jueves, 26 de enero de 2023

Calle de Santa Isabel

Calle de Santa Isabel

La calle de Santa Isabel se encuentra entre la calle de la Magdalena y la plaza del Emperador Carlos V.

Debe su nombre al Real Monasterio de Santa Isabel que se encuentra en la misma. El monasterio dio nombre a la antigua Fábrica de Tapices de Santa Isabel (pintada por Velázquez en su cuadro Las hilanderas), localizada en sus proximidades. Es una calle que ofrece una caída en cuesta que va desde su zona más elevada en la Plaza de Antón Martín hasta la inferior en la Plaza del Emperador Carlos V. Discurre de forma paralela a la calle de Atocha.

El Monasterio de Santa Isabel se fundó en 1593 por encargo personal de Felipe II en memoria de su hija, la infanta Isabel Clara Eugenia. La obra se adjudicó al alarife Juan Pérez de Mora. En tiempos de Felipe V fue destinado a la educación de niños y niñas desvalidos. Este monasterio, que aloja la Fábrica de Tapices de Santa Isabel, se convirtió en monumento histórico a finales del siglo XX.

Calle de Santa Isabel
En la época de Carlos III el arquitecto Francisco Sabatini (entre 1769 y 1788) se encargó de la construcción del Hospital General mejorando los hospicios que había en la zona. La obra quedó incompleta. En sus comienzos, el Hospital General albergó en su edificio al Real Colegio de Cirugía de San Carlos que se ubicó en los sótanos del Hospital General, en donde se habilitaron dos enfermerías para impartir la docencia.

En el número 22 de la calle vivía Teresa Mancha de Bayo, amante de José Espronceda que el 18 de septiembre de 1839 murió en su casa ahogada por un vómito de sangre.

La reina María Victoria, esposa de Amadeo I, fundó en la calle el Instituto Oftálmico. Se encontraba ubicado en esta calle el cuartel de Santa Isabel destinado al alojamiento de tropas de Infantería. Este cuartel fue lugar de diversas revueltas liberales durante el siglo XIX.

La calle de Santa Isabel en pleno siglo XX acababa en los muros del Hospital Provincial (antes denominado Hospital General) sin acceso directo a la glorieta de Atocha.


Se tiene acceso desde la calle de Santa Isabel al Mercado de Antón Martín, construido en 1934 con el objeto de regular y reunir los cajones de venta que se encontraban a lo largo de la calle a comienzos del siglo XX.

En la actualidad, ya en la parte inferior de la calle, se encuentra la sede del Colegio Oficial de Médicos de Madrid, así como un acceso lateral al Real Conservatorio Superior de Música de Madrid en parte de las antiguas dependencias del Real Colegio de Cirugía de San Carlos.

La calle de Santa Isabel, casi en su confluencia con la glorieta del Emperador Carlos V constituye el punto de acceso al Museo Reina Sofía.
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Dice Pedro de Répide de esta calle:

De la calle de Atocha a la glorieta de igual nombre, bs. de San Carlos, la Torrecilla y la Primavera, ds. del Congreso y del Hospital, p. del Salvador y San Nicolás. 

Hasta el año 1882 esta calle carecía de salida, terminando al llegar al Colegio de San Carlos, en cuya accesoria hay una lápida haciendo constar que en aquella fecha se verificó la apertura del final de esta vía, siendo alcalde don José Abascal. A esa mejora contribuyeron eficazmente las gestiones del teniente alcalde del distrito, D. Gabriel López Dávila. 

El comienzo es irregular, pues arranca de la plazuela de Antón Martín en la dirección que luego sigue la de la Torrecilla del Leal, desviándose a la izquierda la de Santa Isabel, con un trazado irregular. 

Es una de las más populares calles madrileñas y de las más amplias entre las tradicionales de los barrios bajos de la Corte. Conserva en mucho su aspecto de otro tiempo, aparte la modificación que le ha traído el derribo de la iglesia y hospital de San Juan de Dios, que ha dejado a esta parte, a más de la entrada a un salón de cinematógrafo y el acceso a un paraje que antes fue cubierto, una serie de tiendas cuyo conjunto tiene cierto carácter de zoco. Espacio es aquel que debiera haber tenido utilización para construir un mercado con que fuese sustituido el que existe por las mañanas al aire libre en la misma calle y en la de la Torrecilla, con estorbo para el tránsito y otras molestias que sufre el vecindario. 

En la casa numero 3, y dando frente a la calle de los Tres Peces, fundó en 1731, D. Juan de Moronte la capilla de la Virgen de la Portería, y consiguió dos años después licencia para decir misa en ella. Reedificada la casa a fines del siglo XIX, dejóse lugar para la capilla en el mismo sitio, y conservando, por cierto, las mismas puertas de la primitiva. En esa casa estuvo hace unos treinta años el Instituto Oftálmico, fundado por la reina María Victoria, esposa de D. Amadeo I, en la calle de Atocha, junto a la iglesia de Loreto. Actualmente, esa benéfica y loable institución se halla instalada en el amplio y hermoso edificio que posee en la calle General Arrando. 

El número 13, casa que no ha perdido su fisonomía secular, recuerda un episodio memorable del romanticismo español. En su piso bajo de la izquierda, ocupado actual- mente por una imprenta, vivía y murió a 18 de septiembre de 1839 Teresa Mancha, la musa de Espronceda, y asido a los hierros de una de aquellas rejas pasó la noche el poeta, pegada su frente a los hierros, contemplando desde la calle el cadáver de aquella muerte le inspiró el más hermoso de los cantos de «El Diablo Mundo». 

De la parte histórica de la calle de Santa Isabel sólo ha desaparecido el cuartel de igual nombre, célebre en las asonadas que animaron Madrid durante el pasado siglo, dando fe de vida de un pueblo y de sus ideales. 

Permanece, en cambio, esquina a la calle de San Cosme, una de las mansiones señoriales de más abolengo de la corte. El palacio condal de Cervellón, que sirve de residencia a los duques de Fernán-Núñez, en cuya familia está vinculado aquel señorío tan famoso en Cataluña y en todo el antiguo reino de Aragón, y en cuyo blasón figura el heráldico murciélago "Lo rat penat". El palacio de Fernán-Núñez ha sido teatro de espléndidas fiestas, bailes suntuosos, a los que más de una vez han concurrido los reyes. Efemérides recordadas siempre en aquellos barrios es la de la boda de los actuales duques, celebrada popularmente en la vecina iglesia de San Lorenzo. 

Seguidamente se hallan el convento, iglesia y colegio de Santa Isabel, que dan nombre a esta calle, la cual, a fines del siglo XVI, se llamó de Antonio Pérez, por haber tenido el renombrado ministro de Felipe II su casa de campo en estos lugares y precisamente donde se halla este beaterio, al lado de la que fue quinta del cardenal Quiroga, cuyo terreno estuvo ocupado por el Hospital General. 

Desde que la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza, partió para su destierro en la torre de Pinto, y Antonio Pérez huyó como pudo de las egregias iras, la casa de placer donde el secretario de la más grande Monarquía que vieron los orbes refocilaba sus ocios y sus gustos, quedó confiscada en beneficio de la hacienda de la Corona. Una breve parte de su terreno sirvió para instalar el colegio de Santa Isabel, y el resto de la finca quedó sin aplicación por el momento, en manos del monarca. 

Siendo anterior, aunque poco, la fundación del colegio a la del convento de Santa Isabel, y, desde luego con prioridad de algunos años en la vecindad de este paraje, es pertinente hablar antes de aquella casa-recogimiento, que tal fue el nombre con que hubo de ser designada esa institución. La fundó en el año 1595 Felipe II, en memoria de su hija más querida, la infanta Isabel Clara Eugenia, condesa de Flandes, y con la advocación de Santa Isabel, reina de Hungría, la poética y desgraciada land-gravina, que ha inspirado obras definitivas de arte. Así en la pintura, el cuadro de Murillo que existe en el Museo del Prado, lienzo rescatado del latrocinio de la invasión francesa que le arrebató de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, donde se guarda, de respeto, el sitio que ocupó sobre un altar. Y en la música, la delicada evocación de su figura en el Tannhauser wagneriano. 

El colegio de Santa Isabel se abrió el 6 de agosto del año arriba citado y su primer objeto fue proveer el sustento y educación de niños y niñas desvalidos. 

En el reinado de Felipe III quedó esa institución dedicada exclusivamente a colegio de niñas, y en 1738 se formaron las nuevas constituciones aprobadas por Felipe V, en las cuales estableció que en la admisión de colegialas se prefiriese entre las huérfanas a las hijas de los empleados de la Casa real, del Ejército y del Estado; pero pueden admitirse, y se admiten, pensionistas, si sus padres o parientes satisfacen los gastos de manutención. El principal objeto de este establecimiento, la enseñanza, es hoy lo mismo que su origen. 

Dispúsose que el patronato correspondiente a los reyes de España, en quienes había de residir la facultad de proveer las vacantes, tanto de alumnas como de profesores, si bien había de verificarlo a propuesta del patriarca de las Indias, a quien se confió la dirección del colegio. 

La fundación del convento de Santa Isabel arranca de una de las más interesantes tradiciones madrileñas, en que la sombra del misterio aparece inquietante y obsesionadora. Durante el reinado de Felipe II vivía en Madrid una dama, modelo de gran belleza, llamada doña Prudencia Grillo, quien habitaba en una casa de su propiedad en la calle del Príncipe, contigua al corral del mismo nombre y esquina a la calle que luego se llamó de la Visitación. 

Amaba doña Prudencia a un caballero digno de unir su suerte a la de ella. Acercábase el plazo que habían señalado para que el matrimonio se confirmase y legitimase su afición, cuando el novio viose solicitado por el deber patrio, que requeríale a bordo de la Armada que con harta precipitación llamárase Invencible. La despedida fue cruel, y por un triste presentimiento tuvo honores de postrera y definitiva. 

-Si he muerto-dijo a su dama el caballero-, habréis de saberlo por las señales que os diré. Abriránse de pronto, solas y con estrepito, las tapas de vuestra gaveta, y descorreránse las cortinas de vuestro lecho. 

Y quiso Dios que un día doña Prudencia Grillo viése con sobresalto que el bufetillo de su estancia abríase sólo, con un ruido seco y misterioso. No repuesta aún del terror que el extraordinario suceso hubo de causarla, miró a su lecho al punto que sus cortinas separábanse como corridas por una mano invisible. Cayó al suelo desvanecida la señora y siguiósela grave enfermedad. Poco más tarde llegaba a Madrid la nueva del desastre de la Armada. Doña Prudencia que siempre fue mujer de gran piedad, volvió los ojos al cielo y quiso fundar en la misma casa donde vivía una Comunidad de religiosas agustinas recoletas, cuyo convento había de llamarse de la Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel, por lo cual quedó el nombre de la Visitación a la calle inmediata, que hoy se llama oficialmente de Manuel Fernández y González, aunque como suele ocurrir en estos casos, subsiste por más frecuente y fácil la denominación tradicional. 

Trágica hermosura posee la leyenda, y así aconteció que doña Prudencia, señora más dada en sus juventudes a las fiestas del mundo que a los recogimientos espirituales, hubo al fin de resolver hacer penitencia. Poseía aquella dama, a más de esa casa, alguna hacienda, aunque poca, y toda ella diósela a la Comunidad naciente, ante el padre fray Diego de Rojas, provincial de la religión de San Agustín, en Castilla, con fecha 6 de septiembre de 1589. Fomentaba esta fundación el beato fray Alonso de Orozco, predicador de Felipe II, y viniendo las primeras monjas del monasterio de Santa María de Gracia, de la ciudad de Ávila, entre ellas doña Juana Velázquez, que fue la primera priora, díjose la primera misa y cerróse la clausura del nuevo convento el domingo 24 de diciembre del año antes citado. 

Aquel beaterio, que comenzó con cuatro religiosas, adquirió bien pronto el amor de las almas piadosas y devotas. Había muerto ya la señora Grillo y corría el año 1610, cuando la reina doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, acudió a visitar a aquellas religiosas agustinas. Y como durante su estancia en el convento de la Visitación oyese un rumor de músicas profanas, no pudo por menos de sentir extrañeza y preguntar la causa de aquella disipación. Con lo que hicierónla saber que tales músicas que de cerca se oían eran el inmediato corral del Príncipe, donde en aquellos momentos celebrábase una representación teatral. Escandalizóse la reina de ver cómo aquella vecindad turbaba la quietud espiritual y necesario recogimiento de las esposas del Señor, y prometióles el remedio con la donación de otro lugar más adecuado para su santo retiro. 

Y la casa de campo de Antonio Pérez tuvo ya completo uso por gracia y virtud de daña Margarita. El segundo domingo de Adviento del mismo año 1610 trasladábanse las religiosas a su nueva morada. Y no fue sólo de casa la mudanza, pues algo varióse el régimen de la Comunidad, que aunque no cambio de regla recibió, sin embargo, algunas nuevas constituciones, como fue hacerlas religiosas calzadas y apartarlas de la dirección de los agustinos para ponerlas bajo la del capellán mayor de la real Casa. Y celebróse la traslación al nuevo monasterio, quedando de aquella ceremonia, a la cual asistieron los monarcas, el nombre de calle de los Reyes Nueva, a la que por un bello milagro de Bernardino de Obregón fue también llamada del Niño Perdido, y actualmente ostenta la fea denominación de callejón del Hospital. 

Quedaba al siguiente monarca la misión de coronar la obra. En efecto, reinando Felipe IV, el primer domingo de octubre de 1639, D. Alonso Pérez de Guzmán, patriarca de las Indias, puso la primera piedra de la iglesia que habría de construirse según la traza de fray Alberto de la Madre de Dios, y terminarse en el año 1665. Aún en el siglo XVIII fue susceptible de mejora el templo que en nuestros días conocemos, y fue reformado, consagrándole de nuevo, el día 29 de junio de 1766, D. Manuel Quintano Bonifáz, inquisidor general y arzobispo de Farsalía. 

La fachada es sencilla, y el interior, poco extenso, de buena forma, coronando el crucero una cúpula octógona. La joya del templo, cuyo valor es igualmente artístico que histórico, es el cuadro de la Concepción, obra del gran José Ribera, el Españoleto, que aparece en el retablo mayor. Tomó de modelo para esa figura a su bellísima hija, de la que se enamoró rendidamente D. Juan de Austria, el Chico, hijo de Felipe IV y de la Calderona. De aquellos amores nació una niña que luego fue religiosa en el convento de las Descalzas Reales, de Madrid, en el que hay una capilla, la del Milagro, decorada con pinturas, labor algunas del propio hermano de Carlos II. Parece ser que se consideró escandalosa la historia de este lienzo de la Concepción y que el rostro de la misma no es el de la hija de Ribera, madre de la franciscana Sor Margarita de la Cruz, que en el egregio monasterio madrileño vivió asistida del tratamiento de excelentísima señora y con el rango de nieta de un monarca. 

En el ático del aludido retablo mayor de Santa Isabel hay una pequeña Visitación de Cerezo. El tabernáculo, que está decorado por cariátides, tiene tres pinturas que representan, la del frente, al Salvador, y las de los lados, a San Pedro y San Pablo, hechos por Antonio Palomino. 

Hay otros cuadros apreciables en los altares que hay en los cuatro machones que sostienen los arcos torales. El primero, contando desde la capilla mayor por el lado del Evangelio, es de Cerezo, y su asunto, Santo Tomás de Villanueva dando limosna a los pobres; el segundo es San Felipe, de Claudio Coello; el tercero, San Ildefonso, de Agüero, y el cuarto, San Nicolás de Tolentino sacando ánimas del Purgatorio, de Cerezo. 

A la entrada hay dos pinturas. La de la izquierda, que es del estilo de Cano, representa a San Agustín con su madre, y la de la derecha, a San Pablo y San Antón en el desierto. En el presbiterio se ven dos grandes lienzos apaisados, copia de uno de Velázquez, el de la derecha del altar, y de otro, de Ribera, el del lado de la Epístola. En el primero se ven los hijos de Jacob, y en el segundo, un nacimiento. Había además un Apostolado, que ha desaparecido desde hace ya cerca de un siglo. Los frescos de las cuatro pechinas trunca- das son de Antonio Velázquez, y a uno y otro lado del crucero hay tribunas con celosías doradas. 

En esta iglesia ha sido enterrado el patriarca de las Indias, obispo de Sión, D. Jaime Cardona y Tur, que falleció el 3 de enero de 1923 en su palacio del Buen Suceso, en la calle de la Princesa. 

Contiguo al edificio del Colegio de San Carlos, tiene su entrada por la calle de Santa Isabel, el Depósito judicial de cadáveres, allí trasladado en 1908 desde la casa, de poética tristeza, que servía para tan dramático destino entre las fondas del Canal y la orilla del Manzanares. 

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