miércoles, 25 de febrero de 2015

Calle de Manuel Fernandez y Gonzalez

Calle de Manuel Fernandez y Gonzalez

La calle de Manuel Fernandez y Gonzalez se encuentra entre las calles del Príncipe y de Ventura de la Vega.

Su primer nombre fue calle de la Visitación porque en unas casas que hubo aquí estuvo el primer convento de la Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel, las cuales fueron conocidas por las "casas de la Visitación".

Pero como estaban junto al Corral de las Comedias, la reina Margarita de Austria las trasladó a la antigua casa de campo de Antonio Pérez, en la calle de Santa Isabel, junto al colegio de igual denominación.

Desde 1898 está dedicada al escritor sevillano Manuel Fernández y González (1821-1888) que escribió algunas obras ambientadas en Madrid.

Manuel Fernández y González (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español, hermano del filólogo y filósofo Francisco Fernández y González.

Estudió en Granada, donde fue miembro de la tertulia de «La Cuerda». En Madrid llevó una vida bohemia que no interrumpió cuando sus narraciones alcanzaron un éxito muy superior a sus intrínsecas cualidades literarias, llegando a constituirse en el autor más representativo de la novela por entregas o folletín, con frecuencia novela histórica degenerada en novela de aventuras poco respetuosas con el detalle ambiental. Eso le llenó de una característica vanidad y soberbia que fue criticada por sus envidiosos contemporáneos, que contaron sobre ello innumerables anécdotas. En sus últimos años dictaba sus novelas a varios secretarios, que las tomaban taquigráficamente. Algunos de los últimos fueron Tomás Luceño y Vicente Blasco Ibáñez. Este último sería después el autor español más famoso fuera de las fronteras del país. Murió en la mayor pobreza, a causa de su dilapidador estilo de vida, aunque su entierro, que tuvo lugar el 8 de enero de 1888, revistió gran solemnidad: «El entierro del señor Fernández y González ha revestido la importancia de una verdadera solemnidad, presidiendo el duelo el ministro de Fomento, señor Navarro Rodrigo, el padre Sánchez y el señor Núñez de Arce; todas las Academias estaban representadas, como asimismo todos los teatros, siendo numerosísima la asistencia de autores, escritores y periodistas» (telegrama de la prensa asociada, Madrid 8 enero de 1888, a las 4:45 de la tarde).

Son características suyas una imaginación calenturienta, cierta gracia andaluza e ingenio, una verbosidad excesiva, sobre todo en los diálogos -le pagaban por página escrita y los diálogos rellenaban folios con poco trabajo- y una esencial falta de erudición sólida, cierto mal gusto y falta de sentido crítico y ponderación.

Compuso unas trescientas novelas, poesías a la manera de José Zorrilla y algunos dramas. En sus novelas domina la acción sobre la descripción y el análisis psicológico; elige preferentemente asuntos históricos, legendarios y tradicionales, que demuestran su nacionalismo. Entre sus novelas destacan Men Rodríguez de Sanabria (1851), sobre los tiempos de Pedro I el Cruel, El condestable don Álvaro de Luna (1851), Los Siete Infantes de Lara (1853), El pastelero de Madrigal (1862), sobre el mito del Sebastianismo, El cocinero de su majestad (1857), El Conde-duque de Olivares (1870) y Don Miguel Mañara. Memorias del tiempo de Carlos V (1877). Armando Palacio Valdés añade también Martín Gil y Los Monfíes de las Alpujarras.

Rindió tributo al costumbrismo con sus novelas Los desheredados (1865), Los hijos perdidos (1866) y María (1868). Fue una especialidad suya y de sus negros la novela de bandoleros, a la que pertenecen obras como El guapo Francisco Estevan (Madrid, 1871), Juan Palomo o la expiación de un bandido (1855?), Los siete niños de Écija (1863), Diego Corrientes. Historia de un bandido célebre (1866), El rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso ladrón José María (1871-1874), José María el Tempranillo. Historia de un buen mozo (1886) o El Chato de Benamejí. Vida y milagros de un gran ladrón (1874).

Como autor dramático estrenó la primera de sus piezas ya con diecinueve años, El bastardo y el rey (1841). La mejor de sus piezas escénicas es Cid Rodrigo de Vivar (1862-1874). También destacan Deudas de la honra, La capa roja, Sansón, Luchar contra el vicio, Un duelo a tiempo, Nerón, La infanta Oriana (1852), Don Luis Osorio o Vivir por arte del diablo, Entre cielo y tierra, Como padre y como rey (1859), Aventuras imperiales, Deudas de la conciencia (1860) y La muerte de Cisneros (1875).

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