La calle de Moratín se encuentra entre la calle de Atocha y
la plaza de la Platería de Martínez.
Anteriormente se llamó San Juan y San Juan al Prado, porque
conducía al Prado de los Jerónimos, hoy paseo del Prado. Tomaba el nombre del
humilladero que aquí había dedicado a San Juan Bautista, lugar donde acudía la
gente cada 24 de junio y su víspera a celebrar la verbena y la feria y se
llamaba San Juan al Prado para distinguirla de la calle llamada San Juan la
Nueva.
Desde principios del siglo XX recibe el nombre actual en
recuerdo del escritor Leandro Fernández Moratín (1760-1828), que nació en la
casa situada en la confluencia con la plaza de San Juan.
Dice Pedro de Répide de esta calle:
De la calle de Atocha a la plaza de la Platería de Martínez, bs. de Santa María y de la Alameda, d. del Congreso, p. del Salvador y San Nicolás.
Esta se llamaba antes calle de San Juan al Prado, para diferenciarla de la calle de San Juan la Nueva, que es la que después se ha denominado de Monserrat. La calle de San Juan al Prado recibía este nombre por haber estado en su lugar un humilladero en que se veneraba a San Juan Bautista, y donde antiguamente se celebraba la romería y primera verbena de Madrid, ya verificada la noche del Precursor, en las cercanías de Atocha, durante el tiempo de los moros. Derribado este humilladero, la imagen de San Juan que allí había fue regalada al convento de San Felipe el Real, y era una talla muy curiosa, en la que estaba el Niño Jesús sentado sobre el cordero.
En el encuentro de esta calle con la de Santa María se forma una plazoleta, que llevó el nombre de plazuela de San Juan, y en ella se hallaba la casa, actualmente recordada por una lápida, en que nació D. Leandro Fernández Moratín el día 10 de marzo de 1760.
Era aquel preclaro ingenio hijo del poeta D. Nicolás, también madrileño ilustre. Fue el continuador de las glorias de los clásicos castellanos en una época de depravación del gusto, en la que se salvaba su nombre con el de los Iriarte y el de D. Ramón de la Cruz, de quien, por cierto, era enemigo literario
D. Leandro.
Moratín, hijo, Inarco Celenio entre los Arcades de Roma, era un espíritu escéptico, melancólico y burlón, en quien Moliere, Voltaire y la Enciclopedia habían influido, no desvirtuando, sino renovando su carácter de escritor con recia raigambre castellana.
Escasa es, por el número, su producción teatral y grande por la calidad, con lo que se demuestra, una vez más, que no es una fecundidad excesiva la mejor demostración de un valor en las letras. No constituyen un extenso repertorio "El viejo y la niña”, “La mojigata”, “El barón”, "El médico a palos", imitación molieresca, así como "La escuela de los maridos", que Moliere había tomado de Terencio, quien a su vez la tomó de Meandro; pero esta labor hace culminar a Moratín en la historia de nuestro teatro cuando que tiene a su frente ese dechado de comedias se llama "El sí de las niñas", y ese prodigio de gracia, de la verdadera gracia, fina, honda y un tanto amarga a veces, que se titula “La comedia nueva o el café".
Moratín, apasionado de las tres unidades y de la exactitud de todas las normas neoclásicas, abominaba de nuestro teatro del siglo de oro e hizo una traducción de "Hamlet" tan desacertada como que no existía la devoción ni la concordancia de temperamentos que debe mediar entre traductor y traducido para que la versión cumpla su fin.
De otras obras suyas deben recordarse "La derrota de los pedantes" diatriba en que aparece el continuador espiritual de Quevedo, y sobre todo sus "Comentarios al proceso de las brujas de Zugarramurdi», el famoso auto de fe de la Inquisición de Logroño, escolios que, como algunas frases de sus comedias, atrajeron la furia teocrática sobre Moratín, que era, por cierto, abate, ordenado de primera tonsura con una pensión que le había concedido Floridablanca y disfrutador de un beneficio de 3.000 ducados sobre la mitra de Oviedo.
Moratín era un misántropo y gustaba de refugiarse en su casa de Pastrana, donde escribió algunas de sus obras. Del alto que en sus viajes a aquel lugar de la Alcarria hacía la posada de San Antonio, de Alcalá de Henares, surgió su comedia, por tantos conceptos ejemplar, «El sí de las niñas», cuya acción se desarrolla en ese parador de la ciudad de las escuelas.
Acompañó a Jovellanos en su viaje a París, y luego realizó otra larga expedición a Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza e Italia, donde, fijando su residencia en Bolonia, escribió el relato de su peregrinación. Afrancesado, como casi todos los hombres cultos de su tiempo, hubo de abandonar Madrid, por temor a las iras populares, en 1808, y aunque en 1814 Fernando VII hizo que le fueran devueltos todos sus bienes secuestrados, volvió a marchar a Francia, y después de haber venido a residir poco tiempo en Barcelona, fuese definitivamente a la nación vecina, habitando en Burdeos y luego en París, donde falleció. Trasladadas sus cenizas a España en 1853, reposan actualmente en el cementerio de San Isidro, en el mismo panteón que Meléndez Valdés y Donoso Cortés, y en el que hasta hace poco yacieron también los restos de Goya.
Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 10 de marzo de 1760 -
París, 21 de junio de 1828) fue un dramaturgo y poeta español, el más relevante
autor de teatro del siglo XVIII español.
Nació en Madrid en 1760, de noble familia asturiana. Su
padre era el poeta, dramaturgo y abogado Nicolás Fernández de Moratín y su
madre Isidora Cabo Conde. Se crio en un ambiente donde eran frecuentes las
discusiones literarias, pues su padre Nicolás fue un hombre dedicado a las
letras. A los cuatro años, enfermó de viruela, lo que afectó su carácter,
volviéndolo tímido. No cursó estudios universitarios porque su padre estaba en
contra, y comenzó a trabajar como oficial en una joyería.
A los diecinueve años, en 1779, ya había conseguido el
accésit de poesía al concurso público convocado por la Academia. En 1782
ganaría el segundo premio con su Lección poética. En 1787, y gracias a la
amistad de Jovellanos, emprende un viaje a París en calidad de secretario del
conde de Cabarrús, entonces encargado de una misión a París. La experiencia fue
muy provechosa para el joven escritor. Vuelto a Madrid, obtiene su primer gran
éxito con la publicación de la sátira La derrota de los pedantes. El Conde de
Floridablanca le hace entonces la merced de un beneficio de trescientos
ducados, y Moratín se ordena de primera tonsura, requisito indispensable para
poder disfrutar del beneficio. A poco de llegar Godoy al poder logró la
protección del favorito, que le ayudó a estrenar sus comedias y aumentó sus ingresos
con otras sinecuras eclesiásticas.
Durante cinco años viajó por Europa, regresando a Madrid en
1797 para ocupar el cargo de secretario de Interpretación de Lenguas, que le
permitió vivir sin apuros económicos.
En 1808, a la caída de Godoy, tomó partido por los franceses
y llegó a ser nombrado bibliotecario mayor de la Real Biblioteca por el rey
José Bonaparte. A partir de entonces fue tachado de «afrancesado», por lo que
hubo de refugiarse en Valencia, Peñíscola y Barcelona al producirse el cambio político.
Leandro Fernández de Moratín fue un hombre de teatro en el
sentido amplio de la palabra. A su condición de autor teatral hay que añadirle
otros aspectos menos conocidos, pero que fueron tan importantes para él como
éste y le ocuparon a veces más tiempo, esfuerzo y dedicación que sus propias
obras. Fue Moratín uno de los fundadores de la historiografía teatral española.
Sus Orígenes del teatro español, obra que dejó inédita y que fue publicada en
1830-1831 por la Real Academia de la Historia, es uno de los primeros estudios
serios y documentados del teatro español anterior a Lope de Vega. Es también de
gran interés el «Prólogo» a la edición parisina de sus obras en 1825, en donde
resume, desde una perspectiva clasicista la historia del teatro español del
siglo XVIII. Moratín fue también un activo impulsor de la reforma teatral de su
tiempo. Relacionado con los círculos del poder que estaban interesados en esta
reforma y heredero de las ideas de su padre, no dejó de promover una renovación
de toda la estructura teatral vigente en la España de su época. La comedia
nueva es uno de los hitos de esta campaña de reforma emprendida por los
intelectuales que se movían alrededor del gobierno desde mediados del siglo
cuando proponían reformas Ignacio de Luzán, Agustín de Montiano y Luyando, Blas
Nasarre y Luis José Velázquez. Murió en París en junio del año 1828.
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