La calle del Alamillo transcurre entre la
costanilla de San Andrés y la calle de Alfonso VI en su intersección con la
calle de la Morería, formando un pequeño ensanche que crea la plaza del Alamillo.
Diferentes cronistas coinciden en que el origen de calle y
plaza del Alamillo datan del Madrid árabe, en el que pudieron ser una de las
arterias del barrio moro, donde se quedaron y residieron los vecinos musulmanes
desde 1083, año de la toma de Madrid por Alfonso VI.
La versión popular propone que el nombre les viene del álamo
que presidía el paraje hasta que fue arrancado por un huracán, y cuya sombra
pudo servir en su origen al «alamín», como espacio municipal para desempeñar
sus tareas. Hay que anotar que, con la aljama como órgano de gobierno, la
morería madrileña poseía su propia organización institucional, diferente a la
cristiana; los cronistas proponen que en este lugar se reunía el Ayuntamiento
árabe en tiempos del califato cordobés de Hixén II. Según esta hipótesis, el
topónimo resultante provendría del citado vocablo árabe, que, tras el proceso
de cristianización y por similitud fonética, terminó convertido en
"alamillo".
El cronista Pedro de Répide recoge la anécdota de que fue en
la plaza del Alamillo donde el legendario Cid Campeador, investido de temerario
picador taurino, "alanceó un toro en la fiesta de Aliatar" para
celebrar la conquista de Toledo por Alfonso VI. Todo ello lo toma de las
quintillas que dejó escritas Nicolás Fernández de Moratín, conocidas por su
verso inicial "Madrid, castillo famoso". No menos legendarias son las
catacumbas, pasadizos y cuevas que minan el subsuelo de la plaza y su entorno
desde su periodo musulmán, y que partiendo de la casa del Pastor (en la calle de Segovia, junto a los "Caños Viejos"), llegan hasta las
inmediaciones del río Manzanares.
En la literatura
Antonio Hurtado en su 'romance histórico' Los Padres de la
Merced (leyenda de 1580), dejó estos versos descriptivos
"En la antigua Morería,
barrio en Madrid conocido
hay una calle llamada
la calle del Alamillo...",
que continua con dos
octavillas de parecida fortuna. Menos lírica le parece a Unamuno que en sus
Paisajes la retrata así: "Más que
plaza es un callejón sin salida, enteramente lugareño, con unos arbolillos
entecos".
Por su parte, Emilio Carrere, en su Ruta emocional de Madrid
(1935), salva la memoria romántica del lugar en su "Plazuela del Alamillo", cuyos últimos versos se cierran así:
"Novia mía, ¡cuando paso
por nuestro antiguo rincón,
el gris que hay en mis cabellos
me duele en el corazón".
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