Esta vía del barrio clásico de los comediantes ostenta dos recuerdo insignes en la historia escénica española.
En su número 46, dando vuelta a la plazuela de San Juan, como se llamaba el espacio entre los extremos de estas calles y la de Jesús, vivía el poeta don Nicolás Fernández Moratín, y en ella vino al Mundo el admirable hijo de aquel ingenio. Una lápida que da a la parte de la plazuela rememora el acontecimiento y la fecha con esta leyenda:
«En esta casa nació, a 10 de marzo de 1760, el insigne poeta dramático don Leandro Fernández Moratín. Su dueño actual le dedica este recuerdo, 1864.»
Otro recuerdo es el que da nombre a la calle. Llámase de Santa María porque en la esquina de la de León estaba el retablillo de la famosa imagen de la Virgen de la Novena, que dio origen a la Congregación de los Actores con capilla propia en la iglesia parroquial de San Sebastián, y al Hospital de Comediantes, que se hallaba en la travesía del Fúcar, esquina a la calle de la Alameda.
Aquella imagen estaba expuesta a la pública veneración en el sitio arriba indicado y era propiedad de un piadoso caballero, llamado don Pedro Veluti, de nobilísima familia italiana. La misma noche que llegó a Madrid, en 1623, el príncipe de Gales, que luego había de ser Carlos I de Inglaterra, unos herejes profanaron esa efigie, asestándola varias puñaladas.
De tal modo destrozaron el cuadro, en el que aparecía la Virgen puesta en contemplación con el Niño Jesús en el regazo, y asistida de San Juan Bautista y San José, que su dueño se vio obligado a colocar una copia en el mismo lugar, la cual no pudo ser substraída tampoco al ataque iconoclasta, con la que nuevamente D, Pedro Veluti proveyó a la sustitución del venerable lienzo.
Despertóse ante tan repetidos ataques una mayor devoción a la imagen, y finalmente contribuyó a su mayor popularidad el prodigio que hizo publicar Catalina Flores, mujer de un buhonero que, habiendo quedado tullida a consecuencia de un parto, se encomendó a aquella representación de Santa María, que estaba frente a su casa, y determinó hacerla una novena en son de rogativa para el recobro de su salud, llegando a pasar las noches en la calle bajo el retablo, siendo tal la fe que le animaba, que al último día del novenario sintióse totalmente curada y arrojó las muletas, a los pies de la Virgen.
Vulgarizado el milagro, los cómicos la eligieron por Patrona, y la llamaron de la Novena en memoria de aquel suceso, trasladándola en 1624 a San Sebastián, y acordando la construcción de capilla propia, que fue terminada al año 1665.
Siguiendo la historia de esa imagen de Santa María, debe hacerse constar que la imagen que obró aquel prodigio no es la que existe en el altar de la capilla, sino otra que está en la parte alta del coro de la misma. La causa de esta duplicidad procede de que, habiendo estado enferma una condesa de Chichón, solicitó permiso de la Congregación de Representantes para llevar la Virgen a su casa, lo que no le fue negado por tratarse de una asidua favorecedora de la Congregación. Vuelta a la salud, retuvo en su poder el cuadro, enviando a la capilla una copia, que fue la colocada en el lugar de la auténtica; pero pasando el tiempo y hallándose la detentora en trance de muerte, confesó su ocultación y restituyó el verdadero lienzo que la entregaron.
Unas quintillas de Mariano Fernández, el gracioso actor madrileño, heredero de la gloria escénica de Guzmán, relatan, aunque no con mucha exactitud histórica, el origen de aquella Congregación. Dicen así los versos, escritos en 1883:
"Dos siglos ha que postrada
sufría con fe serena,
paralítica, baldada,
una actriz muy afamada,
bella cual la Magdalena.
Calle de Santa María,
esquina a la de León,
entonces un retablo había
que justamente caía
enfrente de su balcón.
Desde que el alba apuntaba,
la enferma, ahogando el dolor,
mirando aquel cuadro oraba,
y a la Virgen demandaba,
llorando, amparo y favor.
Su gloria estaba perdida,
la escena eran sus amores,
renombrada y aplaudida,
el teatro era la vida
para Catalina Flores.
Que del actor la honra y prez,
en el público se fragua,
y al faltarle alguna vez
muere, como muere el pez
siempre que le falta el agua.
¡Tres años llevo tullida,
dijo con fe y honda pena;
sálvame, Virgen querida,
y os haré toda mi vida
en cada año una novena;
y a una iglesia os llevaré
donde los dichos profanos
que escuchéis evitaré
de mozas de mala fe,
de herejes y de villanos!
La Santa Virgen oyó
sus votos, a no dudar,
pues Catalina sanó.
Las muletas arrojó,
y al mes volvió a trabajar.
La Virgen le fue propicia,
la que el llanto en dicha trueca,
y la Flores con justicia
volvió a ser gala y delicia
del Corral de la Pacheca. “
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Aún prosigue más esos versos, que no constituyen ciertamente un modelo de rima y de poética, y que hacen histrionisa a Catalina Flores. No lo fue ella, sino su hija Bernarda Ramírez, y fundadores de la Cofradía eran cinco comediantes de gran fama: Cristóbal de Avendaño, Lorenzo Hurtado de la Cámara, Manuel Álvarez Vallejo, Tomás Fernández de Cabredo y Andrés de la Vega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario