de fallecidos por quemaduras, pues la
inmensa mayoría murió por asfixia o por aplastamiento. En un primer momento se
dijo que algunos cadáveres presentaban heridas punzantes, por lo que se pensó
que algunos intentaron hacerse hueco hacia la salida a navajazos, sin embargo
los forenses lo desmintieron posteriormente.
“El incendio del Novedades” quedó tan grabado en el recuerdo
colectivo de los madrileños que durante muchas décadas sirvió como baremo de la
gravedad de un suceso trágico: “como lo del Novedades”, o “casi tanto como el
Novedades” se decía. Con el paso del tiempo otros sucesos desgraciadamente aún
peores vinieron a sustituirle y finalmente cayó en el olvido.
Y fue a partir de aquel día 23 de septiembre de 1928 cuando
reapareció el fantasma de la calle Santa Ana, y se dice que siempre en las
noches en que era visto se oían los gritos de las víctimas del teatro. Se
desescombró el solar, se construyó en él una casa de viviendas y el fantasma
desapareció. Nunca más los vecinos del barrio volvieron a sufrir oyendo los
lamentos de los muertos del Teatro Novedades.
La tradición cristiana dice que Santa Ana o Ana, casada con
Joaquín, fue la madre de María y por tanto la abuela de Jesús de Nazaret.
Ana es patrona de Bretaña y de muchas ciudades en diversos
países, así como patrona de las mujeres trabajadoras y de los mineros, pues se
considera a Jesús el oro y María la plata. También es patrona de las mujeres
embarazadas a la hora del parto. Su fiesta es el 26 de julio.
El nombre es conocido en hebreo como Hannah. Todo lo que se
conoce sobre su vida, incluso su nombre, está basado en los Evangelios
apócrifos, los cuales no fueron admitidos por la Iglesia dentro de sus libros
canónicos. Santa Ana era natural de Belén. Sus padres eran Mathan y
Emerenciana. Descendía del rey David y de Leví (casta sacerdotal).
Según el Protoevangelio de Santiago, Joaquín y Ana eran una
pareja acomodada, pero estéril. Joaquín fue rechazado al llevar su ofrenda al
templo por no tener descendencia. Apenado, Joaquín no volvió a su casa, sino
que se dirigió a una montaña, donde rogó a Dios que le diera un hijo ayunando
durante 40 días y 40 noches; Ana, mientras tanto, lloraba su dolor. Entonces un
ángel se les apareció simultáneamente, anunciando que sus ruegos habían sido
escuchados y que concebirían un hijo.
Ana prometió dedicar al niño al servicio de Dios y cumplidos
los nueve meses dio a luz a una niña a la que llamó Miriam (María). Al cumplir
los tres años, Joaquín y Ana llevaron a María al templo para consagrarla a Dios
como habían prometido. María vivió en el templo hasta que cumplió los 12 años,
edad en la que fue entregada a José como esposa.
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