La calle de la Ternera se encuentra entra la calle de Preciados
y la calle de las Navas de Tolosa.
Toma su nombre porque aquí se exponían las terneras para el
abastecimiento de la villa.
En el tramo de la calle de Preciados que discurre entre la
plaza del Callao y la de Santo Domingo de Madrid, termina la pequeña y casi
desconocida calle de la Ternera. Esta corta y estrecha vía, que ha cambiado de
nombre en numerosas ocasiones Almendro, Sombrero, Covadonga, fue hace más de
cuatro siglos una plazuela en la que se vendían las canales de las terneras
(animal muerto y abierto, sin despojos).
Si por algo ha pasado a la historia la calle de la Ternera,
y tal vez se haya librado de una segura desaparición especulativa, ha sido
porque en el número 6, vivió y murió Luis Daoíz Torres (1767 y fallecido el día
2 de mayo de 1808). Hasta el año 1868, tras muchas peticiones, no se pondría
una placa conmemorativa de mármol blanco en la fachada de esta casa de la calle
de la Ternera. En ella, junto a un busto del militar, podría leerse:
La antigua casa de la calle de la Ternera, número 6 fue
demolida al principio de los años noventa del siglo pasado. La placa en honor a
Luis Daoíz se encuentra en paradero desconocido, a fecha de hoy.
En los bajos del edificio también estuvo el restaurante “El
Callejón”, lugar tan frecuentado por Ernest Hemingway quien tenía reservado su
propio rincón.
Continuando por la calle de Preciados, en el chaflán que
forma con la de las Veneras, se encuentra el café Varela.
Hay noticias del café Varela de la calle de Preciados,
número 37, en el año 1883 cuando se inaugura la gran bodega Sótano H, en el
mismo edificio y con entrada por la calle de las Veneras, número 6. Su dueño
era Estanislao Rodríguez. El negocio se haría muy famoso en Madrid, llegando a
convertirse en colmado o establecimiento en donde se sirven comidas de las 10
de la mañana a 2 de la madrugada, corderos asados, judías y callos a la
española, a dos reales la ración. Comedores independientes.
El Sótano H también tuvo su hecho luctuoso ya que, la noche
del 24 de agosto de 1885, se suicidó de un tiro en la cabeza el joven asistente
de un capitán de ingenieros que allá iba cada noche a cenar. Por las nueve
cartas de despedida que le encontraron en el bolsillo parece que había sido
acusado de una falta que nunca cometió, decidiendo quitarse la vida antes que
ser arrestado por ello. Encima de la bandeja de pasteles que había comido dejó
6 reales, importe del gasto y la propina para el camarero.
El Sótano H y el café Varela coexistieron hasta que en el
año 1896 y tras veinticuatro meses de obras en el primer piso y el sótano del
edificio, por fin se abrió el gran café con ventanales a las dos calles.
Varela estaba considerado como un café de barrio por estar
“algo alejado” de los de la Puerta del Sol. Divanes de alto respaldo tapizados
de peluche rojo, espejos, delgadas columnas con floridos capiteles, orlas de
escayola y plafones con guirnaldas constituían la decoración de este romántico
café al que asistían los hermanos Machado, Miguel de Unamuno Jugo, Ricardo
Baroja Nessi, José María de Cossío Martínez Fortún, Loreto Prado Medero y su
inseparable Enrique Chicote, Ricardo Calvo Agostí y por supuesto Emilio Carrere
Moreno, de quien se conserva una placa homenaje, en la actualidad.
El edificio del café Varela, al igual que casi todas las
casas del centro de Madrid, se vio afectado por las bombas incendiarias que
cayeron en la zona durante la Guerra Civil Española (1936-1939), época en la
que la Gran Vía era conocida con el nombre de “Avenida del quince y medio”, por
el calibre de los cientos de obuses que sobre ella y en la mayoría de las
calles aledañas caían cada día.
Tras la guerra el café Varela vuelve a las tertulias
tímidamente, ya que el derecho de reunión estaba durísimamente restringido
durante la dictadura franquista. A pesar de todo Meliano Peraile Redondo,
Antonio Mingote Barrachina, José Antonio Suárez de Puga Sánchez, Rafael Azcona
Fernández y Gloria Fuertes “Poeta de guardia”, entre otros, convirtieron este
café en un lugar cómodo en el que la poesía tuvo un papel más que destacado.
Poco antes de los años cincuenta, cuando el menú de selecta
cocina casera del café Varela costaba 30 pesetas, todo incluido, nace “Versos a
Media Noche” de la mano del poeta Eduardo Alonso. Estos recitales de poesía
tenían lugar cada sábado por la noche y luego, dado el éxito, se extendieron a
lo largo de los otros días de la semana.
También el Varela era un café musical. En 1948 el Trío de
Madrid con el genial violinista Jesús Fernández y su violín mágico, obtuvo
grandes éxitos en conciertos de tarde y noche. En la segunda mitad de la década
de los años 50, del siglo pasado, Olga Ramos y su trío actuarían también en
sesiones de tarde y noche.
En palabras de Rafael Azcona: El Varela era un café muy
acogedor, muchos de sus habituales utilizaban sus servicios para afeitarse.
Incluso había un cliente otorrinolaringólogo que pasaba allí consulta.
La historia del viejo café Varela terminó el día 15 de mayo
de 1959. Los poetas de “Versos a Media Noche” declamaron los últimos versos
junto al gran mural que Pedro Gros había pintado para el café y que contenía
los rostros de muchos de ellos. Hay quien afirma que dicho cuadro pasó al Museo
Municipal de Madrid, pero a fecha de hoy no ha sido posible localizarlo.
El café Varela actual no guarda más recuerdo del antiguo que
la placa de homenaje a Emilio Carrere, que los poetas españoles le dedicaron en
el año 1952.
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