La calle de Zorrilla va de la calle de Cedaceros al paseo del Prado.
La calle está dedicada al escritor romántico José Zorrilla,
autor de Don Juan Tenorio.
Vallisoletano, era hijo de José Zorrilla, un hombre
conservador y absolutista, seguidor del «pretendiente» Don Carlos V de España;
que era relator de la Real Chancillería. Su madre, Nicomedes Moral, era una
mujer muy piadosa. Tras varios años en Valladolid, la familia pasó por Burgos y
Sevilla para al fin establecerse cuando el niño tenía nueve años en Madrid,
donde el padre trabajó con gran celo como superintendente de policía y el hijo
ingresó en el Seminario de Nobles, regentado por los jesuitas; allí participó en
representaciones teatrales escolares.
Muerto Fernando VII, el furibundo absolutista que era el
padre, fue desterrado a Lerma (Burgos) y el hijo fue enviado a estudiar derecho
a la Real Universidad de Toledo bajo la vigilancia de un pariente canónigo en cuya
casa se hospedó; sin embargo el hijo se distraía en otras ocupaciones y los
libros de derecho se le caían de las manos y el canónigo lo devolvió a
Valladolid para que siguiera estudiando allí (1833–1836). Al llegar el díscolo
hijo fue amonestado por el padre, que marchó después al pueblo de su
naturaleza, Torquemada, y por Manuel Joaquín Tarancón y Morón, rector de la
Universidad y futuro Obispo de Córdoba.
El carácter impuesto de los estudios y su atracción por el
dibujo, las mujeres (una prima de la que se enamoró durante unas vacaciones) y
la literatura de autores como Walter Scott, James Fenimore Cooper,
Chateaubriand, Alejandro Dumas, Victor Hugo, el Duque de Rivas o Espronceda
arruinaron su futuro. El padre desistió de sacar algo de su hijo y mandó que lo
llevaran a Lerma a cavar viñas; pero cuando estaba a medio camino el hijo robó
una mula, huyó a Madrid (1836) y se inició en su hacer literario frecuentando
los ambientes artísticos y bohemios de Madrid , y pasando mucha hambre.
Se fingió un artista italiano para dibujar en el Museo de
las Familias, publicó algunas poesías en El Artista y pronunció discursos
revolucionarios en el Café Nuevo, de forma que terminó por ser perseguido por
la policía. Se refugió en casa de un gitano. Por entonces se hizo amigo de
Miguel de los Santos Álvarez y del italiano Joaquín Masard. A la muerte de
Larra en 1837, José Zorrilla declama en su memoria un improvisado poema que le
granjearía la profunda amistad de José de Espronceda y Juan Eugenio
Hartzenbusch y a la postre le consagraría como poeta de renombre.
Comenzó a
escribir para los periódicos El Español, donde sustituyó al finado, y El
Porvenir, empezó a frecuentar la tertulia de El Parnasillo y leyó poemas en El
Liceo. Su primer drama, escrito en colaboración con García Gutiérrez, fue Juan
Dándolo, estrenado en julio de 1839 en el Teatro del Príncipe. En 1840 publicó
sus famosísimos Cantos del trovador y estrenó tres dramas, Más vale llegar a
tiempo, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón. En 1842 aparecen sus
Vigilias de Estío y da a conocer sus obras teatrales El zapatero y el rey
(primera y segunda parte), El eco del torrente y Los dos virreyes. De 1840 a
1845, Zorrilla estuvo contratado en exclusiva por Juan Lombía, empresario del
Teatro de la Cruz, en el que estrenó durante esas cinco temporadas nada menos
que veintidós dramas.
En 1838 se casó con Florentina O'Reilly, una viuda irlandesa
arruinada mucho mayor que él y con un hijo, pero el matrimonio fue infeliz; un
hijo que tuvieron murió, y él tuvo varias amantes. En 1845 abandonó a su esposa
y marchó a París, «...donde asistió a
algunos cursos en la facultad de medicina». Allí mantuvo amistad con
Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George
Sand.
Volvió a Madrid en 1846 al morir su madre. Vendió sus obras
a la casa Baudry de París, que las publicó en tres tomos en 1847. En 1849
recibió varios honores: fue hecho miembro de la junta del recién fundado Teatro
Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarle públicamente y la Real
Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomó posesión en 1885. Pero su
padre murió en ese mismo año y eso le supuso un duro golpe, porque se negó a
perdonarle, dejando un gran peso en la conciencia del hijo (y considerables
deudas), lo que afectó a su obra.
Huyendo de su mujer otra vez, volvió a París en 1851, donde
endulzó sus penas su amante Leila, a la que se entregó apasionadamente, y viajó
a Londres en 1853, donde le acompañaron sus inseparables apuros económicos, de
los que le sacó el famoso relojero Losada. Después pasó once años de su vida en
México, primero bajo el gobierno liberal (1854–1866) y después bajo la
protección y mecenazgo del Emperador Maximiliano I, con una interrupción en
1858, año que pasó en Cuba.
Llevó en ese país una vida de aislamiento y pobreza, sin
mezclarse en la guerra civil entre federalistas y unitarios. Sin embargo,
cuando Maximiliano I ocupó el poder como Emperador de México (1864), Zorrilla
se convirtió en poeta áulico y fue nombrado director del desaparecido Teatro
Nacional.
Muerta su esposa, regresó a España en 1866, donde se enteró
del fusilamiento de Maximiliano; entonces vertió en un poema todo su odio
contra los liberales mexicanos así como contra quienes habían abandonado a su
amigo, Napoleón III y el Papa. Esta obra es El drama de un alma. Desde entonces
su fe religiosa sufrió un duro golpe. Se recuperó casándose otra vez con Juana
Pacheco en 1869. Vuelven los apuros económicos, de los que no logran sacarle ni
los recitales públicos de su obra, ni una comisión gubernamental en Roma
(1873), ni una pensión otorgada demasiado tarde, aunque recibe la protección de
algunos personajes de la alta sociedad española como los condes de Guaqui. Los
honores sin embargo llovían sobre él: cronista de Valladolid (1884), coronación
como poeta nacional laureado en Granada en 1889, etc. Murió en Madrid en 1893
como consecuencia de una operación efectuada para extraerle un tumor cerebral. Sus
restos fueron enterrados en el cementerio de San Justo de Madrid, pero en 1896,
cumpliendo la voluntad del poeta, fueron trasladados a Valladolid. En la
actualidad se encuentran en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del
cementerio del Carmen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario