La Calle de la Morería y la Plaza de la Morería forman una
pequeña y céntrica vía del viejo Madrid. Llega la calle, respectivamente, desde
la plaza del Alamillo a la del Campillo de las Vistillas, quedando la plaza de la Morería situada entre las calles de Caños Viejos, la del Granado y la propia
calle que le da nombre. Fueron arteria del barrio moro en el que se quedaron y
residieron los vecinos musulmanes desde 1083, año de la toma de Madrid por
Alfonso VI. En ella nació Pedro de Répide, uno de los más literarios cronistas
de la capital de España.
Añade el cronista que antes de la construcción del
mencionado puente sobre la calle de Segovia, había en la empinada cuesta una
vieja casa con el siguiente letrero sobre el dintel de su puerta: "Palacio
de Isabel la Católica", no porque así lo fuese pero sí por lo antiguo de
la construcción.
En el número 17 de esta calle tiene desde 1956 su
tradicional emplazamiento el Corral de la Morería, popular tablao flamenco de
Madrid.
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Dice Pedro de Répide:
De la plaza del Alamillo al campo de las Vistillas, b. de Alfonso VI, d. de la Latina, p. de San Andrés.
Distinguíase antes entre calle de la Morería, que era el trozo entre la plaza de este nombre y la del Alamillo, y calle de la Morería Vieja, que era el comprendido entre la plaza de la Morería y la Cuesta de los Ciegos. Parte ya muy transformada por la construcción del Viaducto y la prolongación de la calle de Bailén. Paraje que atrae particularmente el afecto de quien esto escribe, pues nació en tan venerable recoveco de la villa de Madrid.
La Morería, como su nombre indica, era el barrio en que se recogieron a vivir los moros que quisieron permanecer en Madrid después de la conquista de la villa por Alfonso VI. La intolerancia religiosa no comenzó hasta los Reyes Católicos y el establecimiento de la Inquisición, pues sabido es cómo judíos, moros y moriscos convivieron con los cristianos viejos durante toda la Edad Media. No conserva ya la calle de la Morería vestigios de su viejo aspecto, y en ella existió, hasta la construcción el puente sobre la calle de Segovia, una casa remotísima, en cuya fachada estaba escrito con burdos caracteres un letrero que decía: «Palacio de Isabel la Católica». Cierto que allí no había residido jamás aquella princesa; pero sí que era de su tiempo, y aun tal vez más remoto, aquel vetusto caserón de ancho zaguán y una sola ventana sobre el saledizo.
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