jueves, 19 de febrero de 2015

Plaza de Cascorro

Plaza de Cascorro

La plaza de Cascorro baja desde la calle del Duque de Alba y la calle de los Estudios a la Ribera de Curtidores formando una plaza rectangular, casi rectilínea, que forma el núcleo central del Rastro madrileño, en pleno Barrio de Lavapiés, quizás el mercadillo más popular de España.

La plaza de Cascorro existía anteriormente al siglo XX y se denominaba Plazuela del Duque de Alba, posteriormente como Plaza de Nicolás Salmerón (dedicada al político y filósofo Nicolás Salmerón).

La denominación "Rastro" proviene del rastro de sangre que en el siglo XVI se dejaba al transportar a los animales sacrificados en el matadero, situado a orillas del Manzanares, hasta la Plaza Mayor, donde se situaba la Casa de la Carnicería.

En este camino se instalaron, un siglo más tarde, los curtidores, aprovechando la gran cantidad de agua que había en la zona necesaria para el tratamiento de las pieles, dando origen al actual rastro, ya que junto a ellos se fueron instalaron poco a poco vendedores ambulantes.

Hoy es uno de los mercadillos más visitados de todo Madrid y con mayor atractivo turístico, al estar emplazado en una de las zonas más antiguas de la capital. En sus cientos de puestos, que parten de la Plaza de Cascorro y que engloba la calle Ribera de Curtidores, la Plaza del General Vara del Rey o la calle Rodas, entre otras, podemos encontrar todo tipo de objetos: pieles, objetos de madera, artesanía, muebles, antigüedades, animales, productos de segunda mano…

Fue cuando Alfonso XIII erige una estatua en honor de los héroes de Cascorro en la plaza, que también se denominaba popularmente Plaza del Rastro, adquiere el nombre oficial de Plaza de Cascorro en 1941.

La Plaza de Cascorro dedica su nombre a los héroes de la Guerra de Cuba que defendieron la localidad cubana de Cascorro personalizado en el soldado Eloy Gonzalo.

El espacio era desde sus inicios un lugar abierto dedicado al sacrificio de animales cuya venta  iría a parar a la vecina Plaza de la Cebada. La plaza de Cascorro existía anteriormente al siglo XX y se denominaba Plazuela del Duque de Alba, posteriormente como Plaza de Nicolás Salmerón (dedicada al político y filósofo Nicolás Salmerón). Fue cuando Alfonso XIII erige una estatua en honor de los héroes de Cascorro en la plaza, que también se denominaba popularmente Plaza del Rastro, adquiere el nombre oficial de Plaza de Cascorro en 1941.

En el centro de la plaza se erige la estatua realizada en bronce por el escultor Aniceto Marinas (1866–1953) y el pedestal por el arquitecto José López Sallaberry. Fue inaugurada el 5 de junio de 1902 como un homenaje al héroe cuidado durante su infancia en la Real Inclusa de Madrid. Representa a uno de los héroes de la Guerra Hispano-estadounidense en Cuba, Eloy Gonzalo.
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Dice Pedro de Répide de esta plaza, llamada Plaza de Nicolás Salmerón cuando lo escribía:


Esta amplia y populosa vía ha quedado formada con el final de la calle de los Estudios, parte que en el siglo XVIII se llamó plazuela del Duque de Alba; las antiguas calles del Cuervo y de San Dámaso, la manzana de casas entre ellas comprendida y la vieja plaza del Rastro. 

La calle de San Dámaso, como la del Cuervo, empezaba a la altura de la calle de Juanelo. Llamóse así porque en ella había una capilla dedicada a aquel santo pontífice, que era considerado como natural de Madrid. En esa capilla tuvo su origen la congregación de los ministros de los enfermos agonizantes de San Camilo de Lelis, en 1639, que luego se trasladaron a la calle de Fuencarral, en 1643. 

La calle del Cuervo, que era la que se encontraba a la derecha entrando por la calle de los Estudios, tenía dos tradiciones. Una, la de que su nombre provenía de un famoso mantero que tenía en su casa un cuervo famoso por su larga vida. Y otra, más verosímil, que se refiere al corralón que en este lugar, a espaldas de la ermita de San Millán, tenía D. Juan González de Almunia, regidor de la villa, y en el que criaba gran número de aves, que luego este piadoso caballero daba de limosna para el sustento de los enfermos de los hospitales. 

Pero llegaba un cuervo que destrozaba las palomas y sus crías, por lo que el regidor anunció un premio para el que cazase el pájaro dañino, que solía burlar a sus perseguidores. Unos muchachos, codiciosos de lo ofrecido, pidieron licencia para quedarse en la torrecilla del palomar, donde esperaron la llegada del ave rapaz, y cuando la vieron entrar taparon las ventanas para impedir la huida y la acosaron con palos, consiguiendo quebrar sus alas, aunque no sin que el cuervo acometiese a uno de los mancebos, arrancándole los ojos. A los alaridos de los muchachos acudieron los mozos del corral, y, apresado el siniestro pájaro, fue clavado en la puerta, donde permaneció hasta que el tiempo acabó por reducirle a polvo. 

Rastro se denominaba el lugar donde se mataban reses para la venta de carne, y en el cerrillo de aquel nombre ha existido hasta reciente fecha el matadero de cerdos. En las proximidades de este lugar era también donde para el aprovechamiento de las pieles estaban las tenerías o fábricas de curtidos. Otra acepción de la palabra «rastro» era la del radio en que se extendía la jurisdicción de un lugar y el de la corte para atender en las causas criminales. Alcanzaba hasta una legua en contorno. El mismo vocablo, que también significa señal o huella, se ha aplicado igualmente a los sitios que en las afueras de la población hubo de dedicarse a la venta de mercaderías viejas, objetos de desecho, y no pocos idos allí a parar contra la voluntad de sus dueños. 

En Goya y en D. Ramón de la Cruz es donde aparece el Rastro con una consagración definitiva en la obra de arte. «Los cartones del Ciego», el «Cacharrero» y los «Chicos de la cometa», y el sainete «El Rastro por la mañana» son suficiente para ello. Pero no hace falta alejarnos tanto en lo remoto del tiempo, sino que basta retrotraernos a la época de hace quince años para recordar una fisonomía de la plaza del Rastro, muy diversa de la actual. Pero diferente sólo en el aspecto, con su cafetín del Manco, en lugar del despejado espacio y la fuente que preside el pintoresco paraje, y los bares a la moderna, que dan animación y bullicio a la plaza actual, que lo que es el alma del lugar y el espíritu de los personajes que en él se mueven no han variado en nada de su perdurable esencia. 

La modificación en el indumento no ha influido en los concurrentes a ese sitio, cuyas cataduras y costumbres son los mismos que hace veinte y que hace cincuenta años, y muy parecidos a los de hace siglo y medio, que no cambia fundamentalmente un pueblo en un siglo ni en dos, como no muda el carácter de una raza por centurias que pasen sobre ella. La antigua plaza del Rastro, comunicación del centro de Madrid y de la trafagosa calle de Toledo, con el pobladísimo barrio de Embajadores, es además parada permanente de una legión bribiática, plantel de ociosos, escenario de pícaros, bolsa de contratación donde se cotizan a todas horas, y más particularmente a última de la tarde, junto a la calle de las Maldonadas, prendas que por extraño que parezca aún pueden ver prolongado su uso, y muy frecuentemente objetos encontrados que no se le perdieron a nadie. 

Famoso fue el tío Carcoma, que llegó a reunir un capital fabuloso con ese comercio de efectos viejos, poseedor de veinte casas en el barrio, y que sólo almorzaba un pan y una cebolla, y para la comida tomaba sólo un plato de verdura cocida. Otras fortunas considerables han comenzado en el Rastro; pero realmente donde han tenido su campo estos industriales es en el mercado permanente que comienza en la Ribera de Curtidores, continuando en el patio de la Casiana y en las Américas. 

Donde estuvo la cruz del Rastro álzase la estatua de Eloy Gonzalo García, el héroe de Cascorro. Es obra de Aniceto Marinas, y el pedestal, del arquitecto José López Sallaberry. En sesión municipal de 20 de octubre de 1897 determinóse que el Ayuntamiento dedicara un homenaje al soldado recogido y criado en la Inclusa de Madrid. No es de este lugar discutir la excelencia de la proeza que realizó con ciego valor aquel hombre nacido oscuramente, y cuyo nombre ha perpetuado su hazaña. Este monumento, inaugurado el 7 de junio de 1902 por el rey Alfonso XIII, entre las fiestas con que fue celebrada su jura de la Constitución, tiene la importancia de ser erigido a un modestísimo hijo del pueblo, y el único donde, al conmemorar una marcial efemérides, no ha reproducido el escultor la figura de un general cubierto de entorchados y condecoraciones. 

Pero la estatua del Rastro ha tenido tal fortuna que ha venido a dar nombre a esta plaza, borrando el tradicional y no dando apenas uso al nuevo, que recuerda a un preclarísimo filósofo y repúblico. Todos los habitantes de aquellos barrios, y también casi todos los madrileños, llaman Cascorro a aquel lugar, ágora de la majeza, foro de la truhanería y lonja de la bribia, que al dilatarse la extensión de la villa ha venido a ser una de las varias sucursales que tiene la Puerta del Sol en distintos sitios de la corte. 

Por acuerdo municipal de 16 de agosto de 1913 se dispuso que la plaza del Rastro, ampliada con el derribo de la manzana que durante tanto tiempo se llamó «el tapón», y estaba comprendida entre las calles del Cuervo y de San Dámaso, recibiese el nombre de Nicolás Salmerón. 

Este hombre insigne nació en Alhama la Seca (Almería), el año 1838. Cursó las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho, en las cuales había de brillar espléndidamente, y a poco de venir a Madrid inicióse también en el periodismo como redactor del periódico de Rivero "La Discusión". Ganó una cátedra en la Universidad Central y otra en la de Oviedo, quedando finalmente como propietario de la de Metafísica, en Madrid, donde su aula había de ser escuela fecunda y templo augusto del pensamiento. Era Salmerón individuo del Comité revolucionario de Madrid, y como tal fue preso y conducido a la cárcel del Saladero, de donde salió para retirarse a su tierra natal, maltrecho por los padecimientos. 

Triunfante la revolución de septiembre, Salmerón volvió a Madrid; pero hasta 1871 no tuvo asiento en el Congreso, donde había de ser tan eminente figura. Demócrata puro y gran entendimiento, no podía admitir la forma de Gobierno monárquica, y así, votó la República el 11 de febrero de 1873. Presidente del Congreso y ministro de Gracia y Justicia, en el breve período republicano, sucedió a Pí y Margall, el día 16 de julio, en la presidencia del Poder ejecutivo, desde el que sin olvidar ninguno de sus principios hizo frente a los graves problemas que angustiaban a España. Célebre y gloriosa es la causa por la que dimitió la presidencia de la República, que hubo de abandonar antes que poner su firma en una sentencia de muerte. Y aún, presidiendo nuevamente las Cortes, pasó por la amargura de ver disuelto el Parlamento por el sable de Pavía, en la aciaga madrugada del 2 de enero de 1874. 

Restaurada la Monarquía que la revolución arrojó en 1868, Salmerón compartió su labor en la cátedra y en el foro, con la representación parlamentaria y la propaganda y enaltecimiento de la idea republicana. Fundó en Madrid el periódico "La Justicia", que fue dirigido por el ilustre Antonio Zozaya, y recorría España como apóstol infatigable, esforzándose, aunque en vano, por hacer ciudadanos dignos y conscientes. Siendo presidente del Consejo de ministros D. Francisco Silvela, y ministro de la Gobernación D. Antonio Maura, Salmerón y los republicanos que le acompañaban en la candidatura triunfante en aquellas memorables elecciones de 1903, estuvieron cerca, como nunca, de ver a la nación recogiendo su soberanía. Pero la continua dejación que el país ha venido haciendo de sus derechos malogró también aquellas esperanzas. 

El último intento de renovación política que hizo Salmerón fue el de la Solidaridad catalana, cuya eficacia no fue ciertamente para el elemento izquierdista que entró en ella, y poco después, el día 20 de septiembre de 1908, moría fuera de España, en Pau, aquel varón venerable, filósofo eminente y maestro ejemplar de ciudadanía. 
Eloy Gonzalo tuvo una vida bastante desgraciada. Fue abandonado de niño, perdió sus padres adoptivos a los 18 años, y luego fue condenado a pasar 12 años en la cárcel por una bronca con un oficial. Sin embargo, estos datos carecen de importancia porque Eloy se convertiría finalmente en un héroe nacional y se le llegaría a conocer como el “héroe de Cascorro”.

En 1896, España estaba en guerra contra Cuba. Una pequeña milicia española de unos 170 hombres estaba rodeada por 3.000 insurgentes cubanos en el pueblo de Cascorro. El capitán del regimiento concluyó que la única salida que tenían era prenderle fuego al edificio que utilizaban los cubanos como cuartel, con el fin de causar el pánico y aguantar a que llegasen refuerzos españoles. Eloy, arguyendo que no tenía nada que perder, se presentó voluntario para la misión suicida, con la condición de que fuese enterrado dignamente por españoles.

Armado con un bidón de gasolina, un rifle a la espalda y una soga atada a la cintura para que pudieran recogerle en caso necesario, prendió fuego al edificio. Debido a la iluminación que daba tal incendio, Eloy era un objetivo fácil y cayó herido. Sus compañeros lograron sacarle con vida gracias a la soga, pero estaba muy malherido.

La valentía de Eloy consiguió salvar la vida de sus compañeros hasta que llegaron los refuerzos. La noticia dio la vuelta al mundo, y se convirtió en héroe nacional, recibiendo una Medalla al Mérito Militar. La historia del joven de orígenes humildes convertido en héroe tuvo un gran éxito en España, pero nunca disfrutó de dicha fama, ya que murió varios días después a consecuencia de sus heridas.

Pero lo cierto es que en realidad hubo otros héroes en esa batalla, a los que el coronel Sesina calificó sus actos como heroicos, como por ejemplo los del soldado Carlos Climent Garcés quién salvó las vidas de sus compañeros heridos llevándolos a la enfermería en medio de los ataques del poblado de Cascorro. Aunque este soldado valenciano ha pasado a la historia más desaparecido que su compañero.

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