La plaza del General Vara de Rey (antiguamente conocido como
Cerrillo del Rastro y posteriormente Plaza de Antonio Zozaya) es un espacio ubicado
en el centro de Madrid en la zona central de El Rastro.
Se denomina desde 1941 así en honor al general español
Joaquín Vara de Rey que tuvo un papel destacado en la defensa de El Caney
durante la guerra hispano-estadounidense en Cuba.
El edificio más importante de la plaza es la Casa Matadero
del Cerrillo del Rastro que alberga a comienzos del siglo XXI unas dependencias
del ayuntamiento.
Muchos de los edificios de la zona albergaban en el siglo
XVI mataderos especializados de carneros y cerdos, así como dependencias para
su procesado y venta al público. Estas carnicerías se denominaban popularmente
"rastro" y eran los puntos de venta de carne más habituales en la
ciudad. Los viejos edificios del Rastro (viejas carnicerías) fueron derribados
para ampliar la plaza y construir en 1836 el edificio de estilo neobarroco que
tiene como función la de albergar las dependencias municipales. Parte de los
mataderos se trasladaron a la Puerta de Toledo y finalmente a la Plaza de
Legazpi en el Matadero de Madrid. Este antiguo matadero se encontraba entre la
calle de las Amazonas y la del Cerrillo del Rastro.
La plaza se denominaba Cerrillo del Rastro hasta que en 1929
pasó a llamarse plaza de Antonio Zozaya en honor al escritor español y vecino
de los aledaños de la plaza Antonio Zozaya. En 1941 recibió el nombre de plaza
del General Vara del Rey. La Casa Matadero fue reformada por el arquitecto
Francisco Javier Ferrero y alberga desde finales del siglo XX una casa de
ancianos y la Escuela Mayor de Danza. Hasta finales del siglo XX fue la sede de
la Junta Municipal de Arganzuela (trasladada posteriormente a la Casa del
Reloj). La plaza comenzó a albergar oficialmente una parte del Rastro de Madrid
desde los años setenta: se especializa en la venta de ropa usada, libros y
gemas.
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Dice Pedro de Répide:
De la calle del Ancora al paseo de Ronda, b. de las Delicias,
d. del Hospital, p. de las Angustias. Lleva
el nombre del general heroico que hizo famoso su nombre en la defensa del Caney.
Era en los trágicos días
que señalaban el fin de la
breve guerra de España con los Estados Unidos. Los norteamericanos habían desembarcado cerca de Santiago de
Cuba, y, según los planos del general Shafter, debían tomar en menos de una hora
el pueblo de Caney, situado en el
camino de la capital de Oriente y a cinco kilómetros de ella. Era el día 1 de julio
de 1898. El general yanqui, con quince mil soldados poderosa artillería y
el más moderno y completo material de guerra, acudía a atravesar sin gran esfuerzo
la línea española, que, mandada por Vara del Rey, le vedaba el paso hacia la ciudad oriental. Seis mil quinientos
hombres atacaron el Caney, defendido por quinientos veinte españoles. Muchas veces se estrelló el
impulso yanqui contra la resistencia española, y Lawton, aunque sus fuerzas eran diez veces mayores, tardó un día en rendir el poblado, después
de sufrir centenares de bajas. Sólo cien españoles quedaban en pie, y uno de los cuatrocientos veintiún muertos
era Vara del Rey, el jefe pundonoroso,
cuyo cadáver fue recogido por
los americanos, quienes le tributaron los honores correspondientes a su jerarquía
y a su valor.
Vara del Rey tiene en Madrid un monumento, que, mal emplazado primeramente a la salida
de la calle de Alfonso XII, ha sido mejor colocado delante de
la basílica de Atocha, donde aquel general y sus valientes del Caney, tristes víctimas del esfuerzo inútil, y
de un política funesta, parecen a la
entrada del panteón histórico gritar una épica protesta contra el fatídico Sagasta,
a quien allá dentro han dado un enterramiento que habrá hecho estremecerse en sus tumbas
a los caudillos invictos y a los paladines de la libertad que le rodean.
Joaquín Vara de Rey y Rubio (Ibiza, 1840 - Santiago de Cuba,
1 de julio de 1898) fue un militar y político español, héroe de la Guerra de
Cuba por su defensa del fortín de El Viso.
Se graduó en el Colegio General como subteniente,
ascendiendo al grado de teniente en 1862. Combatió las rebeliones cantonales de
Cartagena y Valencia y luchó en la Tercera Guerra Carlista. En 1884 solicitó su
traslado a Filipinas, donde permaneció hasta 1890, tras servir como Capitán
General de Filipinas y Gobernador de las Islas Marianas.
De regreso a España se le asignó la comandancia de la
guarnición de Ávila hasta abril de 1895. Posteriormente se presentó voluntario
para servir en Cuba. Fue nombrado comandante militar de Bayamo. Mandó el
regimiento que luchó en la Batalla de Loma de Gato, en la que los españoles
acabaron con el cabecilla rebelde José Maceo, hermano de Antonio Maceo. Debido
a su brillante actuación fue promovido a brigadier general.
Tras el desembarco norteamericano en la isla, el general
Shafter envió al 5º Cuerpo de Ejército contra Santiago de Cuba el 1 de julio de
1898. Desde el día anterior, las tropas norteamericanas y sus aliados cubanos
habían estado tomando posiciones al lado este de la ciudad con la intención de
comenzar el ataque al amanecer. El 5º Cuerpo estadounidense estaba organizado
en tres Divisiones y dos brigadas independientes que sumaban unos 18.000 hombres.
El Caney era una pequeña posición defensiva apoyada sobre el fortín de El Viso,
sin artillería ni ametralladoras, con una guarnición de 550 hombres al mando de
Vara de Rey. Shafter decidió tomar esta posición con el fin de no dejar tropas
españolas sobre su flanco derecho. La misión se la encomendó a la 2ª División
del general Henry Lawton, 6.899 hombres apoyados por una batería de artillería
(4 cañones de 81 mm) al mando del capitán Capron.
El combate comenzó con la primera luz del día cuando los
norteamericanos sometieron al fuego artillero las edificaciones y los pequeños
fortines de madera de El Caney. Una hora después avanzaba la primera oleada de
asaltantes, que se vio frenada por las descargas cerradas que los soldados
españoles realizaban con sus Máuser. Los norteamericanos creyeron que los
españoles huirían ante su aplastante superioridad numérica (10:1), pero a las 9
de la mañana ya había quedado claro que los españoles se preparaban para
resistir. El propio Vara del Rey se paseaba impasible por las trincheras
animando a sus hombres.
Lawton había calculado una hora, o dos como máximo, para que
sus hombres desalojaran a los 550 españoles de El Caney, pero necesitó cerca de
12 horas. Las oleadas de asaltantes se sucedieron una tras otra, pero fueron
rechazadas sistemáticamente por los españoles. La artillería estadonidense
cambió de posición y se aproximó a El Viso, núcleo de la resistencia, y su
fuego empezó a batir con eficacia el fortín, cuyos muros empezaron a ser
demolidos por los impactos continuos que recibían. Con El Viso casi destruido y
ya pasadas las 4 de la tarde, tuvo lugar un nuevo y feroz asalto, que fue
frenado ante los mismos muros del fortín. Vara de Rey siguió, a pesar de sus
heridas, arengando a sus hombres. A las 5 El Viso fue tomado, sólo quedaban
allí muertos y algunos heridos. La artillería se situó en el mismo fortín para
poder batir las casas del pueblo y las trincheras. La resistencia era ya inútil
y los pocos defensores que quedaban, 84 de los 550, se retiraron ordenadamente
hacia Santiago dirigidos por el Teniente Coronel Puñet.
Cuando era retirado el General Vara del Rey cargado por dos
camilleros, tanto el postrado general como sus cargadores fueron atacados a
tiros por tropas de los insurrectos, o mambises. El general herido fue
ejecutado en su camilla, y bajo el fuego de los rebeldes cubanos, sus
camilleros abandonaron el cuerpo. Este tipo de ensañamiento de los insurrectos
sobre los militares heridos fue bastante común durante la guerra de Cuba, como
evidencia la tristemente famosa práctica de "enguasabar" a sus
prisioneros, y hasta los actos evidenciados contra los supervivientes hispanos
que lograron alcanzar la costa a nado, exangües y desarmados, tras el
hundimiento de sus buques en la batalla naval de Santiago. Aquellos desdichados
que sobrevivieron el hundimiento y quema de sus buques, y las hordas de voraces
tiburones, fueron atacados a machetazos por grupos de mambises que los
esperaban en las playas.
En la batalla también murieron dos de sus hijos. El general
Vara de Rey recibió la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo por parte
de España y debido a su heroica actuación, mientras que, en reconocimiento de
ese mismo valor, el ejército estadounidense enterró al General Vara de Rey con
todos los honores. Pasando así a engrosar la lista de hombres y acciones que
darían una imagen heroica del "soldado español" ante el público
norteamericano de la época.
Finalizada la guerra, sus restos serían repatriados a España
en 1898 con la colaboración estadounidense.
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