Entre las calles de Esparteros,
San Cristobal, Zaragoza, plaza de Provincia y calle de la Bolsa.
Esta plaza, una de las tradicionales de Madrid, conserva todos los
años por Navidad su pintoresco
aspecto de mercado de figurillas de barro, para componer los «Nacimientos», y
de panderos, tambores, rabeles y zambombas con que dar ruidoso acompañamiento
al cántico de los villancicos.
Consta que en 1621 fue ensanchada la plazuela, a costa de unas
casas de Diego de Cepeda y de Isabel Berga. En 1736 se concedió terreno a la
parroquia de Santa Cruz para poner en comunicación la iglesia con la sacristía,
y en 1831 se promovieron diferencias sobre
la propiedad de un terreno que fue camposanto y quedó después para uso público.
Toma su nombre porque
en ella estaba la antigua iglesia parroquial de Santa Cruz, que hacía esquina a
la que luego se ha llamado calle de la Bolsa. Fue en sus principios ermita,
y después beneficio rural, poniendo en ella persona que administrase los sacramentos,
pues ya se había poblado considerablemente el camino de Atocha, tanto que luego
que fue parroquia de Santa Cruz, la que más tardes fue de San Sebastián estaba
dentro de su vasta colación, hasta que hizo la recesión el licenciado Juan
Francos, cura de Santa Cruz. Era tan pingüe, que se cogían en ella muchos más
diezmos que en ninguna otra de la villa, y por serlo tanto, el cardenal y arzobispo de Toledo fray Francisco
Ximénez de Cisneros, fundador de la insigne Universidad de Alcalá de Henares,
creó anejo al Colegio Mayor de ella un beneficio que tenía esta iglesia,
nombrando el rector y claustro persona que le sirviera.
Fue iglesia mozárabe, como las de San Ginés y San Martín. Sufrió
en 1620 un incendio, en el que perecieron ornamentos y papeles de sacristía;
pero no padeció el templo, en el que se conservaban algunos enterramientos
suntuosos, como el del regidor de Madrid y secretario de Felipe IV, que yacía
en la capilla de la Asunción, fundada por aquel ministro. Otro sepulcro notable
era el que había en el centro de la iglesia, y en el que reposaba Hipólito Odiscalco, embajador de los potentados de Italia, que murió repentinamente apenas
llegado a Madrid, a los veintinueve años de edad, el 17 de diciembre de 1583.
En el largo epitafio que le dedicó su pariente Jerónimo Magno Cabalio, decía
que aquel hombre había «nacido para alcanzar inmortal gloria por sus hazañas»,
a no haberle arrebatado a las empresas guerreras la misión diplomática que le
fue confiada, y a no haberle atajado la muerte en Madrid, donde apenas puso los
pies, murió sin sazón y fuera de tiempo.
El 9 de septiembre de 1763 hubo otro incendio de tal fuerza, que redujo a cenizas la iglesia entera. Reedificóse el
templo utilizando los muros antiguos, y fue puesto de nuevo el Santísimo el 9
de agosto de 1767.
La fachada principal era sencilla, y la portada, de granito, obra de José Donoso. Tenía dos columnas jónicas, y en el segundo cuerpo un
bajorrelieve que representaba la invención
de la Santa Cruz, ejecutado por D. Pablo González Velázquez.
El interior era una cruz latina de cortas dimensiones. Estaba decorado con pilastras dóricas y triglifos
en el cornisamiento, y en la capilla mayor
había un suntuoso retablo de mármoles,
compuesto de dos columnas corintias con basas
y capiteles dorados y su coronamiento de buen gusto, adornado de
esculturas. En el intercolumnio había un cuadro que representaba la Santa Cruz,
delante del cual estaba la urna
conteniendo el cuerpo del beato Rojas.
Varias esculturas enriquecían la capilla mayor, que estaba adornada de
pilastras estriadas, y tenía pintado al fresco el cascarón o mediopunto por D. José del Castillo, de quien eran dos de las pechinas, y las restantes de D. Ginés
Aguirre. Entre las buenas imágenes que adornaban esa parroquia había un San
Antonio, un Santo Cristo y una Virgen de la Soledad, de Mena. De este escultor era también
una imagen de la Virgen de la Caridad, y de Luis Salvador Carmona, la de la
Virgen de la Paz, regalada por la duquesa de Medina Sidonia; efigies
pertenecientes a las Cofradías de la Paz y de la Caridad, que se hallaban
en esa parroquia como se dirá más adelante.
Famosa era la torre de Santa Cruz. Así como la de San Salvador se
llamaba Atalaya de la Villa, aquella era conocida por el nombre de Atalaya de
la Corte. En una y otra pagaba el Ayuntamiento las composturas del reloj, que
era de su propiedad, y gratificaba a los sacristanes de una y otra parroquia
por tocar las campanas cuando ocurría un incendio. La torre de Santa Cruz era
muy alta, y habiéndose notado que estaba desplomada, fueron nombrados en 22 de
mayo de 1632, maestros que la reconocieran, los cuales declararon que era
preciso derribarla, como se verificó.
Álvarez de Baena afirma que la nueva torre se empezó a labrar en
1627, y se concluyó en 1660 por el arquitecto Francisco del Castillo, de quien
dice que en esa última fecha tenía ochenta años de edad. Sin embargo,
Madoz niega estas fechas y sostiene, en vista de fehacientes documentos, que no
fue así. Nombró el rey en 18 de agosto de 1632 superintendente de la obra a D.
Francisco de Tejada, del Consejo y cámara del rey, y le sucedieron otros del
mismo Consejo en el expresado cargo, hasta 1680. Habiéndose decidido que la
mencionada torre se reedificase a toda costa, pagándose el importe con las
sisas más prontas de la villa, se mandó en 13 de octubre de 1634 que empezase
la obra, lo que aconteció bajo la dirección de Cristóbal de Aguilera, quien
hizo la cepa y levantó el primer cuerpo; más habiendo ocurrido la muerte de
aquél, pararon los trabajos, y en tal estado permanecieron por espacio de
veinticuatro años.
Varias solicitudes fueron presentadas por el cura párroco de Santa
Cruz para que siguieran las obras, fundándose en diversas razones, como la
necesidad de oír las campanas avisadoras de los incendios, y la que muchos
vecinos sentían por la falta del reloj, alegando además que en beneficio de la
villa, y para dejar más espacio libre en la calle, habían sido demolidas las
casillas que fueron construidas alrededor de la iglesia para evitar que la
inmundicia de las calles pudiese llegar hasta las paredes del santuario.
Decía luego el mismo párroco que varios vecinos le habían
proporcionado, sin interés alguno, mucho dinero. Reconociendo la villa su
obligación de concluir la nueva torre, y tomando en consideración los
perjuicios que su falta ocasionaba, asignó con real aprobación, en 1671, y por
todo el tiempo que los trabajos durasen, una sisa sobre el carbón, cuyo
producto anual se calculaba en 1.500 ducados; más pareciendo corta esa
cantidad, se le agregó, por término de cuatro años, una adehala de treinta
toros, que importaba otro 1.500
ducados.
A beneficio de dichos arbitrios se terminó en 1680 la torre, en la
que nunca se llegó a colocar el reloj, ni tampoco ostentaba, como la
antigua, los blasones de la villa.
Era de planta cuadrada, y
constaba de cuatro cuerpos iguales, separados por impostas de piedra berroqueña, materia de la que eran también el zócalo, el almohadillado de mayor a menor en los ángulos y la cornisa. Terminaba con una
linterna, y era su altura de 144
pies. Es tradición que la veleta de la
torre de Santa Cruz venía a
estar en línea recta con el cerrojo
de la puerta de Santa Bárbara.
En esta iglesia estaban, entre otras Congregaciones, dos tan célebres como las de la Paz y de la Caridad, que
cuidan de la asistencia y entierro de los que mueren por sentencia de la
Justicia. Dice Jerónimo de Quintana
que estas Hermandades se trasladaron
a ese templo en 1580; pero
Álvarez de Baena puntualiza otras fechas. Dice que la de la Caridad compró en
23 de octubre de 1590 sitios para labrar capilla en esta parroquia, donde la
construyó a los pies de su fábrica.
La Congregación de la Caridad fue fundada por D. Juan II en la
iglesia de la Concepción del Campo del Rey,
donde permaneció hasta el reinado de Felipe II, en que pasó al Hospital de
Antón Martín y de allí a Santa Cruz. El primer instituto de esta real
Congregación fue el de dar sepultura a los ajusticiados y desamparados; pero
como después se uniese a ella otra Cofradía que el año de 1500 había fundado doña
Beatriz Galindo en su Hospital de la Latina con cargo de asistir a los ajusticiados
y acompañarles hasta el suplicio con seis sacerdotes y un Santo Cristo, vino de
ello el ejercer juntas toda esa obra de caridad, encargándose de los reos
desde el punto que los ponen en capilla, que existe en las cárceles desde 1569,
cuidando de que les asistan los religiosos que pidan, de darles de comer y de
pagarles sus deudas, si no son cuantiosas, limitación establecida sin duda por
no ser cosa de arriesgar dinero ni en los más trágicos y
terribles momentos.
Cuando había distinción entre los diferentes géneros de muerte por
mano del verdugo, los cofrades de la caridad vestían a los reos la túnica con
que habían de morir, si la pena era de horca, pues a los nobles que habían de
padecer muerte de cuchillo o garrote era la villa la que les suministraba la
chía negra, y últimamente les
acompañaban al suplicio y les daban sepultura, a los ahorcados en San Ginés, en
San Miguel a los de garrote y a los degollados en Santa Cruz, todo ello con las
grandes limosnas que en tales días recogían de los fieles.
La Congregación de la Paz, que por haberse unido a la de la
Caridad la acompañaba en todas las obras de piedad, tuvo principio en el
Hospital de la Paz, del que ya se ha hablado en la calle de este nombre, y pasó
a Santa Cruz en 1587, donde tenía altar en el cuerpo de la iglesia, y después
del gran incendio ya mencionado, se puso en él la imagen de su Virgen titular,
que fue regalada por la duquesa de Medina-Sidonia, doña Mariana de Silva.
En la esquina de la plazuela de Santa Cruz se levantaba, desde el
momento en que la sentencia era notificada a los reos, un altar con el
crucifijo que había de acompañarles en el suplicio. Celebrábanse misas por el
alma de aquellos desgraciados a partir del instante en que eran sentenciados, y se fijaba en la puerta de la iglesia
la tablilla de indulgencias concedidas a los fieles que asistían a esos
sufragios.
Todos los años el Domingo de Ramos iba el Ayuntamiento en comitiva
a Santa Cruz, donde hacía una solemne función. Y la víspera de ese día, las
Cofradías de la Paz y Caridad recogían las cabezas y miembros de los ajusticiados
condenados al descuartizamiento y a ser puestos sus miembros en los caminos públicos, los cuales eran colocados
antes de darle sepultura en el mismo altar portátil de la plazuela. Otro
fúnebre privilegio tenía la iglesia de Santa Cruz. El de cumplir los fines
que actualmente el Depósito judicial de cadáveres. Allí eran exhibidos los cuerpos
de quienes morían por accidentes o violencia,
expuestos en espera de que llegase
alguien a identificarlos.
Existió ese templo hasta hace unos años, y las vidrieras de sus ventanas altas se utilizaron para
un pabellón que el archivo del Ayuntamiento tiene en el Almacén general de la
Villa.
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