La plaza del Campillo del Nuevo Mundo se encuentra entre las
calles de Carlos Arniches, de Mira el Sol, de Arganzuela, de Mira el Río Baja y de la Ronda de Toledo.
Cuenta la leyenda que tras el descubrimiento del Nuevo
Mundo, se desplomó un peñón que había aquí y que unos niños entraron en sus
ruinas observando un lugar tan grande que dijeron que detrás de las ruinas
estaba el Mundo Nuevo.
Según Mesonero Romanos, esta plaza es uno de los puntos
neurálgicos de El Rastro tradicional, entendiendo por tradicional la cada día
más menguada compra-venta de objetos inverosímiles por oposición a la moderna y
creciente de artículos de mercadillo. Este entorno parece que no mejoró mucho
posteriormente a Mesonero Romanos, a tenor del sórdido y mísero ambiente de
este rincón de Madrid que nos describen Galdós, Baroja o Blasco Ibáñez.
Poco ayudaron a mejorarlo la aparición de los “bazares”,
situados en las manzanas entre la calle Mira el Sol y la Ronda de Toledo, a
ambos lados de la Ribera de Curtidores, y por tanto lindando con la plaza,
donde el término “bazar” más que eufemístico era sarcástico, pues no pasaban
ser unos inmundos corralones, antiguas cuadras y caballerizas, donde se
trajinaba principalmente con trapos, muebles viejos y restos de elementos
decorativos procedentes del vaciado de “casas bien”, vaciado muchas veces no
muy acorde con la legalidad vigente.
Casi todos ellos dieron en incluir en su
nombre a “las Américas”: Bazar de las Américas, de las Primitivas Américas, de
las Grandiosas Américas, de las Nuevas Américas, de las Américas Altas, de las
Américas Bajas… No sabría decir si tanta persistencia en lo de “las Américas”
se debe a que a la zona se la conocía ya por ese nombre, o si se la llamó así tras la aparición de estos
“bazares”.
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