jueves, 19 de febrero de 2015

Calle del Mesón de Paredes



Calle del Mesón de Paredes

La calle del Mesón de Paredes es una vía del barrio de Lavapiés de Madrid que desciende en pronunciada cuesta desde uno de los extremos de la Plaza de Tirso de Molina hasta la Ronda de Valencia (ya cerca del antiguo portillo de Embajadores). Su nombre se debe al Mesón de Paredes, llamado así por ser su propietario Miguel Simón de Paredes. Está considerada una de las más pintorescas de lo que Mesonero Romanos llamaba los "barrios bajos" de Madrid.

En el plano de Teixeira del siglo XVII la calle acababa en la calle de Cabestreros. En ella nació el arquitecto José de Churriguera en el año 1665.
Tuvieron puerta a esta calle las Escuelas Pías de San Fernando, edificio perdido en parte pero que, convertido en biblioteca municipal y centro cultural, aún se encuentra al final de la calle, haciendo esquina con la de Sombrerete. Otro edificio, atractivo para paseantes y turistas curiosos es la gran corrala que se asoma a Mesón de Paredes desde el edificio que ocupa la finca que cierran la calle de Sombrerete y la de Tribulete, declarada monumento nacional en 1977. y que luego pasó al catálogo de Bienes inmuebles de interés cultural.

Castiza y pintoresca fue la Taberna de Antonio Sánchez, una de las pocas tabernas que han sobrevivido en la capital española. Tomaba el nombre de su dueño, el torero madrileño Antonio Sánchez, que la heredó de su padre. El local, lugar de reunión y tertulia de los aficionados a la tauromaquia, fue protagonista de la novela "Historia de una Taberna" (1945) escrita por Antonio Díaz-Cañabate.

Anota el cronista de la villa Pedro de Répide que en esta calle estuvo una de las pastelerías más antiguas de España. Otro establecimiento de tierno recuerdo fue el antiguo hospital de maternidad instalado en este sector de los populares barrios bajos de Madrid; en el nació el cantante Julio Iglesias el 23 de septiembre de 1943.

Los mesones eran locales modestos compuestos de patio y caballeriza, cocina que a la vez era el lugar de reunión de los transeúntes, y habitaciones sin ningún lujo y escasas comodidades. Desaparecieron en el siglo XIX, pero dejaron su recuerdo en el nombre de algunas calles como esta y su contemporáneo de la calle Mesón de Paños.
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Dice Pedro de Rèpide:

De la plaza del Progreso a la ronda de Valencia, bs. del Duque de Alba, Caravaca, Rastro y Miguel Servet, d. del Hospital, ps .del Buen Consejo, de San Millán y de San Lorenzo. 

En el plano de Texeira llámase del Mesón de Paredes el trozo hasta la calle de Cabestreros, y con el nombre de esta última hasta el final. En el de Espinosa, llámase del Mesón de Paredes también hasta Cabestreros, de la Hoz Alta desde este lugar hasta la calle del Tribulete, y de la Hoz Baja desde aquí hasta el final. 

Viene su nombre de que poseyó aquellos terrenos Simón Miguel Paredes, quien construyó allí un mesón que era el más espacioso que había en las inmediaciones de Madrid; posada que heredó, con los terrenos colindantes, D. Juan de Paredes, guarda del rey D. Juan II, que disfrutó esa propiedad con sus hermanos D. Fernando y D. Juan, regidores los tres de esta villa por el estado de los Caballeros, y los cuales se hallaron en la asamblea del voto de la Inmaculada Concepción. 

La calle del Mesón de Paredes es de las más típicas y pintorescas de los barrios bajos madrileños. Consérvase en ella, a sin el cuidado que merece tan remota institución, la pastelería más antigua de Madrid, y una de las más antiguas de Europa, famosa por sus hojaldres, con su horno un siglo más antiguo que el de Botín. Otro detalle curioso de esta calle es el de haber coincidido en ella diversas agencias de amas de cría, prueba constante de que la inocencia en las aldeas no anda menos ofendida que en las ciudades, aunque otra cosa piensen las ninfas cerriles que se refocilan en los prados de su lugar para hacer industria de la parte más noble y sagrada de la maternidad. 

Al llegar a la calle de Cabestreros, hace la del Mesón de Paredes una plazoleta con una fuente del agua famosa entre los valientes del barrio, y, frente a ella, el convento de monjas dominicas de Santa Catalina de Sena. Este es el que fue fundado en 1510 por doña Catalina Téllez, camarera que había sido de la reina católica, en la casa del Tesoro, junto a la puerta de Balnadú. En 1574 se trasladaron a donde luego estuvo el convento de premostratenses de San Norberto, hoy plaza de los Mostenses, y allí estuvieron hasta 5 de septiembre de 1610, en que el duque de Lerma las llevó a la calle del Prado y casa que había sido Hospital Central. Destruido este edificio en tiempo de los franceses, las monjas pasaron a Santo Domingo el Real, y, finalmente, a este sitio en que se hallan. 

Antes de llegar a los escolapios de San Fernando, está la casa de la Inclusa, que se comunica con la calle de Embajadores y tiene contiguo el colegio de Niñas de la Paz. En el año 1567, establecióse en el convento de la Victoria una cofradía compuesta de personas de la primera nobleza y de algunos religioso mínimos, titulada de la Soledad y de las Angustias, que se consagró a prácticas caritativas, como las de recoger a los menesterosos convalecientes que salían de los hospitales y a los clérigos extranjeros que, siendo pobres y estando enfermos, no tenían donde curarse. Por último, en 8 de mayo de 1572, se acordó recoger a los niños nacidos abandonados en los portales y otros lugares, acorriendo a esta necesidad con limosnas que se pedían para los infelices expósitos. 

El 1 de marzo de 1586, en virtud de indulto apostólico para la reducción de hospitales, el de los niños expósitos se incorporó al General; pero como la práctica de esta unión hiciese conocer sus inconvenientes, en 25 de abril del mismo años se trasladaron los niños y sus nodrizas a una casa de la Puerta del Sol, entre las calles del Carmen y de Preciados, donde esa institución quedó fundida con otra de análogo fin que exista en la iglesia de San Luis. En esa casa de la Puerta del Sol fue donde empezó la Inclusa a denominarse así, por una imagen de la Virgen que un soldado trajo de Flandes, de la ciudad de Enckussen, y, por corrupción de este vocablo, se formó aquel otro, tan característicamente madrileño. 

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