La calle de San Millán toma su nombre de la iglesia que allí
estuvo desde el año 1806 hasta 1869, cuando fue derribada. Transcurre entre la
calle de Toledo y la plaza de Cascorro, en pleno Rastro madrileño, b. de las Amazonas, d. de la Inclusa, p. del Buen Consejo.
Toma su nombre de la iglesia de San Millán que había esquina
a la plaza del mismo santo.
La iglesia de San Millán, abad, fue en sus principios ermita,
de cuyo culto cuidaba el Hospital de la Latina; pero habiéndose ampliado la parroquia
de San Justo por esta parte, el cura de ella dispuso, en 1591, que esta ermita fuese anejo de su templo parroquial,
para lo cual, saliendo una tarde con el Santísimo para un enfermo, a su vuelta entró en
ella, y en el sagrario que ya tenía prevenido, dejó el Sacramento, obviando de tal manera las dificultades que se podían
ofrecer por el hospital.
En esta Iglesia fue puesta
la imagen del Cristo que se llamó de las Injurias, y dentro de la cual había cenizas de la que quemaron
los judíos en la calle de las Infantas,
de lo que se trató ya al hablar
de la plaza de Bilbao y del convento
de capuchinos de la Paciencia. La Congregación del Cristo de
las Injurias quedó instituida por
D. Gaspar Isidro de Argüello, secretario
y archivero del Consejo de la Inquisición.
Colocaron la imagen en el altar colateral del Evangelio, pero a pocos meses, creciendo
la devoción, fue necesario pasarla
al altar mayor. No tenía entonces esta iglesia
más que un cuerpo, el cual se había
hecho a costa de la parroquia en
1612, por lo que determinó la Congregación labrar la capilla mayor, y en 1676 el retablo.
El 14 de marzo de 1720 hubo un gran incendio en esta iglesia, por el descuido de no apagar las luces
puestas en el altar para reservar el Viático,
que salió a visitar una enferma.
Prontamente se volvió a levantar de nuevo la iglesia
por el maestro mayor D. Teodoro Ardemans.
Costeó la Congregación la capilla mayor, camarines, bóveda y veinticinco pies del cuerpo del edificio,
y el resto la parroquia, siendo traído
el Santísimo, que durante las obras permaneció en el oratorio de la Virgen de Gracia,
el 24 de septiembre de 1722, y luego en 15 de octubre trájose en solemne procesión
una nueva efigie del Cristo de las Injurias, hecha por D. Raimundo Capuz, y dentro
de la cual se pusieron cenizas de la anterior. Desde entonces, todos los años, el
Viernes Santo, entre cinco y seis de la mañana, sacaba la Congregación procesionalmente
la sagrada imagen, llevándola hasta el convento de la Paciencia, donde se predicaba
la Pasión. El año 1745 se acordó por la misma Congregación que sólo saliese por
las calles de su barrio; pero en el 59 mandó el arzobispo de Toledo, cardenal D.
Luis de Córdoba, que cesase para siempre.
En el nuevo retablo había cuatro estatuas de profetas, obra de
Roberto Michel. Y en uno de los altares de la nave había una Concepción, de Antonio
Palomino.
Derribada esa iglesia en tiempo de la revolución de 1869, la parroquia de San Millán quedó trasladada
a la de San Cayetano, en la callede Embajadores.
Millán, también conocido como Emiliano (Berdejo, 473 -
Monasterio de San Millán de Suso, 574), fue un ermitaño, discípulo de Felices
de Bilibio, considerado santo. Las reliquias de ambos santos se conservan en el
Monasterio de San Millán de Yuso.
Existe polémica sobre su lugar de nacimiento, hay tradición
en Berceo (La Rioja) de que es natural de ese lugar, pero esto es muy poco
probable ya que San Braulio relata que su villa de origen, Berceum, estaba en
la diócesis de Tarazona. También relata que el obispo Didimo de Tarazona lo
nombró párroco de Berceum, siendo ésta su localidad natal, lo que descarta por
completo el Berceo riojano como su patria chica ya que un obispo no puede
nombrar párrocos fuera de su diócesis. No obstante por el arraigo que tuvo
tanto la persona como su culto en la Castilla del Ebro puede ser considerado
también riojano. La localidad zaragozana de Torrelapaja también lo hace natural
de allí en sus tradiciones.
Hijo de un pastor, Millán ejerció ese oficio hasta la edad
de veinte años. Desde finales del siglo IV se dio con cierta frecuencia entre
los cristianos de Occidente la conversión ascética. Millán fue uno de estos que
eligió ser un eremita ascético en un lugar retirado. El sitio escogido fue en
medio de una exuberante vegetación, en la vertiente oriental de la sierra de la
Demanda, que separa la meseta del valle del Ebro. En la roca del monte excavó
su propia celda y allí vivió como asceta hasta su muerte.
La iniciación como ermitaño la comenzó con otro eremita
llamado Félix, del que se dice fue "varón santísimo" y con quien
estaría tres años en los Riscos de Bilibio próximos a Haro. Después marchó a
refugiarse en los montes Distercios o Cogollanos, rincón escondido en el que
levantaría altares y donde vivió 40 años en soledad.
Sabedor el obispo Didimo de Tarazona de sus virtudes, le
nombró sacerdote de su villa natal, Berdejo, cargo que ejerció durante tres
años. Otros clérigos le acusaron de malgastar los bienes eclesiásticos, dada su
generosidad con los menesterosos, por lo que se apartó a las cuevas de Aidillo,
lugar donde se construiría más adelante el Monasterio de Suso. Rápidamente se
le unieron otros clérigos: Aselo, Cotonato, Geroncio, Sofronio, etc., incluso
una mujer llamada Potamia, venida de Narbona. Este grupo iría incrementándose
en lo sucesivo.
Cerca del año 550, siendo rey Agila I, excavaron nuevas
cuevas, colocadas en dos pisos que estaban unidos por un pozo, donde habitaba
Millán. Allí falleció y fue enterrado a la edad de 101 años.
Con la llegada de los árabes no cambió nada en aquel lugar y
sus alrededores. Las tierras de las cuencas del Ebro y del Duero eran tierras
de nadie, habitadas únicamente por ermitaños como Millán.
Su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinaje al que
acudían condes y reyes castellanos para encomendar sus batallas contra los
musulmanes.
El rey García Sánchez, tras inaugurar en 1052 el Monasterio
de Santa María la Real de Nájera, quiso enriquecerlo trayendo los cuerpos de
Santos de la comarca. Así el 29 de mayo de 1053 intentó llevar a dicho
monasterio los restos de Millán sin conseguirlo, por el milagro de los bueyes
que no querían continuar con el traslado.1 Por este milagro decidió construir
un nuevo monasterio para albergar su cuerpo en el lugar donde los bueyes habían
quedado parados, este sería el Monasterio de Yuso.
En la calle de San Millan esquina con la calle de Toledo, en
el número 67 (hoy 61) de la calle de Toledo, estuvo el viejo café, abigarrado y
chulón más simpático de Madrid: El Nuevo café de San Millán.
Inaugurado en diciembre del año 1876 por su dueño, Manuel
Vidal Gallo, estaba dividido en dos partes: La del fondo que cobijaba a la
clientela fija y la de la puerta, a los de paso.
Mucha y variopinta fue la parroquia de este café. Por él
pasaron desde arrieros, tratantes de ganado, fresqueros (vendedores de pescado
fresco) y trabajadores del vecino mercado de La Cebada hasta Pío Baroja y
Nessi; cigarreras, verduleras, peinadoras, vecinas del barrio y casi toda la
Generación del 27 con Maruja Mallo González (quien ganó en el año 1926 a Rafael
Alberti en un concurso de blasfemias, celebrado en el café). Era este un lugar
de tertulias y uno de los pocos espacios en que las mujeres podían reunirse
abiertamente.
En el año 1884 el café cambia de dueño y de decoración. Su
nuevo propietario, Julián Uruburu Goiri, transforma el local en un lujoso
establecimiento que poco tenía que envidiar a los cafés de la Puerta del Sol y
sus aledaños. Con cuidado exquisito el pintor Sánchez Pescador llevó a cabo
pinturas en los techos con gran propiedad, representando las costumbres de la
vida del café. Desde el toreo a la graciosa manola que saborean la leche
“amerengada”, hasta el periodista que, ni aún en el café, deja la noble manía de
arreglar el mundo.
Manuel Machado, hermano de Antonio, escribió en septiembre
del año 1903 que en el café de San Millán celebró el torero Frascuelo (Salvador
Sánchez Povedano) su fastuosa boda, pero erró en el dato porque lo que
verdaderamente festejó el diestro fue haber conseguido uno de los mayores
premios de la lotería del mes de julio de 1889. Allí se presentó Frascuelo el 1
de agosto, a las 11h. de la mañana, con unos amigos, invitando a los
parroquianos del café a tomar lo que quisiesen. De inmediato corrió la voz entre
los vendedores del mercado de La Cebada que fueron recibidos por el matador,
apostado en la puerta del local, haciéndoles entrar para ser convidados. El
mercado quedó vacío y la aglomeración en la plazuela de San Millán fue de tal
magnitud que hubo de intervenir el orden público.
Otra reforma del café tiene lugar en el año 1891 en la que
su dueño, Julián Muguruza, vuelve a engalanar la decoración del espléndido café
añadiendo molduras, adornos y cuadros con reproducciones de calles y edificios
de La Latina, del pintor aragonés Manuel Zapata, además de instalar luz
eléctrica.
En el año 1903, el abuso de autoridad de los nuevos dueños
del café de San Millán propició la primera huelga de camareros de Madrid, que
se extendería por todos los cafés de la ciudad. Pero dos años más tarde, en
1905, la suerte sonríe a los trabajadores y parroquianos del café haciéndoles
partícipes del tercer premio de la lotería de Navidad, que recayó en el número
15.554 y fue vendido por el fosforero Manuel Sevilla, que no se reservó
participación alguna. El premio se abonó en una de las salas de tresillo de los
billares del mismo café, el día 29 de diciembre, en la que se hallaban
presentes el cerillero, un administrador de lotería y una pareja de seguridad
mientras la mujer del vendedor que había repartido la suerte, ponía orden a la
entrada del café.
El café de San Millán fue agraciado en otras dos ocasiones
por importantes premios de la lotería. En el año 1915 otro fosforero llamado
José Cando, vuelve a repartir participaciones de dos reales del número 28.535,
agraciado con el segundo premio y en 1923 el gordo de Navidad recae en el
personal de cocida del café, que jugaba un vigésimo del billete,
correspondiéndoles la suma de quince millones de pesetas.
El Nuevo café de San Millán estuvo abierto durante la Guerra
Civil Española, sirvió de comedor social para el barrio y debió cerrar entre
las décadas de los años cuarenta o cincuenta. Hoy es sólo un lugar de paso a la
salida del metro, aunque mantenga el nombre de café de San Millán; sus pinturas
y cuadros se perdieron hace tiempo cuando cerró el antiguo. Los dueños del
nuevo bar van con prisa, desconocen tanto su historia pasada como en qué año se
reanudó el negocio de la cafetería, lo que no deja de ser triste para la
historia de Madrid.
Actualmente, Café de San Millán se ha renovado completamente
tras la apertura de un 100 Montaditos en la esquina contigua. Siguen los camareros de toda la vida:
eficientes y amables pero lo justito, sin demasiadas estridencias, que tampoco
es que esté mal.
El sitio en el que está ubicado este café es desde luego
envidiable, y más porque tiene una gran terraza que se mimetiza con el
mobiliario urbano de su entorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario