La calle de Manuel Fernandez y Gonzalez se encuentra entre
las calles del Príncipe y de Ventura de la Vega.
Su primer nombre fue calle de la Visitación porque en unas
casas que hubo aquí estuvo el primer convento de la Visitación de Nuestra
Señora a Santa Isabel, las cuales fueron conocidas por las "casas de la
Visitación".
Pero como estaban junto al Corral de las Comedias, la reina
Margarita de Austria las trasladó a la antigua casa de campo de Antonio Pérez,
en la calle de Santa Isabel, junto al colegio de igual denominación.
Desde 1898 está dedicada al escritor sevillano Manuel
Fernández y González (1821-1888) que escribió algunas obras ambientadas en
Madrid.
Manuel Fernández y González (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español, hermano del filólogo y filósofo Francisco Fernández y González.
Manuel Fernández y González (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español, hermano del filólogo y filósofo Francisco Fernández y González.
Estudió en Granada, donde fue miembro de la tertulia de «La
Cuerda». En Madrid llevó una vida bohemia que no interrumpió cuando sus
narraciones alcanzaron un éxito muy superior a sus intrínsecas cualidades
literarias, llegando a constituirse en el autor más representativo de la novela
por entregas o folletín, con frecuencia novela histórica degenerada en novela
de aventuras poco respetuosas con el detalle ambiental. Eso le llenó de una
característica vanidad y soberbia que fue criticada por sus envidiosos
contemporáneos, que contaron sobre ello innumerables anécdotas. En sus últimos
años dictaba sus novelas a varios secretarios, que las tomaban
taquigráficamente. Algunos de los últimos fueron Tomás Luceño y Vicente Blasco
Ibáñez. Este último sería después el autor español más famoso fuera de las
fronteras del país. Murió en la mayor pobreza, a causa de su dilapidador estilo
de vida, aunque su entierro, que tuvo lugar el 8 de enero de 1888, revistió
gran solemnidad: «El entierro del señor Fernández y González ha revestido la
importancia de una verdadera solemnidad, presidiendo el duelo el ministro de
Fomento, señor Navarro Rodrigo, el padre Sánchez y el señor Núñez de Arce;
todas las Academias estaban representadas, como asimismo todos los teatros,
siendo numerosísima la asistencia de autores, escritores y periodistas»
(telegrama de la prensa asociada, Madrid 8 enero de 1888, a las 4:45 de la
tarde).
Son características suyas una imaginación calenturienta,
cierta gracia andaluza e ingenio, una verbosidad excesiva, sobre todo en los
diálogos -le pagaban por página escrita y los diálogos rellenaban folios con
poco trabajo- y una esencial falta de erudición sólida, cierto mal gusto y
falta de sentido crítico y ponderación.
Compuso unas trescientas novelas, poesías a la manera de
José Zorrilla y algunos dramas. En sus novelas domina la acción sobre la
descripción y el análisis psicológico; elige preferentemente asuntos
históricos, legendarios y tradicionales, que demuestran su nacionalismo. Entre
sus novelas destacan Men Rodríguez de Sanabria (1851), sobre los tiempos de
Pedro I el Cruel, El condestable don Álvaro de Luna (1851), Los Siete Infantes
de Lara (1853), El pastelero de Madrigal (1862), sobre el mito del
Sebastianismo, El cocinero de su majestad (1857), El Conde-duque de Olivares
(1870) y Don Miguel Mañara. Memorias del tiempo de Carlos V (1877). Armando
Palacio Valdés añade también Martín Gil y Los Monfíes de las Alpujarras.
Rindió tributo al costumbrismo con sus novelas Los
desheredados (1865), Los hijos perdidos (1866) y María (1868). Fue una
especialidad suya y de sus negros la novela de bandoleros, a la que pertenecen
obras como El guapo Francisco Estevan (Madrid, 1871), Juan Palomo o la
expiación de un bandido (1855?), Los siete niños de Écija (1863), Diego
Corrientes. Historia de un bandido célebre (1866), El rey de Sierra Morena.
Aventuras del famoso ladrón José María (1871-1874), José María el Tempranillo.
Historia de un buen mozo (1886) o El Chato de Benamejí. Vida y milagros de un
gran ladrón (1874).
Como autor dramático estrenó la primera de sus piezas ya con
diecinueve años, El bastardo y el rey (1841). La mejor de sus piezas escénicas
es Cid Rodrigo de Vivar (1862-1874). También destacan Deudas de la honra, La
capa roja, Sansón, Luchar contra el vicio, Un duelo a tiempo, Nerón, La infanta
Oriana (1852), Don Luis Osorio o Vivir por arte del diablo, Entre cielo y
tierra, Como padre y como rey (1859), Aventuras imperiales, Deudas de la
conciencia (1860) y La muerte de Cisneros (1875).
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