La calle de San Carlos transcurre entre la calle de Lavapies y la calle del Ave María, bs. de los Ministriles y de Lavapiés, d. del Hospital, p. de San Lorenzo.
En esta calle, y en una de sus casas, la princesa de Rebech, mujer de Carlos Montmorency, tenía una pintura con la
efigie del arzobispo de Milán una de las más preclaras figuras del concilio de
Trento, San Carlos Borromeo. La exposición de la pintura a los vecinos parece ser la causa de empezar a llamar así a esta calle.
San Carlos Borromeo (Arona , Ducado de Milán , 2 de
octubre de 1538 - Milán , 3 de noviembre de 1584 ). Cardenal sobrino de Pío IV , arzobispo de Milán y el típico representante del prelado santo y
reformador de la época postridentina . Es patrono de los empleados de banca.
En el plano de Espinosa aparece con el nombre actual el trozo entre la calles del Ave María y del
Olivar, y el que media entre esta última y la de Lavapiés queda comprendido en la
denominación del Campillo de Manuela, como se llamaba el espacio donde la calle
de Jesús y María desemboca en la de Lavapiés.
Hasta bien entrado el siglo XIX hubo una calle, llamada calle del Campillo de Manuela, que iba desde la calle de Lavapiés hasta la calle del Olivar y que hoy es parte de la calle de San Carlos. Capmany cita esta calle y explica su origen; no así Peñasco-Cambronero o Répide. Por ello, al ser el libro de D. Antonio la fuente de este comentario hay que tomarlo con las precauciones debidas. Pretende Capmany situar aquí una judería, que existía en los tiempos del rey Enrique III (1390-1406). Tras la expulsión de los hebreos, el barrió se abandonó y un oportuno incendio no dejó rastro de él. Después, una mujer llamada Manuela asentó aquí sus reales en forma de tabernucha a la que acudía lo peorcito de la villa, aunque luego mejoró su reputación, llegando -siempre según Capmany- a ser habitual concertar citas en el Campillo de Manuela para comer o bailar.
Durante muchos años, se conoció el primer tramo de la calle de San Carlos de esta forma, pero después se olvidó tal denominación. El Ayuntamiento quiso resucitar un punto muy tradicional de los barrios bajos madrileños al llamar Campillo de Manuela a la esquina de Lavapiés y Jesús y María, aunque tal rotulación no suela aparecer habitualmente en los callejeros. Sí que se puede leer
CAMPILLO DE MANUELA
AYUNTAMIENTO DE MADRID
AÑO 1985
en la farola que está situada en el centro de este rincón.
San Carlos Borromeo (Arona, Ducado de Milán, 2 de octubre de
1538 - Milán, 3 de noviembre de 1584). Fue un Cardenal y Arzobispo italiano.
Era sobrino de Pío IV y destacó por ser arzobispo de Milán como el típico
representante del prelado santo y reformador de la época postridentina. Es
patrono de los empleados de banca.
Segundogénito del conde Gilberto Borromeo y de Margarita de
Médicis, hermana de Pío IV. A los ocho años de edad (15 de octubre de 1545),
recibió la tonsura clerical y poco más tarde fue enviado a Milán para cursar
los estudios humanísticos con el preceptor Bonaventura Castiglioni. En el otoño
de 1552 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Pavía,
donde el 6 de diciembre de 1559 obtuvo el doctorado in utroque jure. El 25 del
mismo mes fue elegido Papa su tío, el cardenal Juan Ángel de Médicis, que tomó
el nombre de Pío IV. Este hecho fue decisivo en la vida del joven Carlos. El
nuevo Papa, al día siguiente de su exaltación, lo mandó venir a Roma y lo colmó
de honores y dignidades: protonotario apostólico y referendario de la Signatura
(13 de enero de 1560); Cardenal diácono con el título de los santos Vito y
Modesto (31 de enero de 1560), que más tarde cambió por el de Sta. Práxedes (17
de noviembre de 1564); administrador de la diócesis de Milán (7 de febrero de
1560); administrador de las legaciones de Bolonia y de Romaña (26 de abril de
1560), etc. Pero el cargo más importante que le dio fue el de la administración
de los Estados de la Iglesia y el de la Secretaría de Estado. Contaba entonces
Carlos Borromeo 21 años. Por primera vez el nepotismo pontificio del
Renacimiento daba a la Iglesia un Cardenal santo. En él halló Pío IV el más
fiel y abnegado colaborador de su pontificado.
Era de estatura algo más que mediana, grandes ojos azules,
cabello negro, nariz larga y tez pálida. Llevó barba corta y desaliñada hasta
que en 1574 mandó al clero que se la cortase precediendo él con el ejemplo. La
impresión que producía en los embajadores era de timidez y modestia, hasta el
punto de tenerle algunos por poco apto para los cargos. Un defecto de la lengua
que lo hacía precipitarse al hablar, reforzaba todavía la impresión
desfavorable. Pero la práctica en el oficio, la energía de su carácter y su
espíritu sobrenatural le fueron dando mayor destreza en el desempeño de sus
funciones, hasta quedar patente su extraordinario talento de gobierno. «Es
hombre de frutos, no de flores; de hechos y no de palabras», dirá de él algo
más tarde desde Trento el cardenal Seripando. El trabajo de la correspondencia
diplomática era imponente, pero le secundaba eficacísimamente Tolomeo Gallio,
antiguo secretario del cardenal de Médicis y luego Cardenal. Con él acudía
todas las mañanas a su tío para presentarle los resúmenes de la correspondencia
recibida y tomar nota de las respuestas que había que dar. ¿Fue Carlos Borromeo
el principal responsable de los actos de su tío? Se ha exagerado en ambos
sentidos. Al adquirir con la experiencia un sentido más expeditivo en el
despacho de los negocios, fue teniendo también más libertad de movimientos.
Pero siempre se mostró fiel intérprete del pensamiento y del gusto del
Pontífice, aun en cosas contrarias a su propia opinión. Al mismo tiempo, el
Papa acogía gustoso las sugerencias del sobrino que poco a poco tuvieron un
mayor influjo sobre él. El Cardenal nepote respondió plenamente a las
esperanzas de Pío IV.
Una fecha divisoria en la vida interior de Carlos Borromeo
fue la de su ordenación sacerdotal (17 de julio de 1563). Su anterior vida como
Cardenal no era licenciosa, pero tampoco era la del asceta de los años
posteriores. Amaba extraordinariamente la caza y a ella se dedicaba, según
algunos, con mayor entusiasmo del que convenía a su dignidad. Jugaba al ajedrez
y se divertía con la música. Él mismo tocaba el laúd y el violoncelo. Le
gustaba la pompa y la fastuosidad. Le atraían grandemente las veladas
literarias y para ello fundó una academia con el nombre de Noches Vaticanas.
Pero he aquí que su hermano Federico, a quien el Papa
acababa de nombrar capitán general de la Iglesia, murió inesperadamente por un
acceso de fiebre (19 de noviembre de 1562). La muerte del mayorazgo causó hondo
dolor al Pontífice y al nepote. Incluso corrió el rumor de que Carlos Borromeo,
ya subdiácono, sería dispensado del celibato, para continuar el nombre familiar.
Pero Pío IV lo desmintió categóricamente en el consistorio de 3 de junio, en el
que lo elevó al orden de Cardenal presbítero. El 17 de julio de 1563 fue
ordenado sacerdote y el 7 de diciembre del mismo año recibió la consagración
episcopal.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio jugaron también
un papel muy importante en aquel viraje. Antes de su ordenación sacerdotal se
retiró a la casa profesa de los jesuitas para hacer los Ejercicios bajo la
dirección del P. Juan Bautista Ribera, con quien por razón de su cargo de
procurador general de la Orden había tenido que tratar muchos asuntos de la
Compañía. En adelante fue el P. Ribera su director espiritual. El cambio obrado
en su espíritu comenzó pronto a manifestarse al exterior. Renunció a sus
diversiones preferidas y fue tal la austeridad de su comportamiento personal
que disgustaba a su mismo tío, que llegó a prohibir a los PP. Ribera y Laínez
pisar en adelante el palacio del Cardenal. Pero Carlos no mitigó sus rigores.
Su ejemplo, por el contrario, fue arrastrando a otros, e incluso a su mismo
tío. El embajador veneciano P. Soranzo decía de él que hacía más bien en la
corte de Roma que todos los decretos tridentinos juntos.
Concilio de Trento
Pío IV fue el autor de la tercera convocatoria del concilio
de Trento. También algunos biógrafos han exagerado el papel que desempeñó el
joven Cardenal en aquella asamblea ecuménica. La difícil reapertura se celebró
el 18 de enero de 1562, aunque la bula de indicción, de 29 de noviembre de
1560, señalaba el 6 de abril de 1561. Como secretario de Estado dirigió la
negociación previa y toda la correspondencia entre Roma y Trento. Además tomó
también parte especial en la acción mediadora de Carlos Visconti, obispo de
Ventimilla, en el desacuerdo entre el Cardenal de Mantua, presidente del
concilio, y el Cardenal Simonetta, representantes uno y otro de las dos
tendencias conciliares sobre el derecho de residencia de los obispos.
También logró Carlos del concilio que la reforma de la curia
romana se reservase a la decisión del papa, con lo que se evitó una cuestión
muy espinosa que hubiera originado serios conflictos. Una comisión cardenalicia
-encargada de la reforma de la música sacra delegó en los Cardenal Borromeo y
Vitelli esta misión. Ellos encargaron a Palestrina, maestro de capilla de Santa
María la Mayor, la composición de tres misas con arreglo a la norma de hacer
una música inteligible.
A partir de 1563 se suavizó la tensión entre Roma y Trento.
El cardenal nepote concentró sus esfuerzos en la terminación del concilio,
cuyos decretos se promulgaron con la bula de 26 de enero de 1564, donde figura
su firma.
Como arzobispo de Milán, de donde fue preconizado el 12 de
mayo de 1564, quiso implantar cuanto antes en su diócesis las reformas
tridentinas. Envió como vicario general a Nicolás Ormaneto con el encargo,
entre otros, de abrir un seminario diocesano, cuya dirección y profesores (en
número de 30), obtuvo del general de los jesuitas, P. Laínez. Para la reunión
del concilio provincial, prescrito por Trento, solicitó permiso de Pío IV para
ir a celebrarlo personalmente. Hizo la entrada solemne en Milán el 23 de
septiembre de 1565. En su viaje de vuelta a Roma, recibió noticias alarmantes
sobre la salud de su tío. Apresuró entonces el paso y a duras penas llegó a
tiempo para administrarle los últimos sacramentos y recibir su postrer suspiro
(9 de diciembre de 1565).
Milán
Celebrado el cónclave del que después de tres semanas salió
elegido Pío V, el 7 de enero de 1566, trató en seguida de reintegrarse a su
diócesis, a la que efectivamente llegó el 5 de abril de 1566. Milán era una de
las diócesis más importantes de Italia y llevaba largo tiempo abandonada por
sus pastores. Comenzó en seguida una reorganización de la diócesis,
dividiéndola en 12 circunscripciones. Creó el puesto de vicario general, hizo
más ágiles los servicios judiciales y cancillerescos, y veló especialmente por la
integridad de los funcionarios y la gratuidad de los servicios. Urgió el
cumplimiento de lo prescrito en el concilio provincial referente a la redacción
de los libros parroquiales (bautismo, confirmación, matrimonio y sepultura), y
al liber status animarum (enumeración de las casas de la parroquia, con el
número y edad de sus habitantes; inmigrantes y emigrantes, etc.). En 1574 dio
normas precisas sobre el modo de llevar estos libros y ordenó el envío anual de
un ejemplar al arzobispado. En el cuarto concilio provincial mandó que cada
párroco hiciera listas nominales de 35 categorías de cristianos de su
parroquia. Por éstas y parecidas medidas, Carlos puede ser considerado como un
precursor de la estadística religiosa. Sus colaboradores y familiares estaban
sometidos a una disciplina casi claustral. Inspirándose en los modelos de San
Ignacio, compuso reglas especiales para cada oficio. Los actos piadosos del día
confiados a la dirección de un prefecto de espíritu, estaban minuciosamente
establecidos. De aquella escuela salieron hombres notables que luego
desempeñaron altos cargos eclesiásticos: obispos o nuncios.
Pero su principal preocupación fue la formación de un clero
capaz y virtuoso. Por eso dedicó al seminario su atención preferente. También
abrió una casa para vocaciones tardías. Para atender mejor a las necesidades
pastorales de la diócesis, fundó la Congregación de Oblatos de S. Ambrosio,
sacerdotes al servicio del ordinario, pero de vida común y dispuestos a ir a
donde se les enviase. Cuidó también de la educación de la juventud y fundó el
Colegio Helvético para suizos católicos; el Colegio Borromeo en Pavía; el
Colegio de Nobles de Milán; la Universidad de Brera, confiada a los jesuitas,
etc. En el aspecto social, creó obras de beneficencia y de rehabilitación:
asilo de arrepentidas, orfanatos, asilos nocturnos, etc.
Aunque era de carácter autoritario e intransigente, supo
organizar la acción apostólica de la diócesis utilizando los cuadros de las
órdenes religiosas. Los barnabitas colaboraron muy estrechamente con él, hasta
el punto de que le consideraban como su segundo fundador. Con los jesuitas mantuvo
excelentes relaciones, fuera de algún caso aislado. Pero con los generales de
la Compañía de Jesús tuvo cierta tirantez por negarse éstos a darle todas las
personas que él pedía, entre las que figuraba el P. Roberto Belarmino, futuro
cardenal.
Hay un acontecimiento célebre en la vida de Carlos que
define la heroica abnegación y sentido de responsabilidad de su cargo: la
llamada peste de S. Carlos. Cuando el 11 de agosto de 1576 hacía su entrada
solemne en Milán D. Juan de Austria, que marchaba camino de Flandes, estalló la
espantosa noticia de que había peste en la ciudad. Aquel mismo día prosiguió D.
Juan su viaje y los milaneses comenzaron a aprestarse para luchar contra el
terrible enemigo. Borromeo, que se encontraba fuera de la ciudad, al saber la noticia
aceleró la vuelta para tomar las medidas oportunas. Los lazaretos rebosaban ya
de apestados, a los que faltaban no sólo los auxilios materiales, sino también
los espirituales. El arzobispo comprendió cuál era su deber. Hizo pedir limosna
por la ciudad y de su patrimonio vendió los objetos preciosos que le quedaban.
Incluso cedió las colgaduras de su palacio para hacer vestidos. Dormía
escasamente dos horas para poder acudir personalmente a todas partes, visitaba
todos los barrios alentando el ánimo de los que desfallecían, administraba él
mismo los últimos sacramentos a los sacerdotes que sucumbían en aquella obra de
caridad. Despreció el peligro de contagio, y ordenó un triduo de oraciones
públicas y procesiones. Pero la peste siguió en aumento durante el otoño y todo
el año siguiente de 1577. Hasta el 20 de enero de 1578 no se declaró su
extinción. Por su extraordinaria conducta durante la peste, aquella dura prueba
se denominó la peste de San Carlos.
A los trabajos de la administración central de la diócesis,
añadió las visitas pastorales de los extensos territorios de su jurisdicción,
que abarcaba también parte de los cantones suizos, y otras misiones
pontificias. Intervino activamente en los cónclaves de Pío V y Gregorio XIII
para asegurar una elección digna. En fin, fue un celoso pastor y un obispo
reformado y reformador según el concilio de Trento.
En relación con los gobernadores de Milán, especialmente con
el marqués Antonio de Ayamonte, tuvo serios encuentros de jurisdicción,
motivados por las opuestas tendencias político-eclesiásticas de aquella época.
Pero siempre procedió con pureza de intención en el servicio de la Iglesia.
Por fin, agotado prematuramente por su trabajo, le acometió
una fuerte calentura en una de sus correrías pastorales. Gravemente enfermo
llegó a Milán el 2 de noviembre de 1584, y al anochecer del día siguiente
entregó su alma a Dios. «Una lumbrera de Israel se ha extinguido», exclamó
Gregorio XIII al recibir la noticia de su muerte.
L. Pastor resume acertadamente su vida en estas palabras:
«El Cardenal de Milán, con la acerada rectitud de su carácter se presenta a los
ojos de sus contemporáneos y de la posteridad como uno de los grandes hombres
que lo sacrificaron todo para hallarlo todo; que renunciaron al mundo y precisamente
por su renuncia ejercieron un inmenso influjo sobre él. Fuera del fundador de
la Compañía de Jesús, ningún personaje ejerció tan honda y duradera influencia
en la restauración católica como S. Carlos Borromeo; es una columna de la
historia eclesiástica en la frontera de dos épocas, el Renacimiento moribundo y
la victoriosa Reforma católica» (Pastor, vol. 19, 116).
Su cuerpo se conserva incorrupto en la cripta de la catedral
de Milán, encerrado en una soberbia caja de plata, regalo de Felipe IV de España.
Fue canonizado el 1 de noviembre de 1610. Su fiesta se celebra el 4 de
noviembre. La iconografía del santo es muy rica. El mejor cuadro es el pintado
por Ambrosio Figini y conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán.
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